jueves, 14 de enero de 2021

El maquinista

 



Le había dicho que uno de los dedos no estaba todo lo limpio que habría de estar. (se refería concretamente a la tierra o carboncillo que se hallaba debajo de la uña), algo curioso, pero nada fuera de lo común. De modo que, era un poco tonto tomar el dedo para limpiar.

¿Has traído los cirios?, dijo la señora González..

Sí, contestó Helena.


Durante muchos años estuvo recorriendo vías, largas distancias. Idas y venidas. Resultaba graciosa la gorra con visera que lucía, orgulloso.

Algunos de esos días se había quedado hospedado en varios lugares diferentes, incluso en París. Las largas distancias provocan eso. 

Cuando tenía unas horas libres pedaleaba incesantemente por caminos, con cañaverales a ambos lados. Siempre llevaba la bicicleta, que guardaba en los mismos compartimentos para los pasajeros. A veces se entretenía en observar los rostros, y el modo en que hablaban, y caminaban por la vía, incluso dentro, en el tren. Era bastante curioso eso, observar. 

Las personas se desplazan de un lugar a otro, siempre. Van y vienen, como el tren, con el mismo recorrido. Pero cada cual con sus historias: compras, negocios, visitas, vacaciones, y un largo etc, que probablemente sería infinito...

Hubo un caso bastante inquietante que creó un revuelo tremendo.

Fue precisamente en uno de los tantos viajes camino a cualquier ciudad, lugar. En la madrugada del año mil novecientos noventa y dos, mientras algunos pasajeros dormían, se oyeron unos gritos de auxilio. Fue una señora, una señora que tenía negocios en París.

Pues bien, aún permanecía en vigilia a esas horas, cuando por la ventanilla pudo ver claramente el cuerpo de una joven que caía a plomo al descampado. El maquinista había sido avisado y como pudo, y lentamente hizo que la máquina parase del todo, aún en riesgo de que en algún momento pudiera pasar algo más catastrófico aún.


Andaron un rato unos cuantos pasajeros y el maquinista por si hubieran podido encontrar el cuerpo de la muchacha. 

Al cabo de unas tres, o cuatros horas volvieron al tren y siguieron viaje al destino. 

El maquinista había aprovechado para refrescarse el rostro, y tomar algo, un café, por ejemplo. La preocupación del pasaje fue evidente durante todo el trayecto hasta el final del viaje.

Avanzaba la madrugada y las imágenes de los campos de arboledas parecían miles de murciélagos deseosos por alimentarse.

¿Qué haces aquí?, ¿Eres tú?, dijo el maquinista.


Si, la misma. Lo otro fue un fardo que tiré envuelto en uno de mis vestidos, dijo la muchacha.


¿Y porqué? le preguntó otra vez el maquinista.


Shhhh... dijo ella. Ya te contaré, volvió a decir.


Se colocó la gorra y suspiró profundamente. 


Ella se había quedado dormida debajo del sillón.



Las desventuras de las personas son en su mayoría inconformidades.

Incomprensiones, desilusiones y unas ganas locas de desaparecer de una comunidad burda, hipócrita, insolente, y muy estúpida.

Otras veces se huye para poder perder la identidad. Para volver a empezar. 



¿Y el caldo?


También está preparado y calentito, dijo Helena, que con un guiño miró al maquinista que ya estaba frío, muy frío, pero supo guardar el secreto toda su vida, el secreto de Helena.











 



miércoles, 13 de enero de 2021

Nieve

 


Volver con las manos vacías

vacías de silencios...

Y el frío que las hiela,

el frío sobre tejados. Un dolor de frío en aquel retrato.



En lo hondo se esconde,

se esconde : mi muy querido tiempo.


Hay nieve en los arrabales,

Y hay nieve dentro, en el pecho.


No



Dónde


Se

Pueda


Volver

a

un

mundo

pasado....



martes, 12 de enero de 2021

Tiempo de ausencias

 

Dijo que lo haría, lo confirmaría más tarde, cuando salió al pódium.

Hablaría de esa noticia inquietante, hablaría de su nuevo libro. 

Una se siente dichosa cuando de repente una ofrenda se le es concedida, una oportunidad muy deseada, muy estimada. Algo que siquiera se pueda expresar, es como si de repente una pudiera volar alto, surcar un mar, un cielo. Recrearse con la impresionante vista de los volcanes, las altas y nevadas montañas, las nubes. Bandadas de pájaros se cruzarían, y todo sería normal. Una normalidad que, en este caso podría serlo.

 Desde tiempos inmemorables el hombre a deseado elevarse muy alto, cruzar la tierra de lado a lado, o mejor dicho, alrededor, en un vuelo majestuoso. Como un águila. Como cualquier ave, cuando en las estaciones recorren miles de kilómetros. Sin descansar a penas, para luego anidar aquí o, allá según la época, la estación.

El caso es que una vez hubo terminado de hablar y de recibir las felicitaciones de las personas que acudieron al evento, se retiró a la casa de la playa. Se despojó del vestido, de los zapatos, del sujetador, de las bragas, y se fue al mar, que la esperaba, la deseaba...


Olas cálidas abrazaron su cuerpo. 


Regresó a la cabaña con un pequeño porche, y se dejó caer en la cama, desnuda, húmeda, feliz...


Unos instantes de ese pervertido gozo la dejó fuera de servicio. 

Hasta que al amanecer recibió la carta, una carta llena de ausencias, y no de letras...


 

lunes, 11 de enero de 2021

Acontecimientos

 

Y de pronto me di cuenta que dormía profundamente. Un respirar lento.

El tic, tac, del reloj de pared daban las seis. 

¡Un ramo de lirios!, eso dijo Endora. Algo soliviantada, algo presurosa en su modo de expresarse. 

Margarita entraba en el portal con una cesta llena de lirios. Lirios recién cortados, tanto, que todavía se derramaba el sufrimiento por los tallos. 

Chiqui seguía dormida, enfrente, la chimenea. El té estaba a punto de servirse, o tal vez, café. 

Ni un sólo momento dejé de observarla; es algo maravilloso contemplar a tu mascota cuando, en la tranquilidad del hogar se deja mecer en un  bello sueño. En el fondo sabe que está protegida, querida.

Los mirlos han salido para picotear aquí y allá, todavía queda en armonía con el parque, algún rayo de sol

Aunque pronto caerá la tarde Caerá con un manto gris bordeando las casas. Y el frío hará que cada cual encienda su chimenea.

Quizás alguien hable de política, otros, del tiempo.


Aquel caracol, meticulosamente sube por la pared de piedras. 

Seguramente en la noche se halle en lo saliente de la chimenea.

¿Quieres galletas de jengibre?, dijo Endora. (Estaba segura que no habría nadie que negara aquellas sabrosas galletas horneadas), si, gracias, dijo Margarita.


Alguien bosteza, fuera, en la plaza (Aún le faltan cuatro ediciones de la prensa por vender).


Alguien escribió en la vieja pared unos versos: ¿Dónde estás?, memorable el día en que me hables, me digas, algo

sábado, 9 de enero de 2021

Podría ser un sueño.

 

Aquellas manos no paraban de tejer, cual si fuese un araña presurosa, que trabaja a deshoras para lograr una tela de araña perfecta. 

Una entrecruzada amalgama  de hilos, a un lado, y al otro, deliberadamente, a propósito de todo. 

Tejer, tejer, se dijo. 

Mientras tanto sopla el viento desde aquel cerro. Llueve intensamente, y nieva, a ratos. El vidrio de sus gafas está empañado. Siempre lo estuvo. Lo estuvo cuando sus hijos se marcharon a la guerra, cuando tuvo que mendigar para darles de comer, y a veces hasta de prostituirse. (Los hijos son la prolongación de la vida, son mis vidas consecutivas, pensó)


Había parido con un dolor insoportable. El grito se prolongó hasta bien entrada la madrugada, de ambos. Dos partos dolorosos, pero hermosos. 


Regresaron vivos, vivos, y tristes, muy tristes. 


Una bufanda de colores se extendió desde la sala hasta bien entrado el camino, que rodeado de cipreses, parecía el cielo. 

Una bufanda que se convirtió en recuerdos: aquellas gloriosas fiestas con jóvenes bailando, con risotadas. (Sin ni siquiera pensar en un futuro inmediato, porque el futuro era ese mismo instante). El mismo en el que un beso se posaba levemente en labios juveniles. 

Una nube se tornó en un gris oscuro y derramó una miríada de lágrimas. Aquel abeto se mantiene vivo, los pájaros se reservan en las ramas, en los nidos.

Hay un funeral. Es triste. Una campanada suena, ahora otra.


Una leve sonrisa, de ella. (Si volvieras sería un sueño), pensó.


Agradable estación este año, agradable sensación pensar, sentir, tu aliento..






miércoles, 6 de enero de 2021

El Pórtico de la Gloria

 


El porche era más que eso. El techumbre bien reforzado, un suelo entablillado. Dos bancos, uno, en el centro, y el otro, en la parte derecha. No estaba acristalado, por lo tanto el día que había tormenta la lluvia se colaba generosamente, dentro. 

Alguien preparaba una masa para rosquetes, ya empezaban a escaparse sus efluvios ondeando por toda la casa. El anís y la vainilla eran la combinación perfecta. 

Y dime, ¿Porqué el Pórtico de la Gloria?, dijo Isabella. (Era la sobrina del dueño de la casa)


- Alguien visitó la casa un día y quedó admirado al ver un porche tan particular, un porche diferente a los que había visto, replico el ama de llaves, y también una de las cocineras, mientras se secaba con un pañuelo el sudor de la frente por el calor que desprendía el horno. 

Creo que fue el doctor cuando vino porque tu tío no se encontraba bien y odiaba desplazarse a la ciudad para esos menesteres.

Después de haberle administrado la medicación, viendo que ya casi se había repuesto, aunque no del todo, se tomaba su tiempo para observar tamaña imágen con balaustres, un suelo entablillado, y sobre todo el techo: labrado con muy buen gusto, claro que la madera se prestaba a ello. Una meditación sobre todo eso lo transportaba a otro lugar. 


De modo que, el maletín en un pequeño butacón y el doctor sentado, apropiándose de lo que le rodeaba.  Era como escuchar Beethoven.


Una luna iluminó toda la fachada, iluminó el rostro del médico. 


Una hermosa sonata abrazaba su cuerpo.  

 

Isabella, al verlo dormido lo rodeó con una pequeña manta. 

Pero ya hacía horas que se había ido. 




"Y como un ungüento tu mano en mi pecho,

y como un beso mi beso en tus labios".


Hay historias que son difíciles de describir, hay ojos  y labios que son como ese porche.


lunes, 4 de enero de 2021

Llueven dioses

 


La lluvia cae serena sobre las habas, como un bautizo. Es un instante que se prolonga toda la tarde, un espacio de tiempo inmortalizado.

Alguien trabaja con la azada, lleva puesto sobre sus hombros un saco, de esos que vienen llenos de azúcar de cañ, o de papas.

Igualmente las gotas de lluvia resbalan por el rostro dejando un surco cristalino. La tierra es agradecida, muy agradecida. Sólo hay que saber cómo tratarla: sembrar, trabajarla con mimo. Y a veces acariciar ese precioso manto que ofrece casi de todo. 

Hoy no hay mariposas, quizás alguna dando vueltas alrededor de los jacintos, y de los asfódelos. El cielo ha vaciado una fuente sobre la tierra y el mar, los dioses deben estar contentos. 


Deja la azada y toma asiento en una butaca vieja, se quita el saco, y saca una pipa con un ribete dorado (regalo de su amado padre cuando se despidieron, porque su hijo tendría que ir a la guerra).

También calentó una sopa de cebollas en una lumbre más bien pequeña. Luego quedó medio dormido, un rato de descanso y de soñar. Pero el río que caía del cielo no se detenía, ni aquella tarde, y tampoco lo haría durante toda la noche.

Soñar, soñar es como si estuviéramos sin vida pero con el cuerpo caliente. Los sueños son otra manera de vivir, otro mundo.


Sentimos dolor, dicha, felicidad, tristeza y un sinfín de cosas, las mismas por así decirlo que cuando estamos conscientes, o despiertos.


-¿Es tu amigo?, dijo la niña de Amalia, la tendera-


¿El saco?, replicó el hombre.


Si..


Con una sonrisa plena, le dijo que si. (qué inocencia, que vida más bonita tienen los niños, o deberían tener.




Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...