Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El último deseo



Lo que en verdad hubiera deseado era escuchar una vez más a Moustaki.
Le métèque se colaba en sus oídos, igual que la lluvia cuando sin querer orada sin pedir permiso, quizás siempre intuyó que se sentía extranjero en su propia tierra, quizás simplemente nunca supo encontrar por así decirlo, el norte…
Espontáneo, impulsivo, algo descarado, pero con el suficiente conocimiento de haber realizado algo satisfactorio en la vida que llevó. Un hombre, un padre, un esposo, pero sobre todo, un hombre, con las tablas de la ley en sus manos. Los errores vinieron por sí solos; los triunfos, no, los triunfos fueron el resultado de los errores. Pero siempre se hierra y siempre uno sale complacido y satisfecho de esto o aquello. Querer destruir los folios de los días y los años a veces resulta fatídico, no se pueden borrar hechos, circunstancias que quizás han llevado por derroteros no deseados, pero ese fue el camino asignado.

Aún así, lo hizo. Una mañana cualquiera dejó que se escaparan los pensamientos, las ideas, los deseos, dejó que todo eso se mojara bajo una intensa lluvia, una lluvia que perforó el papel. Quedó bajo la tierra, en donde las raíces más bellas sobreviven. Pero quedó el desasosiego, quedó la responsabilidad sobre los hombros. La lucha interna de su propio yo. Rasgaba las tripas, una cruenta batalla entre ambos.
¿Qué quiso inmortalizar?, nada.
Alrededor de la mesa redonda, todos escuchaban atentos, la voluntad, si, realmente el deseo de un hombre ¿Eso le hizo pensar que se sentiría mejor?
¿Quería perderse? O quizás, encontrarse.
Es supo que yo lo sabía, dijo la señora, pero siquiera se movió de la silla.
Y es que el miedo a veces, subyuga, se convierte en un monstruo que saliva, cuando nos miramos al espejo, cara a cara…
La señora pensó: Que no sea una carta de gran envergadura, que no. Algo sencillo, pero él, no lo era. De modo que el caballero con corbata prosiguió la lectura. ¡Entonces lo he perdido! Volvió a pensar la dama con una leve sonrisa, pero se santiguó, si lo hizo, porque aquel hombre le había dado dos hijos, en realidad cada uno de ellos construyó sus sueños de modo y forma, que todo fluyera, como un gran río caudaloso, con los bordes repletos de hojas verdes, brillantes.

En esos momentos la gata había huido de la casa, estaba en el tejado, lamiendo sus patitas, esperando la presa, y es que los animales tienen una gran intuición, son como los gurúes.

Por unos momentos se hizo un silencio abrumador, de esos que no cabe siquiera un mosquito por las cabezas de nadie. Pero todos miraron la urna, era bonita, con detalles en relieve de luchadores Griegos. Dentro, todas las camisas, todas las chaquetas, todos los puentes rotos, quebrados por las sacudidas de la vida; algún bergantín, con su capitán al frente y con sus marineros, todos de azul, abotonados hasta el cuello. Se hallaban las tardes de merienda, los días con los amigos; las noches con ella. La juventud, la dicha comprar un billete y viajar alrededor del mundo, todo eso hecho cenizas, hasta su corazón, eso quiso, si, eso deseó, incomprendidamente así fue…

El señor de corbata estaba a punto de finalizar la carta, la última voluntad del difunto. Todos quedaron sorprendidos cuando el caballero les leyó los últimos renglones: ¿El retrete?, dijeron en voz alta, con los ojos bien abiertos. Si, dijo el señor, eso es, su voluntad es terminar en el mismísimo escusado. Que las cenizas se viertan en el.

Ese no es el modo idóneo de escapar, le dijo la gata, cuando por uno de los sumideros la voz del difunto pedía auxilio.

Pero nada de eso ocurrió, la familia jamás permitiría que aquel esposo y padre se escurriera por el inodoro, así sin más. Como si fuera lanzado por un tobogán, despreciado por todos. Una vez que las últimas voluntades del caballero fueron reveladas a la familia, la urna pasó de la mesa, al parterre de geranios. En invierno, la lluvia, en verano el calor…
¿Y si realmente deseó perderse entre la basura? ¿Entre montañas y montañas de basura?

viernes, 16 de diciembre de 2016

La ira



Lame el mar con las olas la orilla de diminutas piedras negras. Más atrás, las casitas de los pescadores, blancas, con luces en la fachada.
En la calle real huele a pescado frito, huele a turrón, huele a mazorca; los ventanucos cerrados, algunos con tachuelas como adorno. Brillan las tiendas adornadas: Campanillas; luceros; toda clase de accesorios para la navidad. También huele a incienso, es de aquella iglesia al final de la calle, como si presidiera una mesa bien adornada, con manteles rojos y blancos, con lazos en las esquinas. Allí permanecen los limpios de corazón, los que se dan golpes en el pecho; y las putas, y los labriegos. A veces, alguien se arrastra por los adoquines hasta llegar al altar, con la boca cosida, con las manos pegadas, con el arrepentimiento en la frente para que Dios lo vea. El sacerdote reparte obleas para la paz del alma, para quitar pecados. ..
La señora cruza la calle olorosa, lleva puesto un sayo de seda, los pasos elegantes, los mitones negros; las gaviotas sobrevuelan, danzan, como las bailarinas, ahora hacia un lado, ahora son un remolino, otean, por si alguna migaja de pescado frito se hubiera escapado de las bocas de los transeúntes.
Ahora golpea fuerte la ola, aquella que lleva en su pico un sombrero de espuma plateada, y llega agotada a la orilla, como cuando retozan los amantes, luego: El sueño, el silencio, el placer...



Cruzan dos nubes, son cúmulos, son enormes bocas negras, replican campanas
Acecha la noche, llueve. Ahora un rápido giro de las gaviotas deja atrás la estela de plumas, se van al mar, huyen...
Cruzan todos la calle, los cirios de la iglesia centellean, crepitan, como las hojas descaradas contra una vidriera. Los dientes del lobo es la noche, que culmina oscureciendo hasta los rincones. Azota, azota la tormenta. Los rayos quiebran los troncos de los árboles. Salpican lágrimas de agua en las baldosas,
corre un río de ellas calle abajo, la capa negra cubre los tejados, cubre la torre de la iglesia. Ahora un mar bravío enloquece, aúlla como las fieras, amenaza con hacer encallar ese barco, que rezagado pretende llegar a la orilla.

Y es la bravuconería de la vida, a veces...

lunes, 12 de diciembre de 2016

Un mal sueño



Por unos segundos deseó lanzarse desde el balcón. No podía soportar ni un momento aquella pasta pegajosa en su lengua y en casi todo el cuerpo.
Era desesperante. No atinaba a casi nada, no podía siquiera caminar normalmente. Era una momia, y ahí permanecía, solo en la habitación de hojas verdes y de entrecruzadas raíces. Se preguntó porqué habría de llegar a semejante lugar, él y los demás compañeros .Pero en realidad no pudo ver a nadie más, ni en la habitación, ni en ningún lugar de aquella casa acuchillada por los miles rayos de sol que se colaban incesantes, como si en vez de una casa pareciese un espectáculo de circo. Pudo ver a los domadores dibujados en las paredes, pudo ver al acróbata arriesgando la vida, sin el menor pudor; un payaso de cera que lo miraba fijamente, alargando la lengua y salivando, y con una sonrisa necia y con un dedo acusándolo.
Pero lo único que quería era deshacerse de aquella pasta gelatinosa que lo rodeaba. Tosió, como un último intento de que aquella feroz alimaña se despegara de la lengua, pero sólo consiguió que aumentara el grosor de la baba. Lloró, suplicó. Todos le dieron la espalda. Quiso salir de la casa ya con el rostro amoratado, pero el pomo estaba podrido, y delante de la puerta había un gran palo que la atravesaba, para que nadie pudiese entrar en ella. La muerte era inminente. Rezó pero con el pensamiento. Se acababa lo único que valía : La vida.
Gritó, aulló, brincó de la cama. Se miró al espejo y sonrió, ya era consciente de la pesadilla ingrata, pero la sonrisa, era tan débil... 

viernes, 9 de diciembre de 2016

África fue como un sueño, pero maldito…






Después de que sufriera la picadura de la serpiente encendió un cigarro, y supo que iba a morir. Se alojaba en una casa bonita, quizás algo más lujosa que las que habían alrededor. Acostumbraba a andar con los pies desnudos, con una blusa sin botones y un roído pantalón de manchas oscuras…
Ese día el desayuno se compuso de leche de camella, de albóndigas de pollo, y un poco de queso duro y ácido. Vivió en la aldea veinte años, de los cuales, cinco, estuvo grave a causa de la mordida de un león o leona, nunca lo supo. Celebró muchas navidades con sus amistades, y con una tía loca que visitaba el continente cada vez que se acordaba.
Pero la vida y las circunstancias hicieron que terminara de ese modo. Con el vómito anegando su pecho, con las manos frías, con los ojos de demonio maldiciendo a semejante mala suerte y cabronada.

Ha vuelto de regreso a su tierra, pero ahora es ceniza...

martes, 6 de diciembre de 2016



Ayer una

bandada

de

palomas...

dejaron sucia a la luna...

Ayer el trigo se quedó sin agua...

fue la sequedad de los hombres..

Ayer se fue mi yo.

Antes era todo puro tugurio, mi vida, mi resguardo...



Hola        


      vacío....



               suicidio...




                 Silencio...

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...