Y
se habría despertado con el mismo sueño de siempre. Un piano en
medio de aquella sala. Una habitación, ni tan grande, ni tan
pequeña, con las cortinas púrpura ondeando por la brisa, que con
sus dedos, no dejarían de acariciar el terciopelo.
El
incesante ruido de la fuente en el patio, como un chisporroteo de
luces que se mecen, una y otra vez, al fluir el agua, ese ahogo de
bienestar, que se propaga alrededor de la casa. El chip, chip, de un
acuoso mundo dentro de una pileta, tan bellamente expuesto en el
terrazo.
Un
sigiloso topo rasgaría las vestiduras de la tierra, donde los
plantones de rosas esperaban resurgir, este hallaría el modo de
atravesarla con una maestría, que sin duda alguna, obraría el
milagro de la naturaleza. De modo, que amén de todo eso, el ulular
del viento sería grato para los que, en la noche no pueden conciliar
el sueño, o eso creen, por querer inspirarse al mirar por la
ventana, y ver, los abatidos lirios, y, aquel naranjo que en vaivén
se inclina varias veces, luchando por quedarse inmóvil, plagado de
fruta olorosa. Alrededor la calle vacía. Siquiera alguien, que se
dignara salir. De manera que, habría un silencio angustioso de pasos
aquí y, allá. Porque es justo la hora esa de la madrugada, en que,
la quietud de las personas pesan, porque dormitan como si una muerte
súbita se los llevara por unos instantes, para luego volver, y
quizás acomodarse en alguna postura más placentera.
Como
quiera que las horas de la noche tienen el color gris adornando los
tejados de las casas, sobreponiéndose a los rayos del sol, hay
ondas, que en todo momento sobrepasan el límite, que ningún humano
pueda percibir, siquiera ser conscientes del estado, en que se
podría revelar su materia, algo, que de momento pueda ser tangible,
pero que, como una fusión, se pueda volver intangible.
Quiso
hacer un café corto, para poder seguir sintiendo todas esas
sensaciones, esos ruidos de la naturaleza, la quietud que sentía en
el pecho, sobreponerse ante tanta belleza nocturna. Siquiera se
habría dado cuenta que sus pasos sonaban como cuando algo cae al
corcho,o a algo mullido.
Pero
se detuvo. Un sollozo en la antesala hizo que retrocediera. Salió de
la cocina y se acercó sigilosa hacia la persona que lloraba, tapando
su boca con un pañuelo, por no gritar. Se quedó sentada a su lado
para consolarla, pero siquiera advirtió su presencia, siquiera dijo
nada, un desconcierto grande la hizo reflexionar el porqué. Dado que
enfrente, justo enfrente se hallaba un cirio y luego, otro, y otro, y
como la joven no dejaba de llorar; ni caso alguno al querer
consolarla, se acercó más hacia el foco de luz de los cuatro
cirios, pero sus ojos salieron de las órbitas, sus manos frías
temblaron, y no pudo gritar, no pudo: Ella, con un sudario y un
rosario, en el sarcófago, plácidamente dormida, esperando la
desaparición de su cuerpo.
Es como una pesadilla, en ese final, al que quizás, alguna vez, todos hemos vivido en sueños, de una ú otra manera.
ResponderEliminarUn abrazo.
Siempre agradecida Rafael
EliminarAbrazos
Me he metido en tu descripción desde el mismo momento que empecé a leerla, hasta llegar a ese tremendo final.
ResponderEliminarTracy eres un encanto.
EliminarTus letras me hacen sentir
ResponderEliminarBesitos mi niña bonita
Mi linda genia te quiero
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