Se
abre el telón
El
primer día te comen los nervios, si, si, te comen literalmente; y es
que, cuando una se halla en el escenario, no solo te comen los
nervios una sola vez, no, no, no. Todas la veces que tengas que salir
e interpretar, dar vida a un personaje, cantar, gesticular..
Afortunadamente
aquel bichito que te comía las entrañas desaparece, se esfuma igual
que el humo de un cigarrillo. Unas horas antes ha habido un pequeño
ensayo, eso apacigua algo el momento en que te ofreces en cuerpo y
alma para que el personaje que llevas dentro resurja y tú, te quedas
a un lado, en silencio. Pero antes de eso hay que vestirlo, hay que
maquillarlo, hay que darle vida, eso es algo maravilloso. Una vez que
hayas dispuesto a tu personaje, te miras al espejo y créanme señores
y señoras, que quien sonríe o llora en esos momentos, ya no soy yo,
no, es ella, o él : Una dama arrogante; una señora misteriosa que
proviene de los bajos fondos, o del más allá. El caso es que pasas
a un segundo plano, porque tu personaje tiene, si se lo propone, alas
para volar. Una vez, una jueza me guiñó el ojo, si, si a mi. Estuve
sin poder pestañear unos segundos, porque allí, el espejo, estaba
ella, guiñándome un ojo con un desparpajo impresionante…¿Soy
yo?, Me dije. Soy yo, me dijo la jueza, seria, y al mismo tiempo con
cierto descaro.
¿Le
he hablado del camerino?, no creo que no.. pues el camerino es el
refugio de los actores, de los cantantes, de los mimos, etc..
Es
un cálido lugar en el que una se siente acogida, protegida. La bolsa
en el suelo, y en las perchas: las capas, los tirantes enormes; los
sombreros; el vestido de lentejuelas; el habito; la toga y demás
vestuarios...que desean tu cuerpo, desean tus ojos, tu voz , tus
manos, tus piernas, toda tu piel; pero ¡oh! el camerino, en cierto
modo, parece como si una estuviera en casa, tomando un café,
mientras prepara los accesorios , con delicadeza, con mimo. El atrezo
está dispuesto entonces…
¿Quieren escuchar la historia de
Nora? Nora no era yo, era ella, Nora; una vez que la vestí, y, una
vez que la maquillé mirándome a la cara frente al espejo.
Hace un tiempo tuve que crearla a
ella, a esa señora que moría en los brazos de un caballero: La
escena fue poco motivadora diría yo. Pero si fue expectante, y algo
aterradora. Voy a tratar de recordar al personaje: No era enjuta,
para nada, no tenía el pelo largo, no fumaba; eso si, era el animal
más bello del mundo. Pero no era Julieta, ni era Lady Macbeth, era
¡Nora! Si, era ella, la mujer que en su castillo, en el sótano,
guardaba miles y miles de cabezas humanas, cabezas con pelo, sin
pelo, y calaveras con las cuencas de los ojos como cuevas roídas por
el tiempo, o por las ratas. Su siniestro castillo se hallaba en lo
profundo del mar y no en una colina, ¿Curioso, no? Pero así es el
mundo de la magia del teatro. Me encantan los guionistas, los que se
atreven con casi todo, son personas venidas de otro mundo, o eso
pienso yo, claro…
Nora desbastó una ciudad entera de
cabezas. Todas las cabezas de todos los señores: Las cabezas de los
panaderos, las cabezas de los abogados, de los que gestionaban la
política de aquella preciosa ciudad, y un sinfín número de
personas dedicadas a sus menesteres…
He de reconocer que fue un papel
impresionante. Tuvieron que pasar unos días para poder convencerme a
mi misma que Nora era ella. De modo que, un día un caballero le
quitó la vida, pero antes la sedujo, y cuando ya la tenía en sus
brazos le clavó un puñal justo en el corazón, se lo partió en
cuatro mitades, pero el infortunado caballero, aún en el mismo acto
de hendir el puñal, ya se hallaba desprovisto de su preciosa cabeza;
!qué brillante era Nora¡ qué inteligencia la suya de asesina. Él
también murió, claro está...
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