Cuando cae la tarde y el cansancio del día pesa como una manta de lana
sobre los hombros de hombres y mujeres, y los niños ya están dormidos por el
mecer de unos brazos, con las barriguitas medio llenas, se arremolinan junto al
fuego los que han cumplido un día más con el trabajo. Se los lleva una luna
gigante a soñar, y soñando se habla de la jornada, y se habla de los hermanos
que dejaron atrás en otras tierras. Del puchero en que todos comen, con pan
duro, y unas risas, y unos llantos; supura la remembranza un gusano que se
arrastra por entre los pies de cada uno, y al acecho están de que nos les
perfore las tripas, porque otra cosa no, pero hambre, si. Se miran a los ojos
¿Quién contará una historia? Dijo alguien con un mendrugo pegado a la boca. Se
frotan las manos, se acomodan y una vez acabado el puchero, un cigarro humea y
parece una centella al reflejo de la
hoguera; niña termina de amamantar a la criatura, le dice el joven esposo, y
que duerma como un bendito, que ahora viene la historia y vente conmigo junto a
la llama., y si te duermes mejor será, que ya basta por hoy las horas de
servir.
Insisten y empieza la obra, una historia para sosegar el cansancio, para
provocar el sueño: Antonino dice que las lunas a veces son traicioneras, porque
aún con su luz blanca matan los sueños y también asesinas porque han matado al
sol. Igual son las rosas, que engañosas muestran espinas. Mientras tanto se
hilan palabras, se hilan , y durante velada crecen esperanzas. Pero suena un
Tango, alguien con un bandoneón remendado, hace que baile la noche, la noche
con perlas adornadas, con luces de la otra ciudad que tienen delante. Y unos
jóvenes bailan abrazados a la esperanza, abrazados a sus tibios cuerpos, y
relucen los rostros, y gira la vida, y vuelve un nuevo día de tangos, de
trabajo duro, de olvidar por unas horas que allá se quedan las tierras, que un
día dejaron porque se les secaba el alma, y la piel, de un caldo que no quitaba
ni el hambre ni las lágrimas…
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