domingo, 3 de marzo de 2019



Piano y Cello, y sueños

Hace mucho que no paso por el camino de las Mantecas. A veces me duele pensar que la casa sigue ahí. La fachada maltrecha desde que las puertas, y ventanas, quedaron cerradas. La madera reseca, sin color. Se quedó olvidada. Pero los recuerdos se quedaron, dentro.
La hilera de balaustres sigue en pie. De lado, a lado.


Por aquellos años se veían las enredaderas, los jazmines, rodeándolos. Qué perfección de la naturaleza, y es que, el amor lo envuelve todo, es todo tan puro. Ellas se entrecruzaban, se daban la mano, y poco, a poco, los colores eran protagonistas. Alguien barría la azotea cada mañana, y los claveles en los macetones agradecían, que, aquellas manos divinas les diera la  vida, con el cazo de agua. Pero todo era silencio, calma, como cuando la mar se aquieta en un sueño profundo, como cuando una madre canta una nana.
Mañana iré, si, iré a verla. Besar con mis dedos las ventanas tristes, la puerta sin vida.
Iré, porque antaño fue el hogar más bonito que he conocido. Como si una bandada de mirlos siguiera, detrás, en el patio. Un patio con un banco, y una pileta para la ropa.
Y verlos, cada cual con sus cosas. El potaje huele bien. La vitrina de la entrada, los cuadros de retratos, de rostros jóvenes, con sonrisas de hambre, de asentir por el miedo. No fueron tiempos fáciles, no lo fueron. El gran dictador era aquella nube negra que acechaba.


Mañana, iré, si, iré y besaré las ventanas con mis dedos, y la puerta, y el pomo, que no quiere girar, no quiere.










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