El constante goteo del grifo, el gorrión que se adentra por la ventana haciendo que el entablillado de la cortina se bambolee, hizo que despertara de un sueño emborronado, como cuando alguien se arrepiente y con un trapo hace desaparecer lo que quizás era algo bello.
Los interminables días en que parecía que la lepra se había instaurado en ellos, provocaron que esos dos días estuviera en su habitación, dormida, soñando: aquel mirlo y los dulces días de infancia en el prado con un sauce en medio. Los envidiables dulces por navidad.
Los besos y la protección en aquel hogar amable de olores inolvidables, el tic, tac del reloj de cuco, los pasos de mamá en la azotea con el mimbre de la ropa, que al deslizarse parecía música de dioses.
De modo que el goteo seguía y el gorrión estaba en la lacena.
Sonrió al verlo y dio dos pasos por si podía cogerlo en sus manos.
El panzón se dejó y las miradas se cruzaron. Un momento glorioso.
Tomó café y él las migas de pan, que aún se repartían sobre el hule.
¿De dónde vienes?, dijo.
De aquellas montañas donde la fronda, respondió.
-Pero eres muy chiquito para volar durante tanto rato-
Soy un Principe que ha venido para ayudarte-
Oh, pero qué hablas me mientes?.
No, dijo.
¿Cómo sabes que necesito ayuda?.
-Los Príncipes sabemos todo-
Pero los Príncipes reinan-
Yo, no.
Ya te dije que quiero ayudarte, no reinar-
Se giró porque el goteo era incesante y le molestaba mucho. (la medicación ayudaba, pero no tanto).
“La oscura espera.
De gotas incesantes
resbalando por entre
los pliegues de la piel.
…………...
Y cómo suena tu nombre
detrás de aquel océano,
como si de rugido de volcán
como si de relámpagos,
como si de huracanes.
¿Para qué espero si no vienes?
Los días se esfuman
bajo el tremar del volcán.
………………………………..
Y se volvió para seguir hablando con el panzon.
Pero no estaba.
El incesante goteo: chuiks, chuiks.
Regresó a los sueños: me gusta así, dijo la niña.(gofio con leche).
El columpio en el sauce, las golondrinas revoloteando en aquel cielo limpio, azul, de ocre al atardecer.
El olor a café recién tostado, las placenteras tardes en el terrazo con los primos, los hermanos.
El columpio que la llevaba al cielo, una y, otra vez.
Pero nunca se despertó.