Llevo
dos días intentando escribir una carta, pero se me hace difícil, no por el
estruendo de los obuses al caer, no por el miedo a morir; no sé como deba
redactarla sin que pueda disimular el infierno que estoy viviendo. El vodka me
hace entrar en calor, me hace sentir bien, aleja detrás de las montañas el
fantasma que derriba las vidas en una sola bocanada, pero es circunstancial y
cuando abro los ojos sigue ahí, acechante, esperando para devorar cualquier
resquicio de vida. Se que nunca regresaré a casa, estoy muy lejos y es
breve aquí la vida; pensar en llegar al día siguiente es difícil,
poder volver a ver el sol y esas picudas montañas nevadas: Un
milagro.
Aún
conservo el libro que llevé de casa junto con unas fotos en una bolsa con
ataduras de hilo grueso, llevaba pues todo lo que me hubiera ayudado a
sobrevivir los días: Un libro de poemas, girasoles en la huerta y junto a
ellos, erguidas, espigas de trigo y miles de sonrisas al atardecer en la casa
familiar; los rostros que amo circundan el lecho en el que duermo cada noche,
siquiera por un rato llegan igual que un laúd de nieve copando el chamizo y con
ella, una luz blanca, tornasolada, pienso entonces si es que ha llegado mi hora
y sonrío...,
Todas
las cabezas están cubiertas por el shapka, de lo contrario sería
dejarse corroer por el gélido aire que baja desde las montañas. Uno piensa a
veces que el demonio devora el corazón mientras se duerme por los miles de
cuchillos helados que se clavan en el cuerpo, por muy gruesa que fuere la piel
que arropa, por mucho que uno intente no pensar en ello se hienden sin piedad
anclando sus dedos puntiagudos, se quedan para siempre mortificando,
escudriñando. A veces algún campesino se atreve a salir por la justa
necesidad de adentrarse en el bosque por troncos de madera; llevan el miedo en
el cuerpo, siempre atentos, con una agudizada mirada se guardan muy mucho de no
dejarse la vida en el camino. Dos aldeas del norte fueron arrasadas hace una
semana, es horrendo ver semejante barbarie; el olor a sangre abarca un buen
tramo, se mezcla con la bocanada de humo de las fogatas. Creo que aquellos días
de certidumbre han pasado. La lucha continúa y se que no cejarán en su empeño
hasta que todo haya sucumbido y derruido. Dentro de cuatro horas amanecerá, por
el momento hay silencio, pero es la muerte...,
Quizás es un "diario"
ResponderEliminarUn abrazo.
Podría ser Rafael
EliminarAbrazos siempre.
Eso pasa a diario en muchos lugares...
ResponderEliminarQue drama.
Si, la escena es habitual y lo ha sido.
ResponderEliminarUn beso.
Me encanta leerte amiga. Besitos
ResponderEliminarEres muy amable, muy encantadora.
EliminarBesitos para ti también
Duro, intenso y... Como siempre y todo lo que escribes bonito. Un beso
ResponderEliminarGracias por tus bellos halagos Eva.
EliminarBesos.
Me gusta tu relato, Besos.
ResponderEliminarGracias Amapola, muy amable
EliminarBesos.
Hola María.
ResponderEliminarLeí una carta escrita en epocas de guerra, donde la incertidumbre reina y la esperanza se aleja. Donde solo se puede pensar y sentir el momento.
Es magnifica.
Felicitaciones
Me alegra mucho que te haya gustado Ricardo. Gracias de veras.
EliminarSaludos cordiales.
Espectacular,María haces sentir,logras que uno esté en ese lugar,por un instante.
ResponderEliminarabrazos
Me alegro mucho si así lo has podido sentir, Ramón..
EliminarAbrazos y buen fin de semana
Transmites la angustia de la guerra de un modo muy vivo, con imágenes muy reales, cómo si vinieran de un testimonio directo. Impresionante.
ResponderEliminarHace algún tiempo que te leo, aunque no siempre me he animado a comentar. Pero tu sensibilidad me ha animado a nominarte para el Premio Excellence. Puedes leerlo aquí:
http://relatsdearena.blogspot.com.es/2015/01/premio-excellence.html
Abrazos
Agradezco tus palabras Ana. Eres muy amable. Muchas gracias por tu nominación.
EliminarAbrazos.