Cuando abrió los ojos lo primero que hizo fue salivar una hebra de baba, y pestañear repetidas veces. Las manos atadas a la cama, y la habitación tan blanca como aquellas nubes que ahora se han posado en la cabeza picuda de la montaña. Oyó el bramido del mar a lo lejos, y pudo ver un punto diminuto de luz que se colaba por la ventana, el faro no dormía. No dormiría el farero, se preguntó. Mientras, volvió a salivar otro hilo y luego, otro.
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