lunes, 18 de noviembre de 2024

Mar en calma.

  


El constante goteo del grifo, el gorrión que se adentra por la ventana haciendo que el entablillado de la cortina se bambolee, hizo que despertara de un sueño emborronado, como cuando alguien se arrepiente y con un trapo hace desaparecer lo que quizás era algo bello.


Los interminables días en que parecía que la lepra se había instaurado en ellos, provocaron que esos dos días estuviera en su habitación, dormida, soñando: aquel mirlo y los dulces días de infancia en el prado con un sauce en medio. Los envidiables dulces por navidad.

Los besos y la protección en aquel hogar amable de olores inolvidables, el tic, tac del reloj de cuco, los pasos de mamá en la azotea con el mimbre de la ropa, que al deslizarse parecía música de dioses.


De modo que el goteo seguía y el gorrión estaba en la lacena.

Sonrió al verlo y dio dos pasos por si podía cogerlo en sus manos.


El panzón se dejó y las miradas se cruzaron. Un momento glorioso.


Tomó café y él las migas de pan, que aún se repartían sobre el hule.


¿De dónde vienes?, dijo.


De aquellas montañas donde la fronda, respondió.


-Pero eres muy chiquito para volar durante tanto rato-


Soy un Principe que ha venido para ayudarte-


Oh, pero qué hablas me mientes?.


No, dijo.


¿Cómo sabes que necesito ayuda?.



-Los Príncipes sabemos todo-


Pero los Príncipes reinan-


Yo, no.


Ya te dije que quiero ayudarte, no reinar-


Se giró porque el goteo era incesante y le molestaba mucho. (la medicación ayudaba, pero no tanto).



La oscura espera.

De gotas incesantes

resbalando por entre

los pliegues de la piel.

…………...




Y cómo suena tu nombre

detrás de aquel océano,

como si de rugido de volcán

como si de relámpagos,

como si de huracanes.



¿Para qué espero si no vienes?


Los días se esfuman

bajo el tremar del volcán.


………………………………..





Y se volvió para seguir hablando con el panzon.


Pero no estaba.


El incesante goteo: chuiks, chuiks.


Regresó a los sueños: me gusta así, dijo la niña.(gofio con leche).


El columpio en el sauce, las golondrinas revoloteando en aquel cielo limpio, azul, de ocre al atardecer.


El olor a café recién tostado, las placenteras tardes en el terrazo con los primos, los hermanos.


El columpio que la llevaba al cielo, una y, otra vez.


Pero nunca se despertó.









miércoles, 13 de noviembre de 2024

El banquete.

 

Pronto empezaría a ser cada vez mayor el grupo de personas que miraban atentamente lo que sucedía detrás de los cristales del escaparate. Es morboso, se dijo la empleada moviendo la cabeza a un lado y otro con algo de indignación.Desde dentro solo se veía la negrura que empezaba a cubrir de esquina a esquina la luna. A las personas les atrae mucho cualquier cosa que chispee, da igual si lo que brilla es la luz del sol proyectada en algún lugar debajo de los chopos, o lo brillante de los lomos de los peces. En realidad es algo innato, algo difícil de controlar, por lo tanto habría cada vez más personas curiosas, ávidas de ver lo que fuera, terriblemente ansiosas por poder pasar una tarde entretenida, con las miradas a un mismo sitio y las bocas abiertas igual que autómatas.

A esas horas de la tarde los mendigos se habían posicionado en los mismos sitios de cada día, esperaban la limosna o quizás, nada, simplemente se habían acostumbrado; las costumbres son peligrosas, porque hace que una venda tape los ojos y no se pueda ver más allá, los tenderos echaban el cerrojo algo satisfechos por las ventas; los coches hacían sonar todos a una las bocinas, como si un monstruo les estuviera persiguiendo por la alameda para devorar a cada uno de los autos, de modo, que el escaparate esa tarde era el sitio de reunión de los banqueros, peluqueros, modistas, madres y padres, realmente la parsimonia y el morbo les había dejado ahí, como pasmarotes, salivando sus bocas como los perros cuando esperan la comida. La empleada se daba prisa en terminar de limpiarlo todo, la fregona y el cubo y los paños los había dejado junto a un mostrador de madera de nogal; los  guantes aún los llevaba puestos. Sudaba mucho y se había secado el rostro con un paño de los que había en la tienda, uno bordado con hilos de plata, con alguna dificultad por el látex. Alsina, la dueña de la tienda había recobrado el color de su rostro, y había bebido en pequeños sorbos la taza de tila que la empleada le preparó con esmero y cierta preocupación, porque había que ver a la pobre mujer como se hinchaba  igual que un globo, un poco más y hubiese tocado con sus dedos el techo de la tienda, realmente tuvo suerte, porque la gallina  que había ingerido una hora antes, había puesto los huevos  dentro del estómago de la infortunada y los polluelos asustados por tan raro e inhóspito nido comenzaron a  picar con sus pequeños picos toda la panza desde dentro, si, tuvo mucha suerte, porque a veces los grandes banquetes pasan factura; los polluelos escaparon de aquel barrilete y revoloteaban por todo sitios provocando un fastuoso resplandor.

sábado, 2 de noviembre de 2024

Sabia que podría

  

Esa ola grande estalla en el malecón. Leonard lleva un sombrero de ala corta, fuma cigarrillos y debajo del brazo, la prensa. Tiene los zapatos empapados de agua salada. Aún así sigue su camino con la cabeza gacha, intentando encender un nuevo cigarrillo. 

Para en la tienda de antigüedades, se aproxima al cristal por si puede ver dentro. Decide entrar. 

Es impresionante lo que se puede encontrar en una de estas tiendas: muebles, espejos, una lámpara de pié. Cuadros. Juegos de vajilla, algunos muy valiosos, un sin fin de cosas.

Se llevó un retrato con un marco muy ancho y repujado. 

De modo que, lo colocó enfrente del aparador. Allí estaría bien, se dijo. En las tardes mientras leía y fumaba contemplaba a la señora del retrato. Era una mujer elegante. Estaba sentada en un diván. Llevaba un vestido negro, mitones rojos, el pelo recogido. Pasaron los días. Y cada vez más tenía la necesidad de verla. De manera que, se quedaba hasta la noche hasta el punto que las miradas llegaron a cruzarse. 

Un día se percató de que aquella mujer suplicaba libertad. 

Lo supo porque el semblante había cambiado. Ahora era un rostro triste, angustioso, y una de las manos lo señalaba.

Nunca supo cómo pudo hacerlo, pero la liberó. 

Vivieron muy felices durante mucho tiempo. 

Pasearon cerca del mar, y las olas mojaron los zapatos de ambos. 


Hay que visitar tiendas de antigüedades, nunca se sabe.

viernes, 25 de octubre de 2024

Tomates

  



Por la disposición de la cesta pensaría que los tomates estarían listos para servir. Aliñados en platos blancos, con ajo y aceite. La señora Bernarda entraba y salía de la cocina, afanada, con un paño entre las manos, un paño algo sucio, porque quizás no se limitara a dejar en el fuego una sola olla, probablemente habrían tres fuegos lanzando sus llamas al mismo tiempo. Habría un solomillo en uno de los calderos, atado, con precisión, para que no escapara ninguna hebra que desmoronara el redondo aspecto que una vez cocinado llevaría como adorno un ramillete de perejil troceado. Estaría al acecho removiendo de vez en cuando. Y los otros dos fuegos con sus calderos llevarían trozos de boniatos, y en el último: tocino, verduras, hojas verdes…

Detrás, en el patio, un tropel de sábanas pendiendo mecidas por una brisa de aire fresco.

La discreción de Bernarda a la hora de salir y entrar y de vapulear el paño era nula.

En las casas con cocinas grandes y con una gran ventana que da a un patio de naranjos y una fuente, sobran las razones por las que, y en este caso, Bernarda siquiera conocía lo que significaba ser discreta. Naturalmente que no lo era, tres guisos al fuego, y la felicidad en el rostro de ella. ¿Porqué habría de ser discreta? No renunciaría a ese máximo placer, el de entrar en aquella cocina, y recrearse con los útiles: cacerolas redondas, otras algo abolladas, cucharones, y una larga y bella fila de cucharas y tenedores, y cucharillas, y cuchillos. Y su mandil, de un estampado peculiar, un mandil con figuras geométricas unidas en forma de anillos, cada uno de diferente color.



lunes, 7 de octubre de 2024

Incertidumbre.

  


Fue imposible desear no permanecer allí. Su pecho ardía como si una espada lo hubiera atravesado.

Ese día las palomas se amontonaron en el patio, justo al lado de la capilla, eran tantas, que casi no se podía caminar. El mar permaneció calmo todo el tiempo, y el sol esculpía con sus rayos los rostros sombríos de algunos, sobre todo los que se hallaban detrás de la cristalera.


Se contuvo por un rato, incluso ofrecía algo de beber o de comer, con el gesto amable, pero con el dolor en los ojos; pero todo era tan irreal. Lo sabía, y sabía que de un momento a otro estallaría de rabia y de pena, y los rizos del cabello se desmoronaron como el serrín cuando cae en diminutas partículas de polvo.


La criatura nació una tarde de mayo, un hermoso niño de ojos negros y pelo rubio.


-Hola mi amor, le dijo. Soy tu mamá, prosiguió.


Se sentía muy dichosa a pesar de lo agotada por el parto, pero eso era algo insignificante para ella, realmente la felicidad inundaba la habitación y la sonrisa se explayó, como un bostezo. El pequeño lloraba. Ella lo acercaba a su pecho con mucho cuidado para amamantarlo, luego se cruzaron la miradas.


El regreso a casa causó una expectación increíble. La cunita blanca en una esquina de la habitación y al lado el ropero. Se había preparado unos días antes meticulosamente, a falta del tul para cubrir. Luego llegaron los seis angelitos muy bien guardados, cada uno en una caja. Seguramente habrían de adornar el capazo y la cuna; eran muy bonitos y poco vistos, porque se cocieron literalmente en el horno; luego, una capa de pintura azul y para las alas, un color ocre suave. A Lilia le gustaba eso de hacer angelitos con el sobrante de pan duro.


El eco de aquellos días felices resonaron en su cabeza como golpes de martillo, como cuando el herrero faena distraído de todo y se afana.


-¿Quieres el misal?, le dijo la señora, una de tantas que permanecían en silencio, como si en verdad aquel infierno le quemara siquiera un dedo de sus manos, pero allí permaneció hasta que hubo terminado la misa, luego, se fue. Todos se fueron.




-No, dijo. Y de nuevo volvió a mirarlo. Era tan bello, tan sereno dormía. Quiso romper con sus manos el cristal, y gritar, y correr y besarlo. Pero clavó las uñas en su estómago, y sangró su boca y quiso vomitar la cruel despedida...



PD. volveremos a vernos. 

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...