Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

jueves, 10 de septiembre de 2020

El jardín

 

Y así, como los demás vecinos del pequeño pueblo, no dejaba ningún domingo de faltar a la misa en la capilla de San Francisco. Claro que no era bien visto faltar al acto litúrgico, cómo podría evadirse de ello, qué disculpa daría, mientras observaba el jardín se preguntaba todo eso. !Tres lechugas!, dijo en un tono de total asombro  porque las lechugas no deberían estar donde las rosas, las hortensias, los jazmines.

Sería juzgada durante mucho tiempo si no cumpliese con los actos religiosos, sería la comidilla del pueblo. Además tenía que cubrirse la cabeza con esa especie de mantilla con bordados. Lo guardaba junto con una bolita de alcanfor. Debía ser respetuosa.

Pero en el fondo no comulgaba con ello. Tendría pues que asistir y saludar, y preguntar si les había gustado el oficio, y si irían a pasear al parque, comer alguna chuchería, o tomar una copa.

Definitivamente alguien pudo haber plantado las semillas en el jardín, alguien sabría que ella en algún momento se percatara de ello. No, no son rosas precisamente, son lechugas. Eso dijo. 

Era significativo que un jardín fuese casi un huerto. Esperó dos días más por ver si las lechugas seguían ahí. 

Una mañana en que el rocío de la madrugada dejaba pequeñas perlas translúcidas sobre las flores acariciando cada hoja, mimando sus esplendorosas y diferentes clases, que por motivo de la naturaleza y de la mano del hombre brotaban pequeños luceros en sus ramas, las lechugas habían desaparecido. 

No se sorprendería de ninguna manera, al contrario se alegró mucho, no por el espacio que ocupaban, si no porque la familia cercana a su casa, de vez, en cuando, dejaban caer los diminutos floreros en la tierra abonada para degustar con placer de ese vegetal tan bueno y sano.

Y es que no todo el mundo tiene un jardín. 



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