En
el tintero habría una rosa de rafia, es significativo que esa pieza
tan especial haya sido lugar donde algo hermoso reposa. Como los
sueños cuando habita un cercado de estrellas, un bosque.
El
soplo de aire se ha colado por dos ventanales, ahora avanza para
dejarse caer como un pañuelo de seda sobre el escritorio, que ha
permanecido un tiempo considerable sin manos que lo toquen, sin
historias en los folios ausentes.
De
una ciudad que considerablemente se me antoja triste, gris, sin la
propia esbeltez que hubiera podido conservar, por sus monumentos, por
aquel café donde años atrás las tertulias fluían igual que el
batir de alas de mariposas. Pero las perpetuas charlas de cada día,
de los días de ahora, son como miles de moscas que se quedan
atrapadas en una botella de vinagre, que alguien había dejado sin
tapa. ¿Se imaginan cómo suenan?, esas charlas tan poco agraciadas:
que si el tiempo está cambiando, que aquella señora, la dueña de
la panadería se ha quedado viuda. Es como si el colesterol malo
aumentara de golpe y porrazo. Son conversaciones que no llevan a
ninguna parte: tan vacuas.
La
situación que describo, el del tintero y la rosa es motivada en
parte por la casualidad de que la ventana estuviera abierta, y que el
día se me antojara color violeta, y que ese soplo de aire fresco
haya recorrido sutilmente mi escritorio, mientras tomaba un café
negro y corto.
Una
situación adversa, aunque gratificada por la diversidad de colores
en los rostros de los transeúntes, como un arco de iris provocado
por las gotas de vapor de esa atmósfera bendecida por los dioses.
Como quiera que resultara mi visión ante el glorioso momento, tuve
la oportunidad de comprobar el girar de esa ruleta que es la
cotidianidad de los días, un gran espectáculo, que en algunas
ocasiones se podría enmarcar. Lo cierto es que la charlatanería no
pasa de moda, la verborrea insulsa se hereda de generación en
generación. No es menosprecio, es quizás el poco afecto que
sentimos por las cosas realmente importantes, interesantes. Trato de
no hacer apología en lo que se refiera a exaltar en demasía lo
correcto, lo formal, lo instructivo. En cierto modo, y alejando las
mediocridades en general, siempre se aprende algo de lo vulgar,
aunque parezca kafkiano.
He
decidido dejar la rosa en el tintero, el buró de nogal se merece un
regalo. Alguien creó historias, escribió cartas durante largo
tiempo; las cosas también se merecen un reposo, una vez alcanzado el
propósito para el que fueron creadas. De modo, que una vez haya
visto semejante belleza, cierro la puerta, y dejo que la brisa siga
columpiándose como un hada caprichosa, confieso que la otomana me
gustó en demasía...
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