Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Flamboyanes naranjas

 

En la encimera el calendario sin hojas se hallaba expuesto. 

Como si de un lienzo se tratara, la imágen representa a unas bailarinas danzando en una magistral obra. Sólo que no había aplausos.

 Alguien espera el desayuno. Mira por la ventana.

El paisaje que ve es hermoso: los flamboyanes repletos de flores naranjas, que sutílmente copan cada uno de ellos, pequeñas llamas itinerantes, que según la brisa se inclinan a un lado, y otro. 

Huele a café recién hecho, y tostadas. Jugo de naranja. 

Recibe la bandeja con una sonrisa. Le calzan los pies, están fríos. Ahora un pájaro se posa en el quicio de la ventana, que está entreabierta, se queda un rato limpiando sus alas. De un brinco ya está en el piso de la habitación. Un salto, dos, y se queda encima de los pies mirando hacia arriba. Pía, pía otra vez. Una miga  cae, dos. No tarda mucho en atraparlas. Picotea.

Más tarde sube por la pierna y llega al regazo. Allí se queda por un buen rato. Tono vuelve a sonreír, es una visita inesperada, agradable, muy agradable. 

¿más café?, dijo alguien.

No, respondió Tono.


!Ah¡, las guerras, dijo. Recordó cuando con unos pocos de años tuvo que alistarse para el frente. Dejó atrás todo lo que tenía. Dejó la juventud. 

Por aquellos tiempos se libraba una cruenta batalla, los soldados luchaban con crudeza, como si alguna droga les alejara del miedo, del temor de perder la vida. Luchar contra el enemigo, esa era la misión.

Luis había perdido las dos piernas al estallar una granada, y Tono se salvó porque por unos instantes se había girado creyendo que detrás de la arboleda comenzaban a disparar, eso fue lo que había hecho que siguiera con vida, y que por el momento quedara exento de daños. 

No dejaría a su compañero allí en el lodo, con las piernas destrozadas y gritando de dolor. De modo que, como pudo lo arrastró hasta el bosque. Permanecieron por una hora hasta que vino el rescate. 

Todo eso repiqueteaba en la cabeza: el estruendo de las bombas, los gritos de dolor, el olor a sangre. Lo oscuro.

Llegó la hora de la comida. Tono ya no estaba allí y el pajarillo tampoco. 

Hay veces que los recuerdos no son tan buenos. 





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