Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Transnocho



 


A  primera hora del día el Sol ya aparecía abanderado, tendiendo todos sus rayos sobre la ciudad. Pero ella no estaba dispuesta a dejar la cama, más aún con la resaca de mil demonios que llevaba. Durando un rato el cuerpo se había abandonado en aquel mullido colchón.  El tic, tac, del reloj de cuco, los dos gatos maullando pidiendo el desayuno, y la vecina parloteando esto o aquello con una voz que perforaba los oídos,  pudieron con aquel cuerpo abrazado a la almohada. Era como si hubiera muerto. 






Pero el mordisco del gatopardo en el dedo gordo del pié hizo que, de un brinco, se encontrara en el suelo. Maldito gato, se dijo. Después de alimentarlos fue a la ducha. Allí la lluvia caía del cielo y las miles de gotas por entre la comisura de los labios, para llegar al pozo del ombligo, hasta los piés. 


Con plumilla hizo un esbozo de sus ojos, de su boca.  Dibujaba a horcajadas se sentía cómoda. ¿Volveremos a vernos?, se dijo. 




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