viernes, 18 de agosto de 2017
Hace tanto que voy muriendo..
En cada suspiro... muero..
En un nuevo día.. muero..
Muero cuando río, cuando lloro..
Hace tanto, tanto que voy muriendo...
En la sombra..muero..
En cada recuerdo.. muero..
He muerto en los cañaverales.. donde las libélulas..
He muerto en huertas llenas de espigas de trigo, he muerto con los pies llenos de barro...
Me he muerto entre abrazos y besos...
Hace tanto, tanto que voy muriendo: En aquella higuera, en aquel columpio...
He fallecido cada segundo, cada minuto, una vida entera...
Hace tanto, tanto que voy muriendo: En aquel patio con flores y guayabos... En la arena negra de una playa. He muerto tantas veces, que sigo muriendo...
viernes, 4 de agosto de 2017
De lo absurdo
Quizás
fue cobarde, porque en ese mismo momento hubiera desaparecido de la
faz de la Tierra.
Trató
de abalanzarse y dejarse caer, pero la hondura de aquel barranco era
vertiginosa, y volvió sobre sus pasos, temblorosa, y hasta algo
cohibida. La noche anterior lo había planeado todo, incluso la
vestimenta que llevaría; pero era humana, si, y le sobrepuso el
pánico, pánico ante las ganas de irse de este mundo…
Dos
meses atrás había intentado quitarse la piel con la punta de un
abrecartas, pero solo atino a despellejar tres dedos de la mano
derecha, el dolor fue insoportable, más aún que tener que
arrodillarse en la iglesia y arrastrarse hasta llegar al altar, donde
un Jesús cansado, le esperaba, para perdonarla, pero en vez de eso,
se compadeció de ella. Verla en ese estado era una verdadera
lástima: Penando por el pasillo, llorando por los días caóticos,
con sus manos juntas y con un rosario que llegaba al suelo, con un
crucifijo desgastado. Las personas se perdonan solas, dijo aquella
señora, en el último banco, estaba con un trapo dándole lustre a
los asientos, si, volvió a decir, luego desapareció por entre los
balaustres…
De
modo que se puso contenta cuando de nuevo la piel creció envolviendo
los tres dedos.
Pero
la idea de irse no se le quitaba de la cabeza, aún con la invitación
de unos amigos para pasar el día en un cerro de tantos que hay en
Australia. Pero un cerro con una casa enorme, con un parterre lleno
de Zarzos Dorados. Una noche, y otra y otra, con la luz de un luna
gigante y el humo de las pipas alzándose al cielo, y las charlas de
estos y aquellos, y el vestido de ella, elegante. El té rojo en la
taza y la sonrisa de todos y el bienestar, y también los sueños.
Pero nada de eso habría de interesarle. Siquiera contemplar desde el
cerro, las vistas gloriosas…
Fracasaría
siempre, pensó, fracasaría el querer irse. El dolor y el miedo, el
dolor y el miedo, siempre iban a impedir eso, salir del mundo,
despedida, como una gran bala. De modo que, una idea le rondó por la
cabeza, una idea que le gustó: A media noche de esa noche de
fiestas en el patio de la casa, salió con lo puesto y se dirigió
apresurada donde los dingos. Allí consiguió irse para siempre,
porque olía estupendamente, y su piel y huesos tan apetitosos...
viernes, 21 de julio de 2017
De los casos de la vida
Una rémora parecía,
a cada paso que daba, la rémora seguía ahí, viviendo de ella,
alimentándose de ella, de sus pertenencias, ahora iría pegada a su
espalda, y el sentimiento que eso provocaba, era subyugante, un
castigo desde que vino a este mundo…
Sony nació un
veintidós de julio de mil novecientos doce. Cuando en aquel pueblo
siquiera había algo de especial. Eso sí, un verde prado lleno de
ovejas, algunas de ellas, viejas y cansadas, como sus dueños, que
dormían justo al lado de ellas, en un establo, porque aquella casa,
era un establo.
Sony se había
criado como todos los niños, con una infancia normal, dentro de lo
que se puede llamar normal. Pero el sometimiento que imponían los
terratenientes a los lugareños era descomunal, porque estos, se
partían el lomo cada día, en esas tierras. Pero la suerte de Sony,
fue malograda el día en que Malsis nació, si ese mismo día,
porque, a los pocos meses se había convertido en una rémora para
él. Al principio a Sony le gustaba, porque era una chica compasiva,
y sentía lástima de Malsis, al verlo tan desprotegido, tan solo.
Comenzó entonces la unión entre los dos, una unión perfecta,
risas, salidas a merendar. Ir al prado verde y quedarse ahí toda la
tarde.
Pero un día Sony se
había llenado de pupas, unas pupas horribles en todo su cuerpo. La
rémora era la causa de ello. Ya no podría apartalo de ella, ya no
tenía fuerzas y, sobre todo se sentía humillada y muy vieja. Pero
ya sería demasiado tarde...
martes, 11 de julio de 2017
Hoy miré el reloj y lo miré dos veces, o tres...
La fuente de agua de su interior me hirió los ojos, me hirió como un puñal que
se clava profundamente...Los ojos que vivieron años detrás de la ventana, con
rejas.. postrados, sumisos, obedientes,
Devolví la campanada de la iglesia, devolví la fuente hiriente del reloj.. No
permito siquiera una púa. ¡Hoy no! ¡nunca más!...
lunes, 10 de julio de 2017
Un espacio en blanco
Una,
en algún momento del día, o de las horas, se pregunta por aquel
espacio en blanco, que se halla en cualquier lugar. Porque todos los
lugares tienen su espacio en blanco.
Una
vez recorrí una playa de arena negra, con piedras redondeadas,
erosionadas por el tiempo, y por las intensas caricias de las olas:
Olas apasionadas, olas calmadas, y también olas insensatas…
Y
allí lo encontré: Un espacio en blanco..
Quizás
albergó vida: Las larvas de los pequeños peces, gusanos de mar; los
besos y las promesas de los amantes. El pozo de agua que fue había
dejado huella, aún con la virulencia del tiempo en una noche azotada
por los látigos enfurecidos del mar. Y ahí permanecen, para volver
a contar historias, para contar sueños, para albergar vida, para
crear una historia...
Si
usted quiere le cuento una historia, bastaría con encontrar un
espacio en blanco, por ejemplo en la marca en la pared de un retrato
sepia que desapareció hace mucho tiempo, pero que antes de eso, una
muchacha de ojos negros y pelo ensortijado había sido inmortalizada,
permaneciendo muchos años ahí, en la pared.
Y
es que, a veces, las historias más hermosas e interesantes aguardan
en ese pequeño o gran espacio en blanco. Porque la visibilidad se
encuentra en nuestros pensamientos. La visión de objetos, de
imaginar un mar o una historia, aunque ese espacio no albergue más
que vacío, es el don más preciado que se pueda tener...
Le
podría hablar a usted de la vieja tienda de sombreros. Se habían
vendido miles de sombreros; también albergó objetos antiguos,
algunos, reliquias.
El
brazalete de Cleopatra estuvo expuesto durante los sesenta años en
que la tienda permaneció abierta. Un comerciante de Agadir visitó
la cuidad un día cualquiera, se había tomado unas vacaciones, y lo
primero que hizo fue comprarse un sombrero, el más elegante de la
tienda, lo había cambiado por el brazalete de Cleopatra. Y es que
se sintió muy feliz, porque nunca supo hasta aquel día la sensación
que le había producido el sombrero, se miró al espejo y soltó una
carcajada,¡ qué cantidad de dientes!
De
modo que salió satisfecho a la calle, se dirigió a la avenida,
junto al parque, para que todo el mundo pudiera ver aquel elegante
Borsalino de fieltro marrón.
Esa
noche hasta durmió con el puesto. Permaneció en la misma postura
toda la noche, para no estropearlo.
Regresó
a Agadir. Cuando desembarcó, todos sus amigos y familiares se
quedaron boquiabiertos ante semejante aparición. Su chilaba blanca,
una bolsa de cuero en el hombro, y el Borsalino adornando su
cabeza...
Decirles
que el brazalete de Cleopatra fue robado por lo menos unas doce
veces, pero con suerte rescatado, y devuelto a la vieja tienda de
sombreros.
En
cierto modo, Cleopatra brillaba en el escaparate, bastaba con
observarlo e imaginarla con el puesto, la belleza de ella, y el
brillo de aquellas piedras preciosas cegaban como un rayo intenso de
sol...
Es
curioso verdad?, si realmente es curioso, cómo un espacio en blanco
puede tener tanto dentro, tanto, tanto.
Aún el solar permanece
vació, pero tan lleno...
viernes, 2 de junio de 2017
La travesía
Éramos unos cien muchachos los que
emprendimos el viaje aquella mañana de julio, y aunque llegamos a
salvo a puerto después de dos semanas sobre las grandes lenguas de
mar, el infierno nos había acompañado, cada día, y cada
noche...una bestia que no paró de hendir sus garras en nuestros
pechos.
Los camarotes, aunque sólo eran dos,
eran ocupados por el patrón del barco y un cabo, que en ningún
momento salió a socorrernos, siquiera preguntar cómo nos
encontrábamos La cocina por decirlo así, albergaba unos kilos de
jareas y pan duro, y garrafones de agua. Hubo plátanos para unos
cuatro o cinco días, luego ya no habría fruta alguna.
Sindo lloraba como un niño aterrado,
cuando la fuerza del mar hacía trastabillar a la tripulación que se
encontraba en pié intentando con mucho esfuerzo dar unos pasos por
cubierta; los ojos se le hicieron tan grandes como los de una
lechuza, oteando, intentando entender el porqué se encontraba allí,
y entender porqué ese castigo, pero sobre todo el terror de estar
seguro que moriría en aquel lugar inhóspito, en los brazos de esas
terribles lenguas de mar; moriría con los pulmones llenos de agua,
tendría que tragar, y tragar, hasta perder la vida, y sucumbiría
allí, lejos de su tierra, por imposición de los altos mandos. No se
sentía un héroe ni mucho menos. Se sentía humillado, apaleado, y
se dejaba orinar una y otra vez, porque no podía evitar eso; porque
era necesario respirar, intentar morder un trozo de jarea y un sorbo
de agua. Un rayo había impactado en la popa, y los muchachos
siquiera gritaron, no hacía falta : Sus ojos hablaban por sí solos,
y sus manos aún jóvenes buscaban el calor del cuerpo metidas en
los bolsillos; pero Sindo no, Sindo suplicaba al cielo, por si había
un cielo, suplicaba cada vez que uno de esos expectantes y agudos
rayos amenazaban con hundir el barco; una quilla endeble, una
obsoleta nave dejada de la mano de dios, o de los hombres, en un
cerro, como si de un trofeo se tratara; había habido suerte, y solo
hubo algún destrozo en la roda: Miles te astillas saltaron por los
aires, como si fueran confetis. En los siguientes días todo fue
igual, solo dos días de una calma en medio de aquella encrucijada,
en medio de ninguna parte, en un océano oscuro, cuyo dueño era el
gran Poseidón, el que después de comer se relajaba jugando con uno
de sus dedos para hacer remolinos, y propiciar tormentas...
Yo me empeñé en permanecer de pié
el tiempo que fuese necesario, aún después de varias caídas hacia
los mamparos y alguna magulladura, pero lo había conseguido...
Los
barcos rugen, si, lo supe aquella noche de los demonios, y rugen por
la fuerza intespectiva de la tormenta, el bramido de las olas,
azotando la popa, y la proa, y doblegándolo una y otra vez, como si
de fuertes latigazos se tratara, claro que rugía! una vez que era
obligada la proa a hundirse en las revueltas aguas, para luego
remontar con un esfuerzo descomunal intentando volver a flote; el
trinquete fue mi salvación, me aferré a el con todas mis fuerzas:
El agua mojaba una y otra vez todo mi cuerpo, eran como cachetones en
mi rostro, pero quise presenciar aquello. La furia de Poseidón
contra unos pocos muchachos que salieron de sus hogares para cumplir
con los mandatos de una tirana nación. ...
Lo
había conseguido, había presenciado la furia, había sentido las
garras en mi pecho, y ahí estaba agarrado a trinquete : Ahora unos
minutos de fuertes truenos, ahora las lenguas negras elevándose ante
mí. Un animal de proporciones enormes se columpió en una de las
olas y me miró a los ojos, y yo le miré igualmente, fueron
segundos, pero supe lo que quiso decirme, lo supe: sonreí, si, a
pesar de todo, sonreí. Me hablaron también los muertos de los
siglos pasados y me hablaron los muertos de ahora : Una devastada
llanura de vidas que mis ojos pudieron ver solo en cuestión de unos
diez o doce minutos. Luego, la calma.
Hace
sesenta años de este viaje y aún recuerdo todo, como el primer día,
aquel mes de julio, en aquel barco viejo donde unos cien muchachos
fueron a cumplir con un deber que no era deber, era sometimiento...
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