El
señor de corbata levantó la cortina del asfalto con la punta del
bastón. La intención no era otra que ver el espejismo de un niño,
de su niño interior; vivaracho, con una gorra de pana y pantalones
cortos y algún juguete en sus manos. Hay personas que con ese gesto
ya son felices, dijo la señora, que no le quitaba ojo, porque era
curioso eso de rebuscar y encontrar al niño que se lleva dentro.
Probablemente
ella también buscó detrás de los cuadros, o, también ,en aquel
parque de recreos con la veleta impoluta de un madero noble que
recreaba a un gran pájaro azul. Entre las niñas se hallaba ella,
con la dulzura de una boquita angelical; por entonces era agradable
estar allí, sobre todo porque el tiempo se quedaba congelado, como
si alguien con una barita mágica hiciera eso, me refiero a eso de
paralizar el tiempo. Seguramente las hadas por esa época se mudaron
a vivir allí; de modo que siguió el paseo y pensó en comprar un
hermoso ramos de lilas y algunas siempre vivas, y cruzó la avenida
al mismo tiempo que se atusaba el pelo...
El
aroma de la arrocería se colaba por la estrecha callejuela
circundante al monumento de la madre, una de esas esculturas a medio
hacer, porque daba la impresión de que a la madre le faltaba el
verdadero espíritu, ese que suelen tener las madres, ese que se
desborda hacia fuera, por los ojos, o por un gesto cualquiera, pero
que, en este caso resultó algo ignoto para el artista.
Los
comensales llevaban a la boca el meloso arroz acompañado de un buen
vino de la zona. El tintineo de los cuchillos, y de los platos y de
las cucharas se esparcían en ondas, como si en verdad fueran
campanillas de esas ornamentadas de la India. Glorioso momento pues
ese, con las papilas gustativas muy sensibles y los jugos gástricos
queriéndose escapar y liberar la contenida sensación de bienestar.
A veces pienso que un estómago es otro ser vivo que llevamos dentro,
una casi perfecta simbiosis imagino que pueda ser, por decir algo...
Fuera,
todo seguía su curso, el señor de corbata había llegado al fin al
casino deseando ese puro que en casa le prohibían, y la señora
entrada en años dejó de ponerle atención; en realidad había una
similitud entre los dos: Ambos sentían la necesidad de reencontrarse
consigo mismo, con ese niño de antaño, que podría hallarse debajo
del asfalto y también en el parque de la veleta impoluta de un
madero noble.
Era
una estampa preciosa, pero me refiero a dos Araucarias que habían en
la avenida y también ver cómo el meloso arroz, cálido y perfumado
era devorado por unas cuantas bocas que parloteaban ésto y aquello,
y algunas con los ríos del buen vino en las comisuras...
Tan
elaborado y agradecido arroz, como el beso de un amante diría yo.
Quizás excesiva comparación, pero es que a veces...
¡Qué bonito y con que delicadeza escribes siempre!
ResponderEliminarGracias Tracy, muy agradecida.
ResponderEliminarUn beso.
Cuento precioso el que nos dejas, felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegra que te haya gustado Rafael..
EliminarAbrazos.
Eres una crack de los relatos costumbristas.
ResponderEliminarBesito amore
Gracias mi lopi.
EliminarEres un encanto-
Besitos y muchos
La paella al rescate familiar. De domingo en domingo hasta el día del juicio final.
ResponderEliminarEncantador.
Besos siempre.
Reafirmo lo que dije, que hoy estás contento.
EliminarBesos siempre,