Todos los días la señora seria se levantaba muy temprano para ir a comprar el pan y la leche, porque en la madrugada todos los olores de la noche aún permanecían mezclándose con los cirios de las farolas y con los lirios y con las flores de azahar. La señora seria recorría aquel camino con un entusiasmo desbordado y con los ojos bien abiertos y aspirando el almizcle, la lechera en una de sus manos y la talega en la otra hasta llegar al destino para luego volver con la tibia leche y el pan recién horneado. Era tan seria que los niños le temían, los vecinos saludaban con cierta aprensión y la maestra del pueblo la respetaba mucho. Una vez el alcalde y el médico hablaron con ella con la intención de saber el porqué de su aspecto sobrio, pero la señora seria no respondía nunca, y seguía su camino.
Ella cuando se quedaba sola respondía a todas las preguntas del alcalde y del médico y a veces de la maestra: Una no puede sonreír cuando el cielo se oscurece con una tela gris y cuando una sabe que hay niños muertos encima de cualquier madero o en la ruinas de cualquier ciudad, se dijo. Y volvió a decir por la tarde cuando se encontraba sola: Una no puede sonreír cuando la tierra en que se vive se muere por las bombas y los rostros de las gentes se desfiguran por la metralla.
No señor, no, se dijo. Tomó la lechera y tomó la talega y cuando empezaba el día se dispuso a los de todos los días a esas horas.
Pues llevaba razón, pero también es obligación sonreír y con ello hacer la visa menos agria.
ResponderEliminarLa señora seria es como deberíamos ser todos.
ResponderEliminarCómo se puede sonreír ante tanta tragedia?
Besos.
Si estas cabezas nuestras no nos engañaran con floripondios, iríamos todos serios por la vida con la que cae. Y por otro lado, benditos floripondios.
ResponderEliminarBesitos amore
Pues así visto, todos llevamos una señorita seria dentro.
ResponderEliminarBesitos .