domingo, 31 de julio de 2016

Latitud

No era un campo de asfódelos lo que me llamó acusadamente la atención. Eran rocas, pequeñas rocas al lado de los pinos.
Erosionada se hallaba una de ellas y dentro abarcaba un lago de agua, como si en verdad la roca recogiera conscientemente el agua de lluvia de la noche anterior, pero el agua que cae de las ramas de los pinos, si, esa que parece una lágrima gigante y detrás de esa lágrima, otra y así hasta formar un lago en la panza de la pequeña roca.
Pero lo que  me dejó perpleja no era todo eso. No eran los pinos ni las pequeñas panzas de algunas rocas negras de lava, no. De ningún modo había sido eso.
A una se le detiene el corazón y se olvida de respirar o viceversa, cuando atina a ver a dos tizones pequeños y no sólo eso, a muchas abejas, todo juntos, todos acudiendo al lago para sorber el agua. Qué divina sonrisa y qué manera tan sencilla y difícil de descubrir a los años de una, otra vida, otro mundo.
Cada cual iba a por lo necesario: Los lagartos abrevaban y siquiera se detenían unos segundos para, con sus lenguas recoger todo el líquido cristalino y fresco del lago y componía el trasiego de ellos. De los lagartos y las abejas, que supuestamente necesitaban el pequeño lago, para hacer la miel. Iban y venían, iban y venían. Todo un mundo al lado del mío, justo a mi lado: Un mundo paralelo.

martes, 26 de julio de 2016

El encuentro






Las gotas de sangre acabaron en el vestido. El alfiler se había clavado en la mano profundamente , tanto, que quedó en la superficie la perla irisada.

Dorotea perdió el color de la cara. Perdió el sentido, casi. El tren devoraba árboles, campiñas enteras, y ella apenas si podía levantarse del asiento y caminar por el pasillo para ir al servicio.

El vestido manchado y el rostro sin color. Se abstrajo por unos minutos aguantando aquella tortura de los demonios, porque enfrente se hallaba él; lo primero que le había llamado la atención fue su boca, carnosa. Luego recorrió su torso y terminó donde los dioses degustan uvas dulces y llenas de licor.

Renunció estoicamente la decisión de ir al servicio para aliviar el espantoso dolor, porque el alfiler seguía ahí, torturando, anclado a su piel y profundamente hendido.

No lo pensó y ella misma lo arrancó de un tirón, luego la sangre a borbotones se encaprichó en dibujar en sus muslos: Parecía un tatuaje.

Se quedó sentada y abrió las piernas soportando la agonía, pero insistiendo para llamar la atención de él. Y lo consiguió, porque ahora ya no sentía pena alguna, siquiera se acordaba del maltido alfiler. Aquella boca carnosa besó el rió púrpura y la lengua sin riendas se había ido justo al centro y no paró hasta la próxima estación.

Se despidieron. Él, en el andén, ella, sentada, con la perversa sonrisa...



miércoles, 6 de julio de 2016

De los amores perdidos









La  llevaba atada a la muñeca, como si se tratara de una pulsera de diamantes, era de esas pulseras de hilo entrecruzado formando una trenza y de varios colores. Cuando se la quitaron para las pruebas se quedó grabada en la piel, igual que un tatuaje, la pulsera de sus amores, de sus días de esplendor, el regalo más bonito que jamás había recibido.

Al ladear el cuerpo salió de los labios un hilo de sangre que pronto llegaría al suelo de tabillas de madera, era espeso como la melaza casera.

Alguien miraba por la ventanilla y arqueaba una de las cejas intentando ver mejor lo que sucedía dentro. Había dormido sola esa noche. El lo sabía muy bien, por eso quería saber qué había pasado.
También lo sabía el alcalde. Un abogado y un fiscal de la zona, es decir los que habitualmente acudían a las vistas del Juzgado del pueblo.

El médico forense se presentó unas horas más tarde. Con corbata y un sombrero gris de fieltro.

Le tomó el pulso a sabiendas de que la vida se había esfumado horas antes, pero era menester, era el protocolo, o la necesidad de querer que en algún momento diera un respingo, o balbuceara algo.

Realmente deseaba que ella abriera los ojos. Que le sonriera o se carcajeara con alguna de sus ocurrentes historias, aunque algunas hirieran mortalmente por su alto contenido en cianuro. Siempre le decía eso: Tus historias tienen un alto contenido en cianuro. Qué labios y que forma de mover las caderas cuando la tenia cerca...


Cuando hubo terminado, y sin que nadie se percatara de ello, le peinó la melena y luego sacó otra pulsera entrecruzada de hilos de colores: ¿Te gusta esta mi amor? Le dijo.





lunes, 6 de junio de 2016

Incertidumbre




Fue imposible desear no permanecer allí. Su pecho ardía como si una espada lo hubiera atravesado.
Ese día las palomas se amontonaron en el patio, justo al lado de la capilla, eran tantas, que casi no se podía caminar. El mar permaneció calmo todo el tiempo, y el sol esculpía con sus rayos los rostros sombríos de algunos, sobre todo los que se hallaban detrás de la cristalera.

Se contuvo por un rato, incluso ofrecía algo de beber o de comer, con el gesto amable, pero con el dolor en los ojos; pero todo era tan irreal. Lo sabía, y sabía que de un momento a otro estallaría de rabia y de pena, y los rizos del cabello se desmoronarían como el serrín cuando cae en diminutas partículas de polvo.

La criatura nació una tarde de mayo, un hermoso niño de ojos negros y pelo rubio.

-Hola mi amor, le dijo. Soy tu mamá, prosiguió.

Se sentía muy dichosa a pesar de lo agotada por el parto, pero eso era algo insignificante para ella, realmente la felicidad inundaba la habitación y la sonrisa se explayó, como un bostezo. El pequeño lloraba. Ella lo acercaba a su pecho con mucho cuidado para amamantarlo, luego se cruzaron la miradas.

El regreso a casa causó una expectación increíble. La cunita blanca en una esquina de la habitación y al lado el ropero. Se había preparado unos días antes meticulosamente, a falta del tul para cubrir. Luego llegaron los seis angelitos muy bien guardados, cada uno en una caja. Seguramente habrían de adornar el capazo y la cuna; eran muy bonitos y poco vistos, porque se cocieron literalmente en el horno; luego, una capa de pintura azul y para las alas, un color ocre suave. A Lilia le gustaba eso de hacer angelitos con el sobrante de pan duro.

El eco de aquellos días felices resonaron en su cabeza como golpes de martillo, como cuando el herrero faena distraído de todo y se afana.

-¿Quieres el misal?, le dijo la señora, una de tantas que permanecían en silencio, como si en verdad aquel infierno le quemara siquiera un dedo de sus manos, pero allí permaneció hasta que hubo terminado la misa, luego, se fue. Todos se fueron.



-No, dijo. Y de nuevo volvió a mirarlo. Era tan bello, tan sereno dormía. Quiso romper con sus manos el cristal, y gritar, y correr y besarlo. Pero clavó las uñas en su estómago, y sangró su boca y quiso vomitar la cruel despedida...








martes, 31 de mayo de 2016

En presente y pasado, un bagaje.




Era curioso que pensara en el guayabero   cuando se preparaba para el baño; curioso de venirse esos recuerdos, que ahora se hallaban en un rincón de la memoria, un lugar casi inhóspito, pero al fin y al cabo, allí seguían.

Los ojos negros de Ermine, cuando se hacía limpieza en la casa, se quedaban de guardia toda la mañana en la esquina de la cocina, por si a alguien se le ocurría atravesar el largo pasillo, que terminaba a un lado, con un aseo pequeño, y al otro, un patio de piedras volcánicas  con un gran guayabero en el centro. Durante el tiempo de guardia no sonreía, y mayestática y seria y con ambas manos cruzadas, amenazaba con castigar a todo aquel que dejara la huella en el suelo húmedo.

Como un río alegre se fueron encadenando los pensamientos y, las imágenes fluyeron libres- Ermine, se dijo, qué lejos estás y que cerca de siento, volvió a decir, mientras se introducía en la tina, que se desbordaba de agua, tanto como las ganas de ella.

-Pero cuando la guardia había terminado, y la veda se había abierto, entrar en aquel patio de piedras volcánicas era tan agradable, como mirar las estrellas en verano. Hubo una vez, que se dio la circunstancia que el tiempo acompañó de tal forma, que florecieron los botones de guayabo y crecieron con una enormidad ilusoria. Todo estaba preparado para elaborar el dulce. Con pan de centeno, con bizcocho, con queso, se podía comer de cualquier modo. Aquella casa olía a flores del Olimpo.

Tomó la pastilla de jabón para oler el perfume, ya la esponja se había deslizado por el cuerpo  varias veces. Luego se columpió moviendo parsimoniosamente las nalgas. El agua estaba deliciosa.

Ermine era una madre de esas que nunca tuvo hijos, pero era una madre. En la mesa de la cocina con un mantel verde dejaba los dulces y dejaba los bizcochos.

-         Eres la primera en todo me dijo unos de los primos-

       -¿Porqué crees eso?- Le contesté.

       -Porque…  No supo qué responder. Éramos tan niños.

Pero las primeras son las primeras que se van, le dije. No me contestó, no supo.



Esas líneas las había visto en un viejo diario que unos momentos antes había ojeado, antes de sumergirse en aquel pozo de agua cristalina, y dejarse ir, como cuando los besos  se dejan caer como regalos por la espalda y el vientre. Separó los muslos y se acercó para mirarse el rostro y sonrió. No había muerto aún. Pero la carita de pecas ya no estaba…


viernes, 27 de mayo de 2016

Han llegado las mariposas






Textualmente, y punto por punto, le había dicho que la temporada de las mariposas era sagrada para ella; quería decir que por esos días nada habría de ocupar su tiempo, nada habría de frenar las ansiadas vacaciones.

Pero en realidad no eran vacaciones como tal, no. Eran los momentos que necesitaba para evadirse y dejar atrás casi todo. Ya tenía el billete de tren y ya tenía el equipaje preparado, una mochila, simple y llanamente, una mochila. Era bonita, tenía por fuera unos bolsillos de diferente color, y luego colgaban asaderas hechas de macramé para colgar las cholas y un rosario de perlas negras. Su bisabuela se lo dejó olvidado cuando se fue y ella lo tomó, con mucho cariño. Desde entonces lo lleva a todas partes, pero lo curioso es que había de estar siempre mostrado al todo aquel que quisiera verlo. Es una reliquia antiquísima y preciada. Pero pendía todo el tiempo, ya fuera en la mochila, ya en la esquina de uno de los barrotes de la cama.
Esperó que el cigarrillo se terminara de esfumar y aspiraba con premura. Entre sus labios daba gusto de ver el tabaco con la capa de papel cada vez más húmeda.

Fiona era una de esas mujeres que, en la primera impresión parecía común, es decir, ella no daba muestra alguna de vanidad, siquiera de querer aparentar y ni mucho menos ansiaba menesterosa llamar la atención. Eso si, tenía algo de temperamento en todas la carreteras de sus venas, eso no estaba mal del todo. No había pasado por el encorsetamiento de una sociedad impune con sus gentes, y si en algún momento habría sufrido eso de guardar silencio y obedecer, seguro que ya estaba totalmente borrado de su cabeza y también de su diario. Cinco páginas arrancadas con rabia.

Lo primero que hizo esa mañana fue buscar el billete del tren y guardarlo en uno de los bolsillos y también el rosario que inmediatamente dejó pendido en una de las cogederas de macramé de la mochila. Atisbó a lo lejos un bus rojo, y dudó si sería el suyo. Dudó hasta que llegó a sus pies la delantera roja y el dibujo de una gran mariposa azul en uno de los lados. Sonrió porque si era el bus. Soportó dos horas de sol intenso, llevaba una gorra muy bonita que la protegía de los rayos de un sol justiciero, si, era un sol que castigaba a esas horas de la mañana, era un fustigador, era un sol que daba latigazos y dejaba las llagas en la piel, como cuando los marinos eran azotados con el torso desnudo, en el cabestrante.

Habían pasado casi dos horas y se sentía muy bien, a penas una cabezada había dado y el libro que tenía en sus manos se había caído a su pies, pero lo tomó rápido, bostezó y sonrió. Nadie podía imaginar donde se dirigía, eso era un secreto muy bien guardado por Fiona, como cuando se guardan las cartas de amor en un cofre de plata con un lazo púrpura en medio.

El viaje acabó sin consecuencias de importancia. Unas siete horas de camino, pero para Fiona eso era como un paseo, y es que le esperaba el mundo de las mariposas. Llegó, se descalzó y se quedó dormida entre ellas, como si en verdad se hubiera mimetizado. Ahora era una hermosa mariposa blanca y tornasolada...


martes, 24 de mayo de 2016

Arroz meloso





El señor de corbata levantó la cortina del asfalto con la punta del bastón. La intención no era otra que ver el espejismo de un niño, de su niño interior; vivaracho, con una gorra de pana y pantalones cortos y algún juguete en sus manos. Hay personas que con ese gesto ya son felices, dijo la señora, que no le quitaba ojo, porque era curioso eso de rebuscar y encontrar al niño que se lleva dentro.

Probablemente ella también buscó detrás de los cuadros, o, también ,en aquel parque de recreos con la veleta impoluta de un madero noble que recreaba a un gran pájaro azul. Entre las niñas se hallaba ella, con la dulzura de una boquita angelical; por entonces era agradable estar allí, sobre todo porque el tiempo se quedaba congelado, como si alguien con una barita mágica hiciera eso, me refiero a eso de paralizar el tiempo. Seguramente las hadas por esa época se mudaron a vivir allí; de modo que siguió el paseo y pensó en comprar un hermoso ramos de lilas y algunas siempre vivas, y cruzó la avenida al mismo tiempo que se atusaba el pelo...

El aroma de la arrocería se colaba por la estrecha callejuela circundante al monumento de la madre, una de esas esculturas a medio hacer, porque daba la impresión de que a la madre le faltaba el verdadero espíritu, ese que suelen tener las madres, ese que se desborda hacia fuera, por los ojos, o por un gesto cualquiera, pero que, en este caso resultó algo ignoto para el artista.

Los comensales llevaban a la boca el meloso arroz acompañado de un buen vino de la zona. El tintineo de los cuchillos, y de los platos y de las cucharas se esparcían en ondas, como si en verdad fueran campanillas de esas ornamentadas de la India. Glorioso momento pues ese, con las papilas gustativas muy sensibles y los jugos gástricos queriéndose escapar y liberar la contenida sensación de bienestar. A veces pienso que un estómago es otro ser vivo que llevamos dentro, una casi perfecta simbiosis imagino que pueda ser, por decir algo...
Fuera, todo seguía su curso, el señor de corbata había llegado al fin al casino deseando ese puro que en casa le prohibían, y la señora entrada en años dejó de ponerle atención; en realidad había una similitud entre los dos: Ambos sentían la necesidad de reencontrarse consigo mismo, con ese niño de antaño, que podría hallarse debajo del asfalto y también en el parque de la veleta impoluta de un madero noble.

Era una estampa preciosa, pero me refiero a dos Araucarias que habían en la avenida y también ver cómo el meloso arroz, cálido y perfumado era devorado por unas cuantas bocas que parloteaban ésto y aquello, y algunas con los ríos del buen vino en las comisuras...
Tan elaborado y agradecido arroz, como el beso de un amante diría yo. Quizás excesiva comparación, pero es que a veces...





Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...