Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 10 de mayo de 2017

De olvidos





El zapato derecho, en el pie izquierdo, y una magnolia en el pelo. Sonríe ante el espejo redondo con marco de bronce, en el pasillo…A veces se vuelve,

Escupe en el bordillo de la baranda que llega a la azotea, con la cara de pilla, con el pelo negro como la pez; con las manos arrugadas y resecas. Como una niña traviesa escupe a las cabezas de las limpiadoras. Lavan la ropa en la piedra, le regañan. Sonríe.
Ella recorre el pasillo hasta el final, donde el patio, y vuelve tras sus pasos, una y otra vez, varias veces al día. Esa pared de recuerdos: Retratos; un mar azul con olas; cuadros aquí y allá. Hay una mancha en la esquina, cerca del techo; ella se fija y sus ojos se abren sorprendidos, parece una luna, se dice, o quizás un farol de aceite, vuelve a decir…A veces la mancha es redonda, otras, con aristas, pero es una luna o una lámpara de aceite...
Se ha olvidado de los geranios, se ha olvidado de comer. Se olvida. Pero llega al fondo del pasillo: El patio de geranios, con la silla a un lado, y los dedos del sol que se adentran, por la mañana, por la tarde. Gotea una lágrima, gotea otra, de sus ojos, pero sonríe, pero no sabe bien lo que sucede. Los niños están en la cocina con mamá y las voces se le antojan pinzones azules, en aquel árbol de su memoria, de bajo de la gran roca, las casitas, blancas, con tejado; corren a verla, expectantes por si se gira, por si los conoce, algún gesto, un guiño, algo que haga que ella abra los brazos, para todos.
Pero no, nada, siquiera el pequeñito le es conocido, lo besa, pero no hay mueca; en su boca, hay silencio.

La llevan por la avenida, y cruzan la calle, a la tienda de sombreros, no quiere caminar, pero la llevan de la mano. Aquellas personas se sorprenden, al verla sonriente, con el mandil verde, de flores.
La papilla le sale por la esquina de la boca, es un hilo de baba que recorre el cuello, el pecho, y se queda en su regazo, como si fuera un tesoro, pero es una pasta sosa, sin color, sin sabor. Pide pollo, pero nadie le da, siquiera un pedazo, ella lo ha visto, en la mesa, es dorado, con purpurina.

En el lomo de las sardinas hay un montón de pequeñas estrellas, sonríe porque es divertido, no sabe de donde vienen, pero le gustan.
En el techo de la habitación aparecen de vez en cuando luminarias. No quiere dormir hasta que no se van.
Estas recorren casi toda la habitación, se deslizan por las paredes. Tienen pequeñas alas transparentes, y algunas se escapan por la ventana, cuando los postigos están abiertos.
Y tampoco quiere dormirse hasta que la tela de araña deje de balancearse…es un precioso jersey, con adornos, pero aún le falta la sisa, seguramente falta hilo, se pregunta.


Mientras duerme, sueña con el barranco, con la gran roca. Un inmenso piélago de estrellas, arriba, en el cielo. Corre veloz como un potrillo, con las trenzas negras y dispares, con los zapatitos roídos. Los almendros en flor, la comida en la casa: Gofio, papas barqueras, mojo, atún. El agua fluye desde la montaña, los cabritillos corren para abrevar. Los surcos en la tierra llenos de semillas. Los sueños de niña, el futuro.
Pero nadie sabrá, lo que ella soñó, la noche anterior...


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