Ahora ya casi ni se llevan, se dijo, mientras observaba sentada en
un banco el recogido que se elevaba en la cabeza de la mujer. El broche
ajustado al pelo brillaba y lanzaba miles de pequeñas chispas de colores
según la luz que hubiere recibido a medida en que se adentraba en el parque.
Por lo tanto entre las ramas de algún sauce y entre los parterres llenos de
flores silvestres habría desaparecido la silueta, conforme el paso del tiempo
todo se habría ido con ella; el broche sujeto y brillante desaparecería y, el
frondoso parque cuando la noche cubriera las copas de los árboles anegando
con el negro carbón de sus dedos.
Algún día ella tampoco habría estado ahí, en el banco. Se
esfumarían todas las secuencias que una, a una, hubieren pasado por entre el
camino que daba al parque, ya no se erguirían los setos, y los bancos, serían
simples imágenes fantasmales a veces vociferando, y otras, con lágrimas
brotando como un chorro de fuente en medio del desierto. Probablemente la
rambla y los puestos de castañas esperarían por los transeúntes y esperarían si
así hubiese sido, doscientos años, pasarían caballos con sus carretas; coches
con señores y señoras bien vestidos; jóvenes muchachos riendo y correteando y
se anegaría una y otra vez de blanquecino humo la avenida. ¿Qué habrá sido de
la señora con el broche en el pelo?, se preguntó. ¿Cuánto tiempo hubo
permanecido entre los sauces?- Quizás fue una señora feliz o, por ende,
desgraciada; pero tarde o temprano desaparecen toda clase de infelicidades;
desaparecen las risas…,
Se había esmerado en observar con atención aquellos hombres que
charlaban amistosamente a medida que se iban aproximando por el camino hacia el
parque y, justo a su altura, donde ella permanecía sentada con un libro entre
las manos, se habrían detenido para preguntarle afablemente por la entrada
principal del jardín botánico. Por supuesto estaría dispuesta a responder, cerraría su libro de poemas y señalaría complacida de haber podido ayudar a
esos caballeros que el tiempo hubiere puesto en su camino, esos mismos señores,
que, ya formaban parte de esas secuencias en su tic, tac y, a medida que
transcurren las horas todo se va trasformando en otro tiempo, recuerdos, voces
aquí y allá. -Nada más tienen que coger ese camino corto y a la derecha
la entrada al botánico, respondió- Con mucho gusto les habría acompañado,
si, realmente sería para ella maravilloso poder llegar hasta la puerta y señalar:
Señores, aquí la entrada al botánico, que tengan una hermosa mañana y disfruten
de la extensa flora- Eso pensó unos minutos antes, cuando pudo imaginar a
los caballeros charlando de camino al parque, cuando imaginó a la señora con
broche ajustado al pelo, que se había adentrado entre los sauces y, que nunca
más supo de ella. Cerró el libro de poemas y se asomó al ventanal y pudo
contemplar miles de hologramas tridimensionales que pendían en lo alto, cada
uno, con una historia diferente, cada uno con muchos amaneceres, y muchos
anocheceres y cada uno, con miles de bocas hambrientas y cada uno, con miles de
carcajadas…,
Bonito relato el que nos dejas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Rafael,
EliminarAbrazos y besos.
Hastío...
ResponderEliminarBesos.
No quería plasmar hastío en el sentimiento del personaje, pero tu lo has interpretado asi, lo cual es normal desde la perspectiva personal.
EliminarBesos.
Precioso relato. Un beso
ResponderEliminarGracias, Eva.
EliminarBesos.
como siempre describes los instantes llenándolos de sentimientos,haces que el lector vea por los ojos de la protagonista y sienta lo que ella siente.
ResponderEliminarya nos hemos reunido el consejo de redacción de la revista de la que te hablé,pronto entrará en imprenta,cuando salga te enviaré un ejemplar.
Abrazos
¿Te he dicho que eres un encanto de persona?
EliminarMuchas gracias , Ramón.
Abrazos .
veo en el relato el paso del tiempo y la angustia del personaje al saber que ella también desaparecerá como la dama del broche, saludos María
ResponderEliminarQué bien verte por aquí.
EliminarUn abrazo fuerte.