Y sin embargo, ese tramo de escalera de nogal parecía que subía al cielo, porque arriba en la otra planta brillaban los focos de las estrellas y la luna cuando llenaba. ¿Un café? , dijo la muchacha bajita, la otra señora leía un cuaderno de textos emborronados que había rescatado de un viejo baúl de su bisabuelo de cuando luchó en el frente con un puñado más de jóvenes muchachos con fusiles y manos temblorosas, y sintiendo el estruendo dentro de sus oídos, jamás volvieron a soñar otra cosa. Había dejado por unos momentos los folios viejos y tomó aquel café que humeaba igual que la chimenea y que saboreó mientras su pensamiento retrotraía algunas de las múltiples imágenes recreadas mientras leía: un muchacho que apenas podía sujetar su fusil, otro yacía a su lado con el cuerpo aún tibio y algunas lágrimas se habían secado. El oscuro echarpe de la noche cubrió la primera y la segunda planta de la casa y la envolvió de un púrpura con destellos de los últimos rayos del sol. El desayuno del amanecer pintaba igual que un lienzo el porche porque el sol caprichoso adentraba sus dedos en el. Retomó la mujer las páginas amarillentas de otro siglo y esta vez saboreó cada instante con zumo de naranja y una media sonrisa.
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