Que
ya es tiempo que lo haga, mamá, casarme. ¡Qué guapo es mi novio!,
que tiene la ropa de soldado, con su gorra llena de estrellas. Son
rayos de Sol sus ojos, si, mamá, si que son, son dos luceros
también…
Suspira
mi corazón por él y la noche es un vals de estrellas rodeándome.
Su esposa quiero ser mama, si que quiero, quiero porque lo quiero,
porque jamás querré a otro, ¡Dios me libre madre mía, Dios me
libre!
Me
dicen en sus cartas, madre, que cuando sale al patio, en el descanso
de las guardias, se pone a cantar lo más bonito para mí, que añora
España, madre; pero que vendrá pronto, que la guerra no es para él,
que se muere de pena cuando caen sus compañeros de batallón al lado
de él, que parecen marionetas con las tripas rotas y los ojos
grandes, madre, grandes de terror.
Y
que no le importa que la lluvia lo moje, madre, cuando canta en el
patio ¡Qué amor tan bonito! ¡Soldado por su patria y a la muerte
si es necesario, por valiente!
Me
dice también que cuando no está en las trincheras, se consuela
madre, con verme en la foto. ¿Te acuerdas madre? Aquella foto que me
sacó el cura del pueblo, iba yo muy derecha y lozana, y guapa, y muy
decente…
Que
duerme con ella bajo la almohada, en las tiendas roídas, bajo la luz
de alguna estrella, mientras pasa la noche para que vuelva la guerra
en cuanto salga la luz del Sol. Un arroz con habichuelas le haría
yo, para que no pase hambre, tan limpio lo pienso tener, que la gente
se vuelva cuando paseemos por el parque, el parque de mi infancia. Un
parque bendecido por Dios, lleno de mariposas de colores, una fuente
con agua brillante, que se alza al Cielo, cuando la brisa de la tarde
se hace fuerte. Coplas y más coplas sonarán, cuando pasemos delante
del quiosco de flores, de la marquesina, eso si que será lo más
hermoso, madre…
Que
me cuenta en las cartas con el salero que Dios le ha dado, que me
quiere a mi sola, que muere por tenerme en sus brazos, y que yo me
sonrojo, madre, que soy mujer decente y buena. Pero un hombre es un
hombre, y ha de ser lo que le complazca, porque para mí, nadie más
en la tierra…
Anoche
cayeron las bombas cerquita, me dice, cayeron como cuchillos, y
mordieron como lobos hambrientos. Pero la valentía de mi hombre hizo
que siquiera se inmutara, madre. Me dijo que nada de miedo pasó, que
él es un hombre valiente, y, que si muere en la guerra, será por
algo, porque a hombre y varón no hay quien le gane.
Sabrás,
madre que fue torero, en su día, que no llegó a la fama, como
otros, pero que mató a muchos toros, y que ya se había acostumbrado
al olor a sangre, y también a los gemidos del animal, mientras lo
remataba. Yo todo eso lo entiendo y me gusta que mi hombre sea así
de valiente, por el modo en que rasgaba las tripas del toro, por el
modo en que se comporta, cuando cerquita, muy cerquita caen las
bombas. Él no llora como los demás, él siquiera reza un
Ya
no veo el día en que termine esa contienda, que siquiera se porque
se lucha, siquiera se, porque se muere en ella. Ni que los niños
lloren de hambre, ni que las madres tengan ni una gota de leche en
sus secos pechos del miedo. ¿Dónde la has encontrado?
¿Qué
cosa?-
La
carta, Jimena, la carta-
Que
me la dio la tía Inés un día, cuando visité el pueblo.
¡Qué
pena de mujer la tita Bernarda!, se dijo la muchacha, mientras
doblaba la carta y la guardaba en el pequeño cofre de plata, con
pespuntes de oro fino. Todo preparado para la boda, con su novio
flamante, y ella, con un velo que en cascadas llegaba al suelo, y
para qué decir ese cante jondo que sonaba y las palmas que no
cesaban, porque una boda, es una boda. Y es que a ella le gustó así,
una boda formal, una boda sonada en el pueblo, con los mineros
cantando fuera, en pleno mes de noviembre, cuando cae el relente, y
la lluvia cala los huesos y empapa el alma…
Eso
consiguió. Un hombre como es que más, un valiente venido de la
batalla, entero y valiente. Suspiros de amor se advinieron entre los
dos, ella, pura y sonrojada, él deseando tenerla esa misma noche.
En
Cádiz fue la luna de miel, en Cádiz supo la novia lo que es un
hombre. Entre fandangos y vino, se convirtió en su mujer, se la
llevó el río, se la llevó. Un río que la devoró entera, que
lastimó su pecho, que lastimó sus muslos, pero un río bravo y
valiente.
¡Qué
pena de mujer la tita Bernarda!, se volvió a decir.
Clara,
Victoria, proclamaron la libertad de la mujer. Gritos de justicia.
Sabias palabras. Pero ¡hay señor! ¡Qué pena más grande, ver a la
tita Bernarda, en su tumba tan bonita! Rodeada de flores secas y
amargas, y púas de rosa en sus manos, y su cara tan linda de madre
reseca del tiempo, de barrotes, de mordazas en sus labios…
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