Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Ellos





No tendrían que escoger una estación u otra, siquiera podría ser especialmente al amanecer, o tal vez, cuando la luna aparecía con su rostro resplandeciente, o la media luna oculta detrás de los nubarrones. Disfrutaban en demasía cuando las muchachas se preparaban para dormir, lo oscuro les atraía igual que  la luz atrapa a las luciérnagas y danzan estrepitosamente de un lato al otro; el oscuro de la noche les invitaba a pasar por una puerta invisible, algo fácil  de franquear para esos entes que lejos de ser vulnerables, tenían la habilidad y la fuerza sobrehumana de apoderarse de las almas, sobre todo tendrían mucho cuidado para escoger a las víctimas, sabrían que los dos hermanos que dormían en las habitaciones anteriores no se someterían a tales fechorías, si axial se puede calificar las ruindades, porque los varones quedaban exentos. Los despropósitos que acometían a menudo eran males que  provocaban el pánico de las hermanas y que no habría ningún modo de que los padres pudieran creer lo que en la casa sucedía al caer la tarde, cuando la noche se apropiaba de una gran capa y atenuaba las luces de detrás de  los postigos…
 Las impostoras, así las llamaban cuando las miraban desde la puerta, con sus rostros deformados y sus espaldas jorobadas, en ocasiones en vez del vaho que dejaban salir por entre sus bocas sucias, resbalaba una asquerosa baba sanguinolenta. Sea como fuere  no dejaban de perturbar a las chicas, y algunas noches provocaban la frustración de ambas, porque nunca creyeron de ellas aquellos hechos. Solían sentarse al borde de las camas y esperaban que sintieran el sueño y que sus párpado comenzaran a cerrarse, y al unísono comenzaban con su gesta de tendencia maligna, soplaban una y otra vez a los ojos de las hermanas, que trataban de cubrirse con las sabanas a sabiendas de que allí estarían, acechándolas  y creando un ambiente desagradable y perturbador, un verdadero vértigo, una pesadilla real. Rezaban para que desaparecieran, alguna vez lo consiguieron, porque se escuchaban sus pasos por el largo y ancho pasillo, para luego desaparecer por entre las paredes.
 Se dijo que ellos fueron los que habitaron la tierra donde se hallaba construida la casa, quizás una hubiera sido vieja casona roída por los obuses de aquella cruenta batalla, quizás unos niños abandonados a su suerte, o unos pastores que fueron devorados por lobos en su propia cabaña. Nada certero en las dos probabilidades, pero las muchachas ya nunca fueron las mismas, y es que sobrecoge que roan la carne durante el sueño.

14 comentarios:

  1. La noche, morada de brujas y duendes, esconde multitud de secretos y ensoñaciones. Basta no tenerla miedo y abrazarla para comprenderla.
    Ellas deberían hacerlo.
    Consejo de duende.
    Besos siempe

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    1. Me gusta especialmente cuando te extiendes y dices...

      Gracias Gustavo.

      Besos siempre.

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  2. Incluso eximiendo de metáfora el relato, magnífico, adivinaremos que nada es certero.
    Ni la vida vs muerte...!
    Genial
    Bss

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  3. Sobrecogedora historia bajo ese halo de realismo fantastico sobre el que la envuelves.
    La ultima frase es abrumadora.
    Un saludo.

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  4. Dan miedo las impostoras.
    Miedo de taparse eh...

    Besos.

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  5. Bonito relato que nos dejas.
    Un abrazo.

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  6. María, me acojonas!!!!!
    A los duendes hay que ponerles música, y descorrer los párpados para que se asusten con su reflejo.
    Un abrazo que dure tooooda la semana.

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    Respuestas
    1. Gracias por tu visita Ramón. (a veces sucede que los duendes están ahí)


      Otro abrazo para toda la semana.

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