miércoles, 15 de abril de 2015

Le hubiera importado bien poco que la cena se hubiera enfriado



A esas alturas Crispín habría renunciado a tener que cargar con la mochila que durante muchos años había llevado, y  con mucha responsabilidad sobre sus hombros ahora maltrechos. Y es que no es fácil acometer con tantos asuntos, diría yo, y en su conjunto, miles de variopintos y borrascosos asuntos que desde niño le impusieron nada mas nacer.
Salvo la maestra del pueblo con la que supo que en el mundo existían miles de bibliotecas, con miles de libros en sus estanterías, libros, con los que pudo ver otros mundos y otros planetas girando en el universo. También supo que debajo de la tierra se anclaban miles de raíces y que gracias a ello surgían por entre los surcos los árboles con los brazos extendidos al cielo, y miles de fértiles llanuras de trigo y muchas más cosas.
Llegó el día ansiado en el que Crispín se despojaría de ese bloque de cemento que cargaba desde su nacimiento, de modo, que, una vez liberado de tanta responsabilidad sintió tal alivio, que gritó de alegría, si, eso hizo el buen hombre, se desgañitó de tanto gritar y dijo al mundo: ¡Me importa bien poco que la cena se haya enfriado!




lunes, 6 de abril de 2015

Mi árbol de ñame





Ya sabía el tiempo que duraba la travesía, y sin embargo parecía interminable el largo brazo de mar, y mi vista no hallaba la tierra por mucho que mirara el horizonte. Las olas ese día eran totalmente inofensivas, apenas se elevaban, y sus crestas pequeños sombreros coquetos con cintas de seda alrededor, poco habrían de restallar al encontrarse. Un mimo, caricias, todo se limitó a ello, a los arrumacos entre oblongas hojas de salitre; de vez en cuando los rorcuales y los peces voladores hacían llevadero el viaje, casi siempre en cubierta, porque yo desmerecía otro espacio que no fuera ese, cualquier otro sembraría aún mas el caos que me producía el no poder ver la tan ansiada isla, la incertidumbre al pensar si seguía ahí, en medio del inmenso océano, y tan acogedora como el abrazo de una madre, de modo que había merendado y tomado tres o cuatro cafés con la vista fija al horizonte y pensando lo meritorio de emerger desde los profundos y escabrosos, y enigmáticos barrancos del fondo oceánico, definitivamente las horas siguientes hasta la llegada dejaron en mí la sensación de una cómoda y al mismo tiempo expectante espera. 
Los plomizos pasos de algunos señores y señoras al bajar del barco contrastaban con los míos, algo alocados, y luego la frenética carrera que imaginé al llegar a la puerta de desembarco, deseando ver la fila de palmeras en la entrada al puerto, y las pequeñas chalupas fondeadas en la playa de los pescadores, donde tantos veranos había pasado mimetizada según el transcurrir de las horas, y la luz del sol, llegando a formar parte de todo ese maremágnum de seres, de objetos aquí y allá. Un cuatro latas me llevó al pueblo y una vez allí comencé a recorrer el camino hacia el barranco, y ya luego, en el fondo, debajo de la gran roca de piedra negra, el pequeño caserío se adivinaba antes mis ojos y brillaba igual que un puñado de esmeraldas dentro de un cofre plateado, Carola y las demás comadres batían los pañuelos y sus mandiles relucían tan blancos como cien copos de nieve, como si de veras se hubieran cosido en ellos. 
Por fin pude llegar y pisar las baldosas del patio de geranios de mi abuela materna; tuve la sensación de volver a nacer, y más aún, al ver las espléndidas, las grandes y anchas hojas ancladas alrededor del pozo y alrededor de la destiladera; sin duda alguna volveré una y otra vez para recuperar la magia de entonces…,


viernes, 3 de abril de 2015

El catalejo



Rosendo y Eurípides vivían en una isla con techo y así durante muchos años llegaron a pensar eso. Eran unos niños de cierta edad y habían jugado mucho, casi siempre con sus pies desnudos y una camisa para cada uno, roída. Ahora ya llevaban zapatos y otra camisa distinta para cada uno de los dos, era casi nueva. Les habían enseñado a cepillarse la boca después de las comidas, les habían dicho que si terminaban sus tareas a tiempo y si cuidaban  de sus cosas les premiarían a ambos con una gran sorpresa que no tardaría en llegar. Como es natural, los niños de cierta edad sentían una tremenda curiosidad y deseaban mucho que llegara ese día,- seguro que es algo envuelto en papel de celofán, dijo Rosendo- ¡No, no, no!, dijo Eurípides con el ceño fruncido y, con los churretes del puré en la comisura de sus labios, ya reseco; y es que Eurípides siempre había rechazado toda clase de regalos envueltos, los odiaba.
 Por fin el gran día, y para ese día habían estrenado una camisa nueva y unos zapatos nuevos. Apareció aquella señora robusta con un catalejo envuelto en papel celofán en sus manos anchas y entró en la isla como pedro por su casa y silbó para que los niños de cierta edad se presentaran en el patio donde había palmeras y geranios y bancos de madera. Eurípides fue el primero que pudo ver através  de las lentes, pero no le gustó nada y se fue atrás al huerto que tenía la isla y se quedó allí. Ahora le había llegado el turno a Rosendo, se puso de puntillas, y cuando pudo ver lo que había dentro del catalejo, grito espantado al ver el cielo y las estrellas y hasta los dioses del Olimpo y, enseguida se murió de un infarto. Eurípides vivió muchos años más, pero nunca pudo ver el cielo, ni las estrellas, ni los dioses del Olimpo.


jueves, 26 de marzo de 2015

Las flores



Equidistantes se hallan las unas de las otras: La casona con la escalinata de piedra labrada, el establo, y en el piso alto, el gallinero;  las demás casas son  más sencillas, estrictamente sencillas. Con total impunidad crecen fortalezas de maíz  a lo largo de la finca, parecen arrabales, casi se puede sentir como late debajo de la tierra todo ese imperio de raíces bien ancladas;los penachos  abatidos por la brisa inquisidora de los alisios se resisten una y otra vez, estoicamente; variopintos y diminutos cuerpos de las espiguillas danzan al aire, son olas y un mar, la huerta,  otrora ríos de lava, quizás, ahora la flota de navíos por encima del mar precipitándose vertiginosamente y abriendo camino a la vida, ¿Para cuando la ciega? Las conversaciones entre las señoras y señores habitantes de las casas comprenden, desde las compras en el mercado, las ropas de los inviernos y los veranos, los castigos a los chiquillos en la escuela, excusa incomprensible, no para los padres, y el eslabón perdido de la familia que viajó a Cuba; un fluir de notas musicales, algunas graves, otras más delicadas, pero por sobre todo lo demás, los días de la siega son luminarias a este lado y al otro, cada cual se afana en lo suyo, y estrictamente necesario hablarán del conflicto  que se haya lejos, pero necesariamente desean esa verborrea tan inocua que se pasea entre las bocas agradablemente.
Agitando pañuelos se quedó Isabel en el muelle, cerca del mercado de abastos, un buque gris y desvencijado se llevaba tanta juventud dentro, tanta como un prado de oleaginosos girasoles: Escribe, le dijo. El hijo dijo que si, por pronunciar esa palabra tan exquisita sabía que haría la felicidad para la madre, hacer la felicidad lleva poco tiempo, basta asentir con buena voluntad,y dejar que un beso volado se escape. Metódicamente algunos de ellos tuestan el café, la señora de la casa se encierra en la cocina pintada de verde con una pequeña ventana, y hace girar el cucharón de madera hasta que se impregna todo con ese olor típico que agranda las fosas nasales, crea ambiente, diría yo. Es magnífico contemplar el páramo, sobre todo en primavera, cuando se redescubren los colores y las sabanas ondean detrás de las casas, en los patios, cerca de las charcas, es una espléndida obertura en medio del caos que se haya allá, detrás del horizonte…,


miércoles, 25 de marzo de 2015

Dorian y yo





A medida que recorría el camino de ida y  a la altura del desvío y cerca de los laureles, el corazón de Dorian  quería escapar de su pecho, no por sus pasos acelerados, no por la lluvia incipiente de la mañana, probablemente eso hubiera deseado. La casona se adivinaba por el olor de la acequia repleta de corpúsculos que la cubrían igual que un manto de hilo, y se colaba por entre la nariz hasta llegar un sabor ácido al paladar.
Lo repetía cada vez que nos encontrábamos mientras un café con un terrón de azúcar moreno daba vueltas haciendo jirones la capa de crema antes de ser sorbida por mis labios, lo repetía una y otra vez: “Los he visto, algo mas difuminadas las siluetas, pero igualmente cercanos, tangibles, perezosos me atrevería a decir, por el modo en que la señora le miraba y bostezaba al mismo tiempo; sin embargo qué curioso fluir de imágenes, cuando una es capaz de captar por entre esos barrotes y parterres hasta la entrada cubierta de oropeles, esos rostros ya muertos, aseveraba.” Dado que nuestra relación iba mas allá de lo que pudiera ser una larga amistad, dado que era cuestión de familia, discutíamos cualquier asunto que pudiera surgir zanjando el tema allí mismo.
Conocedoras ambas de los pormenores y de las situaciones provocadas por las diferentes materias, que a veces terminaban inconclusas, ya sea por acuerdos, ya sea por no poder resolver esos asuntos, siempre se llegaba el caso de querer emprender un proyecto, una nueva obra jamás conocida, resultando ser un experimento asombroso, algo novedoso para ambas. El grado de entendimiento alcanzaba cuotas extremadamente vertiginosas, hasta tal  punto en que a veces cuando una pensaba algo, la otra respondía como si de una pregunta se tratara, como si la conversación se iniciara dentro de nuestras cabezas y siquiera una palabra asomara por entre los labios. Los mismos crisantemos, los gustos para decorar esto o aquello; la seda carmesí entre el espaldar de la cama; el mismo modo de tomar el lápiz y comenzar a escribir por el lado contrario, todo eso no hico mas que confirmar mis sospechas, y mas aún, cuando pude ver lo mismo que Dorian: La señora casi imperceptible como un halo de luz transparente charlando animadamente en la terraza los temas mas variopintos. Los mismos gestos primigenios, la complicidad de ambas, solo que en otro espacio de tiempo, en otro lugar y en otras vidas ya acontecidas…,

martes, 24 de marzo de 2015

Madreselvas

Deberé pensar entonces que en verdad el butacón necesita arreglos, quizás una tela nueva bien ajustada, nada de pliegues, ni de adornos. Una le llega a coger cariño a una butaca, porque una se siente protegida, y para completar el grado de satisfacción, el chismorreo de los rescoldos que quedan de los troncos de madera, con miríadas de pequeños meteoritos saliendo disparados a este lado y al otro, parecieran un coro de feligreses en la misa de los domingos…

¿Puedo coger el cuchillo que corta pero, no?

Me ha venido ese recuerdo infinito a la cabeza; las vocecitas rebotaban en la casa y parecían algodones de azúcar moteado: ¡Campanillas, campanillas sus voces!. Los ojitos vivarachos de los niños oteando. ¿Potrillos quizás? Realmente hermosos potrillos.
Alguien me ha dicho que en el bosque de los arapahoes corren peligros, sonreí a los niños guiñándoles un ojo, como si en verdad ellos, los arapahoes, acamparan en ese bosque de madreselvas y demás hierbas y guijarros. Por lo tanto, cuán espléndido el mundo de los sueños infantiles: Hadas, bosques encantados, guerreros del antifaz, lianas y bergantines alrededor de esa fuente del patio.
Posiblemente un azul intenso le vendría bien, distintivo, señorial, definitivamente no compraré un butacón nuevo, de modo que, no importa el tiempo que pueda durar con su nueva capa ¿Tiempo? ¿Qué es el tiempo?, deberé pensar entonces que no pueda haber un determinado espacio donde se cuenten las horas o, de qué modo pueda entender el tic, tac, de ese reloj; será pues un gran butacón, aquí un jarrón de margaritas silvestres, allí en la encimera dos o tres fotografías y los libros apiñados en dos baldas, con historias suculentas entre sus hojas, algunas amarillentas y rugosas, con las huellas de quienes quisieron transitar por ellas…,

–Heribert dice que las tareas se han de llevar impolutas cada día, dijeron al tiempo.

–Tal vez las rosquillas y la leche primero y después las tareas de las clases.

La constelación de Orión abarca el cielo plegado de miles de farolillos, es un espectáculo, es digno de observar y no es raro quedarse perplejo, inmutable ante una obra de arte de tal calibre…
Una piensa en tantas cosas cuando se precipita el cielo ante sí: Los mirlos en la copa de los árboles, los niños jugueteando por entre los parterres, las mochilas, los bocadillos.
Hay veces que no merece la pena quitar ni una brizna de polvo que haya en la encimera o, en los cuadros, o en esos soldaditos sentados, es tanto lo que se ha quedado dentro…,


viernes, 20 de marzo de 2015

El retrato




Cortésmente había posado, no sin su gato, que más que gato parecía una Esfinge. Las patas se aferraban a  la mano de la señora de tal forma, que, ésta, permanecía inmovilizada  hasta que Alterio consintiera. A ambos lados del canal las casas a esas horas reciben la luz del sol y brillan de tal forma que no sería difícil quedarse largo rato contemplando las fachadas que parecieran emerger igual que Isis; la parsimonia de la señora ante el fotógrafo en cierto modo resultaba agradable a la hora de obtener una buena instantánea, ella ofrecía todo aquello que hubiese sido necesario para recrear un buen retrato al más puro estilo clásico. Tenga en cuenta mi nariz, le dijo. Seguramente debió pensar que unos retoques podrían disimular  las facciones muy mucho, ya que no le agradaba en demasía aquel pico de águila entre sus hermosos ojos azules…,
Abacanada, presuntuosa y mal educada la señora Ariel trataba de abstraerse en cada toma pensando en sus quehaceres, y en cada una de ellas un gesto diferente, una postura forzada e irreal, además de tener que soportar las vejaciones de Alterio, sobre todo cuando el felino se orinaba encima del vestido, o de sus vómitos a lo largo de la larga trenza en los momentos en que éste regresaba a casa con la panza llena de ratones, babazorro, le decía con un despectivo movimiento de cabeza al verle regurgitar y relamer. La segunda Venecia quizás, farfulló  el fotógrafo entre dientes mientras intentaba mejorar la imagen de la señora Ariel en cada toma, en cada click, si, realmente es de admirar las casas a un lado y al otro resistiendo el paso del tiempo y en cada una de ellas los ventanales parecen proclamas para que éstas sean admiradas por visitantes y convecinos, sabía que pecaba de ñangotado, pero había que ganarse los cuartos, y ella, la señora Ariel a lo suyo, con el torso recto, con un ritus extremadamente forzado, de modo que el jornal ganado y la señora contenta de ser inmortalizada…,


Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...