lunes, 29 de febrero de 2016



Llevas toda la vida ahí, con tu descarada sonrisa y tus gafas inmensas para ocultar la rebeldía que habitas y el desmesurado interés por querer que te quieran pero de forma que sean instantes, porque deseas mudarte una vez que pruebas. Llevas ahí mirándo-me casi con súplica; sin embargo siempre te he admirado pecadora de mis amores...





martes, 16 de febrero de 2016




Hace siglos o años o Lunas que me daba horror sentir-me y también, sentir-te,
eso es deplorable me dije a mí misma un día cuando desperté porque un rayo de Sol se había adentrado atraído por la selva de flores que llenaba la habitación. Me dije: He tenido mucha suerte por tanta luz, aunque he de reconocer que me ardieron los ojos.
Luego pasado unos cien años más, ya era otra, sin la máscara, bien descuidada y arrebatadora,
como había deseado, como había rogado antes de venirme. A veces la súplicas merecen la pena...

miércoles, 10 de febrero de 2016






Donde el lugar perfecto, de los lugares,
se halla la clepsidra, ahí en tus manos de agua,
bellas como oro, que a chorros cae como una fuente en mis labios...



lunes, 1 de febrero de 2016

Preludio



Cuasimodo hubiera elegido sin duda la basílica románica que se hallaba no muy lejos del pueblo, a penas comenzar la colina, donde los habitantes eran sólidos y altos pinos que la mayor parte del tiempo sollozaban abatidos por el viento, la hubiera escogido por la belleza propia de su arquitectura y por lo solemne

La mayor parte del tiempo y de todas las horas contadas, incluso las de la madrugada, la señora vecina del pueblo y bastante extraña, se flagelaba una y otra vez, porque pensaba que ella y solo ella era la culpable de aquel sentimiento de dejadez y de tristeza que embargaba el pueblo contagiando todo igual que una virulenta enfermedad.

Incluso llegó a subir cada día a la basílica para entornar el mea culpa, con unos fuertes golpes en el pecho, que hicieron que se llenara de morados. Un día el medico preocupado le dijo que seguramente tendría una rara enfermedad, era normal el diagnostico porque realmente preocupaba verla con sus escotados vestidos y la piel del pecho llena de lunares horrorosos y negros.

Y es que aquella iglesia atraía de una forma irracional, ya sea por su bella arquitectura, o simplemente por lo antiguo y por el aroma de miles de velas humeando hasta la torre. Lo cierto es que la señora que cargaba toda la culpa se echaba sobre sus hombros el agua bendita cada vez que entraba a la misa, para ella era como disculparse ante Dios y todos los cristianos que por allí se hallaban, sentados en los bancos, con el rostro fruncido y algunos dados a la pena, que no a la bebida. Incluso llegó a cortar su melena negra porque le parecía inapropiada cuando alguien la miraba fijamente. Claro está que no miraban sus culpas, sino el cabello negro como la pez.

De modo que la insufrible pecadora se arrodillaba ante el altar con las manos juntas y llenas de sabañones en la época del invierno, sin melena, con morados cada vez mas grandes y una ignorancia terrible. Pasaron los años, pero no llegó a muy vieja, porque la culpa fue creciendo y creciendo dentro de ella, hasta explotar un día.

Crispín el campanero la encontró en horas ya avanzadas de la tarde colgada por el cuello, con la lengua morada y los ojos que no estaban allí. Pánico y falta de oratoria ante nadie, hicieron que terminara con los demás fantasmas. Ella también lució durante muchos años las gruesas cadenas.






miércoles, 27 de enero de 2016

Amaranto

A un lado de la mesa se halla un lápiz con varios símbolos, al otro lado y junto al teclado, un bolígrafo azul a medio terminar. En frente la pantalla que parece que se ve el mundo. Normalmente el ajetreo de pasos no cesa hasta por lo menos unas horas después que todo vaya cogiendo esa forma de molde por así decirlo, o definirlo.

Una pena que la ventana esté cerrada, la contaminación debe de ser. Un rayo de sol se cuela por entre la cristalera del ultimo piso, afortunadamente hay sol, al menos una caricia. Ella es afortunada porque tiene la facilidad de aislarse por un rato de tanto ruido, y pasos aquí y allá, tanto, que nadie la ve, aunque no se haya movido de su sitio, aunque los dedos no paren de golpear las teclas. Es difícil que noten su presencia en esos momentos en que no está.

De pronto sucedió que el pasillo se hallaba enramado con bellos eslabones de una trepadora amarilla y roja; sucedió que desaparecieron las mesas y las sillas, y tal y como deseó había dibujado con el pensamiento una escena justo ahí, en medio del tráfico de pasos y voces: El bernegal rodeado de culantrillo; la cocina con los calderos humeando; el patio inmenso de flores. La senectud de los tiempos se advenía a su antojo. Bastaría pues con dejar libre el laberinto de pensamientos en su cabeza.

lunes, 18 de enero de 2016




Cada cual puede incendiarse como le plazca, yo, particularmente llevo siglos convertida en una llama permanente expuesta a ti y a todo lo que respecta a este viejo y nuevo mundo loco...
Las putas en la esquina celebran el tañer de la

Si

L

viernes, 8 de enero de 2016

Espirales en el tiempo


No era San Petersburgo precisamente, siquiera el frío típico y la nevada, y menos en una isla normalmente cálida, pero sobre los hombros de los hermanos, Mateo, y Georgina, caían témpanos de punta y de repente, ante el espejo redondo de la sala con suelo de piedra, sus espaldas llagadas no hacían más que confirmar las dudas y temores ante el comportamiento de la muchacha con rizos negros por toda la cabeza, rizos que se columpiaban cuando la brisa venida del mar se colaba por los barrotes de la terraza y a falta de verle la nariz, que permanecía oculta entre los tirabuzones,  todo el cuerpo se bamboleaba mecido por los aires traviesos de la estación.

Así como Mateo veía nada más que negruras con respecto a la muchacha, ella, por ende, llevaba un sol más que redondo alrededor, como si hubiera nacido con él, mejor la hubieran llamado la Princesa del Sol, cuando le cayeron las aguas bautismales, y es que cuando vino al mundo, el Astro Rey  brillaba incandescente como esos metales cuando se ponen rojos como los arándanos al madurar, ese día, en el que fue consagrada en la fe cristiana, se había trazado el camino de Soraya, el destino se había colado por entre los cantos y las risas de los invitados, y por entre la mesa con mantel blanco teñida de toda clase de viandas, aquí en la esquina, un cordero con romero; allá en el centro, una tarta de tres pisos con brazos rellenos de trufa; y en la otra punta un gran caldero de boniatos y cherne, tan inmaculado todo, que pareciera un gran lienzo, como si alguien se hubiera dedicado unos meses atrás inmortalizar la llegada al mundo de la muchacha; había sitio suficiente para los invitados, cuidando que ninguno se escapara del marco.

Después de todo, ya tocaba celebrar algo bueno, aquellos años anteriores no habían sido fáciles para la familia. Los continuos cambios del gobierno, las revueltas en las calles, el desacuerdo  de los que por aquel entonces ejercían el poder, sumado a largos periodos de fríos inviernos, asolaron casi por completo la comarca y no menos a sus habitantes, muchos de ellos hombres rudos acostumbrados al castigo divino.

Como quiera que todo aquello había acontecido, los prolegómenos de la vida de Soraya ya se habían escrito mucho antes de cualquier siembra por muy grande que ésta hubiese sido, aún en un gran valle escalonado para su cultivo. 

Los devaneos por así llamarles, de Soraya, no eran tales, como apuntaban, pura felicidad de ella, el modo en que saboreaba la vida, era insolentemente hermoso. Un día como hoy la recuerdo con una sonrisa y al mismo tiempo con frustración por no haber entendido su modo de hacer, porque por ese entonces era yo una niña, y como tal era imposible asumir y ser consciente de la vida de los adultos.

 El suelo del dormitorio era de madera, y en el techo había una gran lámpara de cristal con sus lágrimas y todo; ahora, en el silencio de mi casa, si cierro los ojos y la puedo ver, e incluso oír; carcajadas esparcidas, como si alguien sacudiera una sábana fuertemente; era la mujer más feliz del mundo, con su bendita locura, su talante persuasivo, y sus miríadas de pulseras y collares que siempre pendían de ella. Ella tenía la facultad de trepanar el cerebro de cualquiera para adentrarse y conseguir que alguien, por un minuto, lograra sonreír. Cierra los ojitos, me decía, cuando entre sus almohadones pretendíamos hacer la siesta; a mi me gustaba ella, porque no ponía reparo que yo me recostara con los pies sucios y todavía masticando alguna golosina de las que siempre habían en la lacena verde con encajes de Georgina. Nunca supe bien hasta los trece años por lo menos, que aquella muchacha inquieta fuera de la familia, una visitaba las casonas que estaban enfrente de las demás acompañada por la madre, o por alguna tía, pero los niños a ciencia cierta no reconocen eso de los lazos familiares, quiero decir que, el sentido ese de que fuera prima de papá no lo había cogido bien, y es que en el mundo de las criaturas los lazos esos de familia no son de gran importancia, los niños se encariñan de las personas con gran facilidad, tienen ese privilegio, luego, cuando se hacen mayores ya no confían ni en su propia sombra. 

Aquellos tiempos de los demonios y de las risas y de las cosechas se fueron quedando atrás. Soraya casó   con Mario, un gaucho que había desembarcado en el puerto por pura casualidad desde esas tierras lejanas de la Pampa Argentina; la ceremonia se celebró en la casa de su padre y su tía; pero como el tiempo depende de como se mire pasa lento, o acelerado, todo había acontecido, y regresaron ambos a la provincia de la Pampa. Soraya ni se paró a mirar el rastro que dejaba el barco, había sido salvada de las garras de la bruja sociedad injusta, la que la había juzgado mal, la que había interpretado su felicidad como una mujer ligera de cascos, con esos labios gruesos y esos rizos negros que tanto me llamaban la atención, y sus tacones de punta fina, tan inmaculados, era una diosa loquita que más tarde me empeñé en imitar, los genes implicados debieron de ser, por ese capricho mío de parecerme a ella. Ella y yo pegábamos la oreja a la tierra para escuchar los secretos de las personas, eso me decía, cuando ambas quedábamos en silencio, expectantes, y brotaban de suelo terroso miles de secretos, se escapaban libremente, de modo que Soraya me los transcribía: Escucha atenta niña, ¿Oyes?- Yo, hacía como que escuchaba, en el fondo sabía que por allí no asomaban los secretos, pero le seguía el juego, igual que ella seguía el mío, a eso se le llama complicidad, si, realmente eso creo. 


No fue un cuento su vida, no fue la mejor de las vidas, pero vivió felizmente en tierras ajenas y lejanas, tuvo cuatro hijos y creo que tiene unos seis o siete nietos. Allá, en la Pampa, no habían demasiados medios o recursos, vivir en medio de una vasta extensión y alejados de casi todo, fue difícil, pero no por eso dejó de sonreír y suspirar al viento sus locuras. 

Hace unos días llegó una carta, miren ustedes, una carta, a éstas alturas de la vida de hoy, así es, porque por esos lares ni un teléfono había, y para ir al médico tenían que sucumbir al paso de las horas para conseguir esos cuidados y atenciones. Como decía, la carta llegó a manos de una tía mía, y nos dejó muy consternados, porque las noticias no eran nada halagüeñas. Soraya había fallecido en el verano, concretamente en junio, pero Mario no pudo hacer nada  antes por lo difícil de las comunicaciones, y por todo el papeleo que tuvo que hacer, por la nacionalidad española de Soraya. 

Imagino fue feliz aún en las circunstancias penosas de ese modo de existencia algo precaria, pero para nada hubiera renunciado a todo eso, ni mucho menos a sus tres hijos y siete nietos y esposo, allá en la Pampa, aunque tuviera que renunciar a todo lo anterior, a su padre, a su tía y a los primos; pero lo más bonito es que se llevó con ella el Sol, porque el Sol, era ella. En la sobremesa  mis tías, sus primas, y mi madre, la nombran mucho, se acuerdan de sus peculiaridades a la hora de hacer esto o aquello, y como no, de los dedos que la apuntaron con aquellas miradas insalubres, por el mero hecho de ser loquita del todo y llevar consigo al Sol.










Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...