Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

jueves, 26 de noviembre de 2020

La casona

 


El patio abarcaba toda la fachada. Los macetones en fila se hallaban cada uno de ellos con diferentes clases de plantas de hoja verde. Un castaño, un sauce detrás, en el terreno para cultivar. 


Una mesa de mimbre y cuatro sillas también de mimbre en la esquina, donde había costumbre reunirse para las meriendas y las charlas. Ofelia contaba historias. Más de ochenta años atrás había esclavos en esta hacienda, dijo. 


Los demás que completaron las tres sillas  se rebulleron con palabras en tono bajo, interpretando el porqué , aún ochenta años atrás, había que esclavizar a las personas.

De hecho aquellos cuartos, señalando con su dedo largo y blanco, eran donde dormían. Las cañas de azúcar brillaban en la oscuridad de la noche. Parecían farolillos, prosiguió.

Las cañas de azúcar no brillan, dijo alguien atusándose el bigote..


Pues los fantasmas sí, contestó Ofelia.


Con todo burlesco y ajustando el chaleco dijo: por favor qué tontería, mejor tomemos un café y una copita.



Un bigote lustroso, un chaleco elegante, pero quedó mudo, con los ojos desorbitados al ver a una familia de esclavos delante de él. Le preguntaron qué le había pasado, pero no contestó, nunca.



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