Llegué
a casa, los gatos dormían y los mirlos
se acurrucaban en las ramas del drago, y el algún cardón...
Un
puntapié, y la puerta ya estaba cerrada. Pero aunque ya me había deshecho de
esos malditos y preciosos tacones aún quedaba la falda de tubo y la blusa con
lazada, y las medias. Y las ganas locas de una ducha caliente, una ducha de
esas que acarician cada centímetro de la piel y se hace un río que lame el
rostro, y casi fustiga la cintura, la espalda, los muslos y más...
Borracha
de todo me vine, me vine con las ganas de alguien que no quiere desaprovechar
siquiera un instante de loca vida; de parlotear esto o aquello. Una copa, otra,
una mirada, otra. Un gesto... mmm un, gesto. J...
Me
senté, y las medias se deslizaron como cuando las gotas del rocío recorren la
hoja, verde, húmeda... acariciando y cayendo al suelo, hasta posarse en la
baldosa perlada de cuadros negros...
Recogí
mi pelo con algunas horquillas, luego bajé la cremallera de la falda, treinta
centímetros de cremallera roja: Se quedó en el diván llena de lentejuelas, unas
blancas, otras negras. Abrí las piernas y bostecé, el cansancio ya me podía,
igual que me podían las copas, el humo, el ruido, la música de aquel saxo; y los labios de él, gruesos, y su
mueca, provocativa, qué manera de hacer música , más que música, diría
yo..ummm... J
Quise
terminar de desnudarme, quería
relajarme, el corazón aún palpitaba, inquieto.
Casi
me arranqué la blusa, salió volando por la habitación y graciosamente quedó en
la esquina de la ventana, me pareció una bandera ondeando, me hizo gracia,
sonreí, pero el hipo me provocó una tos absurda, tomé agua.
Luego
me tumbé en el diván, ¡qué gusto! ¡Qué paz!... Jugué un rato moviendo los dedos
de los pies, como si fueran esas
mariposillas diminutas que revolotean alrededor de un parterre, sonreí. J..
Aún
sentía el latido de aquel mordisco en mi cuello, palpé, sangraba un poco, pero
eso me gustó, al fin y al cabo yo desayunaba, comía y cenaba con ese río
púrpura en una copa; y es que a veces sucede que, los instintos son como lobos
hambrientos, lobos que buscan su presa para devorarla, una manada de ellos
agitaba mi pecho, devoraban por dentro todo el fuego, todo el deseo, las
burbujas en mi estómago hervían como la lengua de lava de un volcán; una lengua
que recorría todo mi cuerpo, calcinándolo, en breve moriría, pero renacería y
sería para siempre, como siempre. Sabía
que pronto amanecería, pero seguí en el diván admirándome: Una visión bella
contemplar un cuerpo incorrupto: Una pradera hermosa... un ombligo como un
pozo... qué lástima tener pequeña la lengua... L
Unas descripciones perfectas que me han hecho estar presente de principio a fin.
ResponderEliminarBesos!
EliminarSiguen sorprendiéndome tus relatos, mariposilla :) Estupendo
ResponderEliminarBesitoss
Muakssssss!!
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