Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 10 de julio de 2017

Un espacio en blanco





Una, en algún momento del día, o de las horas, se pregunta por aquel espacio en blanco, que se halla en cualquier lugar. Porque todos los lugares tienen su espacio en blanco.
Una vez recorrí una playa de arena negra, con piedras redondeadas, erosionadas por el tiempo, y por las intensas caricias de las olas: Olas apasionadas, olas calmadas, y también olas insensatas…
Y allí lo encontré: Un espacio en blanco..
Quizás albergó vida: Las larvas de los pequeños peces, gusanos de mar; los besos y las promesas de los amantes. El pozo de agua que fue había dejado huella, aún con la virulencia del tiempo en una noche azotada por los látigos enfurecidos del mar. Y ahí permanecen, para volver a contar historias, para contar sueños, para albergar vida, para crear una historia...

Si usted quiere le cuento una historia, bastaría con encontrar un espacio en blanco, por ejemplo en la marca en la pared de un retrato sepia que desapareció hace mucho tiempo, pero que antes de eso, una muchacha de ojos negros y pelo ensortijado había sido inmortalizada, permaneciendo muchos años ahí, en la pared.
Y es que, a veces, las historias más hermosas e interesantes aguardan en ese pequeño o gran espacio en blanco. Porque la visibilidad se encuentra en nuestros pensamientos. La visión de objetos, de imaginar un mar o una historia, aunque ese espacio no albergue más que vacío, es el don más preciado que se pueda tener...
Le podría hablar a usted de la vieja tienda de sombreros. Se habían vendido miles de sombreros; también albergó objetos antiguos, algunos, reliquias.
El brazalete de Cleopatra estuvo expuesto durante los sesenta años en que la tienda permaneció abierta. Un comerciante de Agadir visitó la cuidad un día cualquiera, se había tomado unas vacaciones, y lo primero que hizo fue comprarse un sombrero, el más elegante de la tienda, lo había cambiado por el brazalete de Cleopatra. Y es que se sintió muy feliz, porque nunca supo hasta aquel día la sensación que le había producido el sombrero, se miró al espejo y soltó una carcajada,¡ qué cantidad de dientes!
De modo que salió satisfecho a la calle, se dirigió a la avenida, junto al parque, para que todo el mundo pudiera ver aquel elegante Borsalino de fieltro marrón.
Esa noche hasta durmió con el puesto. Permaneció en la misma postura toda la noche, para no estropearlo.
Regresó a Agadir. Cuando desembarcó, todos sus amigos y familiares se quedaron boquiabiertos ante semejante aparición. Su chilaba blanca, una bolsa de cuero en el hombro, y el Borsalino adornando su cabeza...

Decirles que el brazalete de Cleopatra fue robado por lo menos unas doce veces, pero con suerte rescatado, y devuelto a la vieja tienda de sombreros.
En cierto modo, Cleopatra brillaba en el escaparate, bastaba con observarlo e imaginarla con el puesto, la belleza de ella, y el brillo de aquellas piedras preciosas cegaban como un rayo intenso de sol...

Es curioso verdad?, si realmente es curioso, cómo un espacio en blanco puede tener tanto dentro, tanto, tanto. 

Aún el solar permanece vació, pero tan lleno...










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