Cuasimodo
hubiera elegido sin duda la basílica románica que se hallaba no muy
lejos del pueblo, a penas comenzar la colina, donde los habitantes
eran sólidos y altos pinos que la mayor parte del tiempo sollozaban
abatidos por el viento, la hubiera escogido por la belleza propia de
su arquitectura y por lo solemne
La
mayor parte del tiempo y de todas las horas contadas, incluso las de
la madrugada, la señora vecina del pueblo y bastante extraña, se
flagelaba una y otra vez, porque pensaba que ella y solo ella era la
culpable de aquel sentimiento de dejadez y de tristeza que embargaba
el pueblo contagiando todo igual que una virulenta enfermedad.
Incluso
llegó a subir cada día a la basílica para entornar el mea culpa,
con unos fuertes golpes en el pecho, que hicieron que se llenara de
morados. Un día el medico preocupado le dijo que seguramente tendría
una rara enfermedad, era normal el diagnostico porque realmente
preocupaba verla con sus escotados vestidos y la piel del pecho
llena de lunares horrorosos y negros.
Y
es que aquella iglesia atraía de una forma irracional, ya sea por su
bella arquitectura, o simplemente por lo antiguo y por el aroma de
miles de velas humeando hasta la torre. Lo cierto es que la señora
que cargaba toda la culpa se echaba sobre sus hombros el agua bendita
cada vez que entraba a la misa, para ella era como disculparse ante
Dios y todos los cristianos que por allí se hallaban, sentados en
los bancos, con el rostro fruncido y algunos dados a la pena, que no
a la bebida. Incluso llegó a cortar su melena negra porque le
parecía inapropiada cuando alguien la miraba fijamente. Claro está
que no miraban sus culpas, sino el cabello negro como la pez.
De
modo que la insufrible pecadora se arrodillaba ante el altar con las
manos juntas y llenas de sabañones en la época del invierno, sin
melena, con morados cada vez mas grandes y una ignorancia terrible.
Pasaron los años, pero no llegó a muy vieja, porque la culpa fue
creciendo y creciendo dentro de ella, hasta explotar un día.
Crispín
el campanero la encontró en horas ya avanzadas de la tarde colgada
por el cuello, con la lengua morada y los ojos que no estaban allí.
Pánico y falta de oratoria ante nadie, hicieron que terminara con
los demás fantasmas. Ella también lució durante muchos años las
gruesas cadenas.
Algún día, cuando pasemos esta larga prehistoria, estaremos por fin libres de culpa.
ResponderEliminarBesito amore
Besos para ti también amiga linda.
EliminarQue tengas un bonito día mañana.
Bonito relato con ese final trágico que estremece un poco.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias siempre Rafael.
EliminarMe da cierta pena que alguien esté tan ciego que no pueda mirarse al espejo y comprenderse.
ResponderEliminarNo siempre.
Me gustó.
Besos siempre.
Me alegro que te haya gustado.
EliminarBesos siempre Gustavo.
Un final aterrador para una vida aterradora.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, no es tu estilo habitual y sin embargo lo has hecho muy bien.
Besos.
Agradecida Xavi.
EliminarBesos.