Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

jueves, 22 de febrero de 2024

Situaciones cuando llueve intensamente.

  



Hoy llueve intensamente. Llueve sobre los tejados, en la plaza. Llueve en el mar.

La señora de la gabardina verde se ha caído, y se ha dañado las rodillas, que ahora sangran.

La observo desde mi ventana. Llora y se refugia en una marquesina.

Me pregunto quién será, cual es su nombre. Qué vida tiene. ¿Actriz?, ¿Escritora?. Tal vez.

Hoy pretendo escribir un relato pero la inspiración no aparece, seguramente se ha esfumado bajo los corales verdes, donde las hadas.

Pero claro está, que también puede ser la dueña de la tienda de sombreros que está cerca de aquí.

Está decorada con un gusto muy elegante. Hay sombreros de todos los modelos. Sólo para señoras.

Hace unos tres años compré uno. Tiene un lazo azul marino y la cinta a juego alrededor.

Es curioso que una se detenga ante la ventana porque llueve, y se observa el acontecer diario. Aquellas palomas se amontonan alrededor de la mendiga que esconde sus pies debajo de la capa.

El Teide lleva un sombrero. Es por eso que hay tormenta. Envuelto su pico de una gran nube.

Claudine teje y teje. Es una bufanda multicolor. Nada hay que la distraiga, de modo que sigue con la labor. Se refugia debajo del porche, canta una nana. Una y otra vez.

Se me antoja ver cómo caen grandes gotas de agua que son bolas cristalinas, y cuando llegan al piso rebotan. Y así durante largo tiempo.

Tomás toca el piano. Tomás tiene noventa años. Estuve hace mucho tiempo enamorada de él.

Detrás de esa piel arrugada hay otra, y otra, y otra, hasta que como capas de cebolla se puede ver a un joven alto y guapo. Vivió su juventud en otra isla. Fue a la guerra.


La mendiga se ha ido y las palomas también. Pero no deja de llover.

La bufanda de Claudine es cada vez más larga. Ha llegado hasta la marquesina donde la señora que se dañó las rodillas.

Ella también se ha ido.

Un batiburrillo surge en la entrada del edificio, es un grupo de amigos que charlan esto y aquello. Mientras no deje de llover permanecerán ahí.


Suena el teléfono, pero no tengo ganas de atender. Otro día será, me dije.





Me hubiera gustado mucho tenerlo aquí con este maravilloso día de lluvia.

Pero también se fue.

La última vez que nos vimos fue en un viaje que hicimos a París.

Te espero en el andén cuatro, me dijo.

Él es como el día y la noche. Es una barca que navega libre. Es chocolate negro para mi boca. Es un día nublado, la niebla que rodea es él.


Suena el teléfono de nuevo. Ahora si, quizás sea él.













viernes, 16 de febrero de 2024

A cierta hora de un domingo

 La Luna ha crecido y se ha desbordado y brilla y reparte todos sus guiños y todos caen igual que la lluvia serena de diciembre sobre el rostro. ¿dormido? Casi sonríe, casi llora, casi despierta, pero, no. Las nubes cubiertas de invierno caminan en lo alto, cerca del cielo y los hombros del padre sucumben al dolor y su corbata nada tiene que ver con el color que ahora tiene su corazón. Un piélago inmenso y cristalino abraza a la madre dormida y rodeada de cirios que son luciérnagas y brillan con la misma intensidad que sus ojos brillaban ayer.Ayer fue tan pronto, tan cerca...

miércoles, 14 de febrero de 2024

La asesina de Nancy.

 Nancy ha llegado por fin a casa. Viste un precioso y elegante vestido  de seda rosa. Su  es de un rubio platino. Irresistible, es el centro de todas las miradas. Al anochecer, comienza su macabro plan. Con un gran cuchillo de cocina, que por error fabricaron junto a su indumentaria, Nancy, mata uno a uno, a todos los que festejaron su aparición.

martes, 6 de febrero de 2024

De soledades.

 En algún otro momento hubo pensado en aquel señor de la esquina que vivía en un tabuco y que había muerto un domingo al amanecer; pudo haber sido un marinero en la pesca de bajura, un profesor, o un escultor, como quiera que sea se fue, igual que nos vamos todos algún día, se dijo. Le  había visto pasar delante del jardín, pareciera que cojeaba de un pié, con una gorra gris de visera ocultando su rostro. Le hubiera gustado preguntarle: ¿Qué tal el día hoy, cómo se encuentra, necesita algo?, esas preguntas se quedaron en su pensamiento y aquel señor nunca giró la cabeza para contestar; nunca se detuvo para hablar. Al fin y al cabo sólo era un mendigo, un hombre solo. Cuan poco humildes somos, qué fácil es callar las palabras que no salen de las bocas, que se quedan dentro perforando cada día un poco más las víscera...,

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...