jueves, 10 de noviembre de 2022

El regreso de Rosa María.

 




De chica se había criado en el campo. Nació un día de enero frío, de ese frío que aunque cale los huesos es un soplo fresco para las almas; necesitan eso, sentir una lluvia de besos fríos, un piélago de ellos desprendiéndose desde el Cielo como gajos de mandarinas.


La niña era preciosa: un pelo negro como la pez, unos ojitos brillantes como la Luna.


A medida que pasaban los años y casi sin percatarse, los padres de Rosa María se sorprendían porque así, sin más ya se había convertido en una muchacha hermosa.


Por aquellos tiempos las chicas se casaban pronto, había que hacerlo según la sociedad: tener hijos y cuantos más mejor. Hacendosa en el hogar para que el esposo al regreso de su trabajo fuera recibido con honores.


Todo limpio, inmaculado.


La muchacha obedeció sin resistencia alguna.



Aconteció un día en el que había recibido el don de la maternidad y luego pasados unos años volvería a traer al mundo a otra criatura, de modo que cumplió con los mandatos de una sociedad que sólo imponía y no había intercambio alguno, siquiera otra oportunidad, teniendo en cuenta que había nacido en el seno de una familia humilde.


Llegó el momento del parto: una preciosa criatura.



Rosa María era muy feliz con su bebé entre sus brazos. (en realidad eran dos niñas).


Pasaron unos años. La niña contaba con cinco años de edad.




Retrocediendo en el tiempo, Rosa María, mientras duró su infancia había sido la niña más feliz del mundo, tanto que rebosaba ese perfume de dioses alrededor de ella.


Una niña sensible y muy sentimental, pero al mismo tiempo pícara y traviesa.


“Más alto, más alto”, decía al columpiarse.


Cuando alcanzó la edad de los ocho años la niña comenzó a tener problemas de alergias alimentarias.


En una reunión familiar la tita Lucrecia había repartido almendras para los niños de la casa: hermanos, primos y amigos.


“ Tita, tita, Rosa María no respira, dijo uno de ellos”.


Como es de suponer la tita Lucrecia acudió rauda y contemplo lo dicho: Rosa María no respiraba.


De modo que agarró a la criatura y giro su cuerpecito intentando de algún modo salvarle la vida.

Pero no bastó con eso.


Ya venía de camino el médico del pueblo. Unos minutos después respiraron tranquilos todos.


Había vuelto a la vida milagrosamente.


Pues bien volvamos al presente.


Cuando la criatura de Rosa María contaba con los cinco años de vida, y su hermanito con un año, se habían propuesto reunirse en casa de los abuelos para celebrar las fiestas navideñas.


Todo el mundo, incluso Rosa María se habían olvidado de sus alergias alimentarias.



La mesa adornada con toda clase de abalorios de colores: renos, estrellas, copos de nieve, en medio los alimentos: pavo con ciruelas, galletas de almendras, licores, jugos, pasteles de gloria y cerezas, un rojo que brillaba en el comedor.


Rosa María llevaba un precioso vestido verde con pedrería alrededor del cuello, estaba fulgurante, y feliz. (una felicidad ficticia pero aún no lo sabía).


Llegado el momento de los postres y el café, los puros y el coñac, cada cual disfrutaba de aquellos manjares charlando en paz y complacidos por la suerte de poder celebrar.


La vida a veces sorprende con los giros, claro que si. Al fin y al cabo todo es efímero. (el ejemplo de las mariposas).


La tos de Rosa María llamó la atención y mucho, porque de esa tos pasó a no poder respirar y pasados unos minutos cayó al suelo, muerta.


Inesita, la niña de Rosa María se había asustado mucho y lloraba intensamente llamando a su mamá.


Un llanto largo, intenso, un llanto desgarrador.


Rosa María se iba con una paz inmensa, una felicidad que jamás había experimentado: el nirvana. Se hallaba plena, una maravillosa caricia envolvió su alma.


No quería volver, pero los gritos de la niña hizo que se arrepintiera de llegar al paraíso.


Y regresó.











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