Me sentí atraída por el coro y el olor a incienso. El portalón crujió y pude sentir cómo le dolían los siglos. Lentamente caminé por el largo pasillo de mosaicos con escenas de la liturgia; el eco de las voces envolvía el templo abrigando sus frías paredes.
Los rostros se mostraban borrosos, algunos lloraban incansables. Por mucho que quise no pude reconocer a nadie. El olor de los cirios cada vez era más intenso, una niebla de humo bordeaba el féretro. Me acerqué temerosa. El anillo de plata con incrustaciones de zafiros que recibí por mi aniversario, se encontraba en uno de sus dedos. Mis rosas preferidas adornaban su pecho y en la primera fila, se encontraba él, con la mirada perdida.
Pues sí, y no es para menos.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Amapola
Eliminarbesos
Todavía no era su hora.
ResponderEliminarBesos.
Agradable tu visita
EliminarBesos
Y, por mucho que queramos, no podremos reconocer a nadie...
ResponderEliminarEspléndido, de verdad. En mi opinión, lo mejor que te he leído nunca.
Salud-itos
Pues muchas gracias, Amando.
EliminarSalud-itos!
Será posible que podamos contemplarnos a nosotros mismos en nuestro funeral...por si acaso a mí que me hagan un karaoke
ResponderEliminar:)
Besitos amiga
Jaja lo del karaoke ya es demasié!!
EliminarBesitos amiga :)
He llegado hasta aquí, no sé muy bien cómo, pero me alegro. Encontrar este micro donde la protagonista descubre casi al mismo tiempo que el lector, que ella es la ausente, de forma tan magistralmente narrado, en un regalo, gracias.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Rosy
Muchas gracias Rosy, me algreo que te haya gustado el micro.
EliminarMaría Estévez