Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 18 de julio de 2014

Tardes en julio


Mirmande sería muy apropiado dijo Eulalia, sería una buena idea para pasar algunos días de descanso, de esparcimiento, lo había visto por casualidad, si, eso había sido, porque al fin y al cabo las casualidades están ahí, delante de nuestros ojos para hacer de hada madrina…,
Mientras tanto las conversaciones en el salón que daba al pequeño jardín, y en el cual los rayos del sol a esas horas de la tarde entraban cálidamente y con un color extremadamente hermoso, tanto, que la estancia recobraba un aspecto diferente del que habría tenido dos o tres horas antes; mientras todo ese halo luminoso y ocre acaparaba cada palmo del empedrado suelo, o cada palmo de las paredes atestadas de retratos sepia, las mujeres no dejaban de parlotear, ahora estarían hablando del transcurrir de los años y de aquellas diversiones juveniles; aquellas horas que compartieron unas jóvenes muchachas que tenían la cabeza llena de remolinos, de inquietudes, y esos remolinos llevaban dentro miles de mariposas revoloteando aquí y allá, adentrándose en un bosque repleto de ramas verdes, de pajarillos piando, saltando de rama en rama, allá una rama más lejos, y allí un pozuelo de cristalinas aguas y ellos vendrían y se sumergirían en aquel lago de sorpresas…,
De modo que Eulalia era la que más hablaba, la más expresiva de todas, seguramente lo había sido siempre, aunque en realidad nadie se habría percatado de ello, sería igual que tener un parterre lleno de lirios, y solo advertir el color del enrejado que sostiene las flores…,
 Desideria se esforzaba en aparentar casi todo, su modo de vida, sus viajes, todo ello aderezado con la magia de sus palabras, que parecieran un bello discurso escrito horas antes para exponerlo, para merecer esos aplausos que tanto la alentaban…,

¡Ah divinidad de pastel!, eso dijo Nora, con los ojos bien abiertos admirando los dulces encima de la mesita; ya había digerido uno y ya se había liberado un maremágnum  de endorfinas igual que una bandada de estorninos picoteando aquí y allá…, si así sería ciertamente.
Todo eso parecía trivial, algo tan exactamente igual que sobrevolar un campo de trigo inexistente, un campo de espigas convertidas en un montón de cenizas, sobrevolar, sobrevolar y ver cómo se disipa la esencia, los pequeños átomos que habrían llevado dentro el verdadero motivo de aquella merienda entre  amigas.













6 comentarios:

  1. Como siempre,dibujando con tus letras esos momentos que se diluyen en la memoria,pero que quedan para siempre en el papel y ¡de una manera tan entrañable!
    feliz finde

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  2. Ahora las amigas no meriendan.
    Están mirando el móvil siempre.

    Besos.

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