jueves, 5 de marzo de 2015

Debajo de los Flamboyanes



Que el tiempo se detenga para  esa señora que toma café y anota en su cuaderno, es algo extraordinario. Es una virtud hacer que desaparezcan ciertas cosas además de detener el tiempo; por ejemplo, los coches que en ese momento cruzan la avenida, esas señoras que pasan vociferando y enarbolando las manos de tal modo que pareciera una lluvia de confetis arrojada al cielo. Cada berreo, lluvias y lluvias de confetis. Es como si el banco donde permanece anotando esto y aquello la acogiera confortablemente con la calidez de un hermoso madrigal de versos. Son momentos circunstanciales esos, los que se advienen y se quedan, los que paran el tiempo. De modo que prosigue anotando y aseverando con la cabeza con la idea de que este o aquel  asunto sería lo mejor, el más acertado; distante de todo lo que en esos momentos estaba sucediendo alrededor, una abstracción propia de ella, realmente una mujer interesante, imbuida en ese caracol que contenía un espacio de tiempo estático, provocado por ella, por nadie mas, porque todo cobraba vida y sucedía: Los buses, las personas arriba y abajo de la calle, aquellos niños con el profesor en una pequeña excursión por la ciudad, nada de eso habría de hacer que el café, el banco que la acoge apartándola de todo, el blog de notas, dejaran de permanecer en ese otro lado, lo intemporal. A vista de pájaro, ella, y sin embargo tan lejos de lo cotidiano…,



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