Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

martes, 22 de septiembre de 2020

Divinidad

 


Era injusto tratar de demonizar al banquero por el mero hecho de verlo salir diariamente impecable, con sombrero y unos zapatos de piel brillantes como una luna llena; por no sonreír, por apenas saludar. Definitivamente las apariencias engañan, pensé. 


¿Alguien sabría qué vida podía tener?, ¿si realmente era feliz?. Si vivía solo, o acompañado; el caso es que nadie habría de pensar eso. Juzgar, juzgar....


En el silencio más grande de todos los silencios, día, tras, día las horas  pasaban. En la mañana salía con un traje diferente, con una corbata diferente. Entraría al coche y se dirigiría al banco.


En la tarde sus sentimientos no eran los mismos. Una sopa de ajo, una fruta, algo de beber y quedarse cómodamente sentado en el sofá de piel color musgo, contemplando las fotografías, que rodeaban la salita como si fueran adornos de navidad. 

Luego se escapaba alguna lágrima, y otra. Se servía un té y  fumar algún cigarrillo. La brisa del otoño se colaba por debajo de la puerta, de las rendijas de las ventanas, y la divinidad envolvía su cuerpo triste, sus ojos grises. Su propia deidad.


Dotado de lo más hermoso que un ser pueda tener.


4 comentarios:

  1. Ojalá todos pudiéramos vernos por dentro. Bello, amiga
    Besitos

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  2. Bueno...adentro llevamos el drama. El afuera, el que se ve sólo es una apariencia, una máscara, y tu relato deja ver, casi axiomático, que todos sufrimos de la piel para adentro, a pesar de cuánto ganes o no. Un abrazo, y gracias por volver a pasar por La joroba del camello, María Gladys. Carlos

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