Los cirios brillan con una incandescencia tal que parece el Sol. De modo que una se muere también en Semana Santa. Sopla un aire caliente como si el Cielo se preparase para llorar. Las calles que ando son estrechas, vestidas de esas piedras redondas y brillantes del paso del tiempo.
Ahora la señora Estévez sale de la tienda de sombreros, quizás se haya llevado el más bonito y elegante, eso es realmente lo que una piensa.
Si, es bonito. Lo lleva puesto.
Pero huele a incienso, y a jazmines. Las chimeneas humean, probablemente es hora de comer. Hay una banda de música en aquella marquesina. Es un grupo de jóvenes, menos el señor Domínguez que ya cuenta con muchos años.
La señora Eulalia camina hacia la Iglesia lleva un vestido largo, tanto que le cubre los pies. Me acerco a ella. Entramos al mismo tiempo. Una se sorprende porque admira los retablos, los cuadros, las luces de lámparas, el señor crucificado. (Es tan joven. Tiene un rostro bonito, pero está muerto).
Un gemido de dolor el de la señora Eulalia. Arrastra su cuerpo de rodillas hasta el altar.
¿Una promesa?.
Es un barbaridad eso. Es la culpabilidad, el arrepentimiento. Pedir perdón. Suplicar ayuda.
Rogar por todos los males. Estoy en una esquina y sigo observando.
Es necesario eso, me pregunto.
Para la señora Eulalia si.
Y es que cada cual puede ver la vida como sea que donde hayan nacido se les haya inculcado esto o aquello. Es una verborrea inútil. Las personas sufren por ello.
Fuera se escucha música. Es la banda de la marquesina.
De modo que salgo de la iglesia y me dirijo hacia allá.
El señor Domínguez con la batuta que alza arriba y abajo, izquierda y derecha.
Son movimientos suaves, muy cuidados. Es excelente.
Las escaleras que van a la marquesina están cubiertas de hojarascas. Aquel niño sube y baja varias veces. Y es que es mágico escuchar sus pasos en las secas hojas.
Hay un vaivén de gaviotas surcando el Cielo.
Como si por esas fechas todo el mundo se conmoviese, realmente es así, es una ceguera que en cierto modo proporciona una ignorancia sana.
Las alondras con su trino largo, musical.
La niña tararea algo mientras se columpia, fuera en el patio.
Una no puede dejar de observar, escuchar, opinar.
Todo lo que el espacio ocupa se envuelve de ese olor típico, incluso hay personas que se visten para la ocasión. A las señoras se les realza la figura: mantillas, mitones, volantes.
¡Oh!, pero realmente es agradable todo.
Y el olor se repite en ondas y ondas girando aquí y allá: incienso, jazmines.
“Me dejé llevar
por la ausencia”
Prefiero dibujar con letras
ResponderEliminarMás que con pincel.
Si se ve en la piel la hiel,
Que abandona toda pasión
De la pluma al palimpsesto,
Como ese ordenador en la horadada inconsciencia que sin saberlo, que digan que no, ja, que no, no.
No se puede cambiar.
Cambiar, cambiar....Que no!
Y ya que va llegando el final
Es la guerra del quizá,
En el reloj paran las horas
Y tus besos me acompañarán
En mi largo caminar por siempre.
Aunque la inconsciencia nos delate.
Yo también me dejé llevar por ella.
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