Del parque que se halla en el mismo centro de la ciudad se alzan diferentes clases de tallos, ramas, y también palmeras.
De procedencia indistinta veo allí tallos, que surgen como torres: verdes, de hojas lanceoladas. Una extrema belleza.
Ahora hay transeúntes algunos se adentran para disfrutar de una mañana soleada como la que es ahora en estos instantes; otros toman asiento para leer la prensa.
Aquella señora se ha molestado, porque uno de los tacones se ha enterrado entre los zócalos. Quizás lo mejor que pueda hacer es dejarlo ahí.
Hay jacintos muchos jacintos, se me antojan infantes cuando salen en bandadas como los pajarillos. A la vida, al Sol.
Detenidamente observo a un caracol, es curioso, porque recorre una pequeña vereda con la parsimonia y elegancia que le corresponde. Se adentra, quizás también disfrutando de la mañana, cualquier vida aquí se hace un cielo azul, maravillosamente azul.
Aquel caballero se acerca a la fuente y hunde sus manos en el agua cristalina, y suspira, suspira como si se tratase de un alivio, algo que le haya estado martirizando.
Pero no dejo de ver el recorrido del caracol, que ahora se ha encontrado con cuatro más.
¿Un desayuno?
¿Una despedida?
Como quiera que hoy en este parque grandioso, su naturaleza verde, sus animalillos, los transeúntes, yo volveré a el, y es que una pretende dejar que entre la vida, respirando profundamente, observándolo todo.
Volver a la niñez.
¿Eres tú?
-¿Yo? .
Alguien dijo, pero siquiera pude ver su rostro.
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