Me como el mundo, me lo
como con pan y su miga, se dijo. Por aquel entonces no habría nada ni nadie que
pudiera atreverse a contradecir, no por el timbre de su voz, no por su dedo
alzado al viento, en medio de la parra y del aljibe, el que osara contradecir
estaba perdido, porque era tal su convencimiento, que hasta las ranas dejaban
de croar, los sauces no movían un ápice de sus ramas, los mirlos y los cuervos
se quedaban paralizados, como si fuesen de cera.
Tal convencimiento en
mayor parte se debía a su edad, mozuelo era por entonces Anatoli, por lo
tanto debió tener toda la razón del mundo, si, realmente ese era el principal y
casi único motivo. Y ese otro motivo que le empujaba a descubrir el mundo más
allá de lo que abarcaba el grupo de casas de teja y de la iglesia y del
ayuntamiento y de la escuela y para agrandar un poco más el lugar, más allá del
pozo de agua que abastecía a los lugareños y a las bestias, no era otro que un
profundo interés que tenía por marcharse de su pueblo natal, y cruzar la
frontera y hacerse hombre y la idea de que algún día poseería algo suyo, algo
grande, por supuesto no sería una fábrica de puros, odiaba el tabaco, pero la
idea de comerse el mundo no paraba de rondar en su cabeza alfombrada de un basto
pelo negro. Anatoli también presumía de llevar un conspicuo mostacho
negro como la pez; entre la nariz y el labio superior se pertrecha todo un
monte de galantería, que, cuando la nieve caía copiosamente parecía más que un
mostacho, un merengue.
De modo que la idea más
sugerente, la que más lo empujaba a descubrir ese otro mundo detrás de las
grandes colinas y de las grandes montañas picudas, no era otra que, poder tener
una tienda de música repleta de clarinetes, violines, violas y pianos negros y
blancos. Soñaba que el mismo deleitaba a quienes pasaran por delante del amplio
escaparate, y que, irremediablemente entrarían y se sentarían en los sillones
de cuero rojo y negro.
Anatoli se pudo comer el
mundo, todo entero, recorrió casi todos los caminos, unas veces a pié, otras en
tren, pero lo que más le hizo feliz no fue la tienda de música, que nunca llegó
a tener, fue todo lo que pudo escribir en su cuaderno de notas mientras
recorría la India o Europa o de sobrevolar los Alpes desde el avión
de Crusoe, un hombre que conoció en alguna parte de Europa, porque fueron
tantos los amigos, que ya no atinaba recordar de donde provenían.
Luego entonces Anatoli
se comió el mundo entero, llenó miles de notas con todo lo que sus ojos
pudieron ver, y con todas las historias que pudo vivir y con todo lo que él
aprendió, con todas las mujeres que amó.
Seguramente la manera de
comerse el mundo sea otra, pero Anatoli lo degustó sobremanera llenado folios y
folios de mucha sapiencia, una espléndida bitácora expuesta en el museo
Hermitage.
Todos deberíamos tener la oportunidad de conocer mundo y abrir las piernas uy digo la mente jjajjajajaja. Me encantó tu relato.
ResponderEliminarBesitos amore
Sería otra visión interesante también amiga bella
EliminarBesitos a montones para ti.
Yo no me comí ni una baldosa...
ResponderEliminarBesos.
Ummm... es una pena
EliminarBesos.
Bonito relato que nos dejas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Rafael.
EliminarBesos y abrazos
que envidia! yo quiero también comerme el mundo,aunque sea el pedacito que asoma a mi ventana.
ResponderEliminarabrazos María
Abrazos Ramón, y gracias
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