Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 29 de enero de 2024

Ellos.

  

No tendrían que escoger una estación u otra, siquiera podría ser especialmente al amanecer, o tal vez, cuando la luna aparecía con su rostro resplandeciente, o la media luna oculta detrás de los nubarrones. Disfrutaban en demasía cuando las muchachas se preparaban para dormir, lo oscuro les atraía igual que  la luz atrapa a las luciérnagas y danzan estrepitosamente de un lato al otro; el oscuro de la noche les invitaba a pasar por una puerta invisible, algo fácil  de franquear para esos entes que lejos de ser vulnerables, tenían la habilidad y la fuerza sobrehumana de apoderarse de las almas, sobre todo tendrían mucho cuidado para escoger a las víctimas, sabrían que los dos hermanos que dormían en las habitaciones anteriores no se someterían a tales fechorías, si axial se puede calificar las ruindades, porque los varones quedaban exentos. Los despropósitos que acometían a menudo eran males que  provocaban el pánico de las hermanas y que no habría ningún modo de que los padres pudieran creer lo que en la casa sucedía al caer la tarde, cuando la noche se apropiaba de una gran capa y atenuaba las luces de detrás de  los postigos…
 Las impostoras, así las llamaban cuando las miraban desde la puerta, con sus rostros deformados y sus espaldas jorobadas, en ocasiones en vez del vaho que dejaban salir por entre sus bocas sucias, resbalaba una asquerosa baba sanguinolenta. Sea como fuere  no dejaban de perturbar a las chicas, y algunas noches provocaban la frustración de ambas, porque nunca creyeron de ellas aquellos hechos. Solían sentarse al borde de las camas y esperaban que sintieran el sueño y que sus párpado comenzaran a cerrarse, y al unísono comenzaban con su gesta de tendencia maligna, soplaban una y otra vez a los ojos de las hermanas, que trataban de cubrirse con las sabanas a sabiendas de que allí estarían, acechándolas  y creando un ambiente desagradable y perturbador, un verdadero vértigo, una pesadilla real. Rezaban para que desaparecieran, alguna vez lo consiguieron, porque se escuchaban sus pasos por el largo y ancho pasillo, para luego desaparecer por entre las paredes.
 Se dijo que ellos fueron los que habitaron la tierra donde se hallaba construida la casa, quizás una hubiera sido vieja casona roída por los obuses de aquella cruenta batalla, quizás unos niños abandonados a su suerte, o unos pastores que fueron devorados por lobos en su propia cabaña. Nada certero en las dos probabilidades, pero las muchachas ya nunca fueron las mismas, y es que sobrecoge que roan la carne durante el sueño.


viernes, 26 de enero de 2024

La señora seria

  Todos los días la señora seria se levantaba muy temprano para ir a comprar el pan y la leche, porque en la madrugada todos los olores de la noche aún permanecían mezclándose con los cirios de las farolas y con los lirios y con las flores de azahar. La señora seria recorría aquel camino con un entusiasmo desbordado y con los ojos bien abiertos y aspirando el almizcle, la lechera en una de sus manos y la talega en la otra hasta llegar al destino para luego volver con la tibia leche y el pan recién horneado. Era tan seria que los niños le temían, los vecinos saludaban  con cierta aprensión y la maestra del pueblo la respetaba mucho. Una vez el alcalde y el médico hablaron con ella con la intención de saber el porqué de su aspecto sobrio, pero la señora seria no respondía nunca, y seguía su camino.


Ella cuando se quedaba sola respondía a todas las preguntas del alcalde y del médico y a veces de la maestra: Una no puede sonreír cuando el cielo se oscurece con una tela gris y cuando una sabe que hay niños muertos encima de cualquier madero o en la ruinas de cualquier ciudad, se dijo. Y volvió a decir por la tarde cuando se encontraba sola: Una no puede sonreír cuando la tierra en que se vive se muere por las bombas y los rostros de las gentes se desfiguran por la metralla.

No señor, no, se dijo. Tomó la lechera y tomó la talega y cuando empezaba el día se dispuso a los de todos los días a esas horas.

sábado, 20 de enero de 2024

Más allá del dolor.

 


Podía percibir el olor a muerte, me escondía detrás del cortinaje rojo que vestía el portalón de la entrada.

Primero los despojaban de sus ropas, luego con una manopla impregnada en aceites limpiaban todo el cuerpo; les vestían con una túnica blanca inmaculada, bordada de encajes de bolillos, a veces, estos, eran de color según gustos, y voluntades.


Había cirios en cualquier esquina. El día que brillaban, había muerte.


Hasta que no cumplí los dieciocho años, no dejaron que entrase en aquella estancia silenciosa y fría.


Una mañana cálida de otoño llegaba una preciosa mujer que había fallecido unas horas antes a causa de un accidente fortuito. Por entonces me había iniciado en ese maravilloso arte, y era bastante aplicada en eso de poner guapos a los muertos. 

Me llamó la atención la belleza dormida de aquella señora. Comencé mi trabajo, y con un especial cuidado pasé la manopla suavemente por todo su cuerpo, peiné sus negros cabellos ondulados dejando a posta unos rizos a un lado del rostro. Una preciosa túnica envolvió aquel bello ser. Siempre llevan encaje de bolillo que yo misma elaboro. Emma, mi tía me enseñó desde muy pequeña a confeccionarlos mientras los demás niños jugaban en el patio yo, dedicaba mis tardes a esta labor.


Los muertos no están muertos para mi están vivos, y siguen siendo personas. Cuando estoy con ellos les hablo de muchas cosas. Una vez tuve una larga conversación con el médico del pueblo, después de recibir pacientes durante unos sesenta años decidió descansar. 


Durante la sesión de maquillaje hablamos de cuando yo iba a su consulta con mi madre, de las lágrimas que vertía cuando le veía venir con la jeringuilla en la mano y me consolaba con una piruleta para que dejase de llorar.

 Don Leopoldo era algo chiflado y sabiondo al mismo tiempo, su piel aceitunada y sus ojos soñadores e intensos.


Escuché atenta su relato de cuando estuvo en el frente en una cruenta batalla. Apenas contaba con dieciocho años, cuando mató al primer hombre. Fue una de las razones por lo que estudió medicina. Juró que en vez de matar salvaría vidas.


La noche empezaba a caer y, encendí un cirio, brillaba como un lucero en el cielo. Nos sentíamos muy bien los dos, cuando hube acabado de maquillarle y vestirle le miré emocionada. Don Leopoldo estaba feliz, la calidez de su rostro así lo revelaba.


Pasaron las horas de la madrugada, seguíamos hablando y hablando. Fue uno de los días más placenteros de mi vida. 


Los primeros rayos del sol penetraron y con ellos algunos allegados.


Nos despedimos con un beso. Tuve tiempo de retocarle el maquillaje, pues una cautelosa lágrima se deslizaba por su rostro.

Y es que para mi los muertos están vivos, tan vivos como Don Leopoldo, el médico.






lunes, 15 de enero de 2024

De los placeres

 





Sentirse abrazada con un cruce de miradas, resplandece el sol. Supura el deseo…
Jazmines en los tobillos, el velo se desprende y cae a la Baluch roja, el cuerpo se contonea, son las ondas de arena del desierto, son pechos dorados que ahora se besan con la suavidad del mejor de los afeites, se desliza la lengua zigzagueando y bordea la areola bronce, un gesto, placer, la alcazaba se cubre del gris plateado de la tarde, rezuman los cuerpos, gota, a gota, el abrasador deseo, brillan los muslos, delicada piel, el roce de las manos de él hasta llegar a la fronda del helecho, huele a azahar. Se agita el cuerpo tendido, vuelve un beso al ombligo donde reposarán las gotas de él, como un oloroso perfume. El rags baladi comienza, la pelvis es una serpiente que vibra, acercando aún más los labios, la lengua, susurros, pliegues de piel encontradas y acariciadas, un devenir de dos.

El recreo de sus juegos se ralentiza, palmo, a palmo, un gemido se escapa de ella, otro beso, y otro, y otro, Shhhhhhhh... con la palma de la mano cubre los labios sedosos, sigue la celestial danza, ahora suspiros, ahora gemidos, ambos cuerpos agonizan, se cruzan las piernas, el sudor es la saliva de ambos, cimbrea el ombligo, ese poso de virtudes. Es arrollada, embiste él, y se deja, se deja y aprieta, ya están unidos, se aviva el fuego, los brazos embellecidos de brazaletes se tienden en cruz, y vuelven para rodear el meloso placer de él, embiste, embiste y ella agoniza con él dentro, ahora rasga la baluch sus manos no pueden estar quietas, y no quiere, no quiere. Atenazados, amordazados, llega el clímax, se unen los labios se regalan los placeres, las lenguas, y otro clímax.

lunes, 8 de enero de 2024

Hoy

 Hoy soy de esos días


de arboleda , verde arboleda


de peces espléndidos surcando


el mar.


 


Hoy soy de esos días


de rincones insólitos,


de tuburios.


 


Y todo parece que vuelve,


vuelven los pájaros 


y el aguila.


Vuelve la tormenta


y despierto de mi sueño.


 


Y todo parece que vuelve,


un puñado de ti.


El encuentro es esfuma...


jueves, 4 de enero de 2024

Si

 Aún puedo sentir la brisa

como besos desnudos

acariciando el recuerdo

Dónde quedó el olvido?

de manojos de asfódelos,

lilas.


Demasiado corazón.



lunes, 1 de enero de 2024

Sabor a mí.

 


Nada más placentero, nada más intenso bajo la luna, se dijo. Comenzó humectando sus pezones y con sus dedos suaves caricias en círculo alrededor de ellos. Un ombligo excelso sería el pozo de lágrimas como perlas que resbalaban sugerentes por entre los pechos…
Agitación, perversión, amar, amor; un gesto convulso y el clímax.

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...