lunes, 30 de noviembre de 2020

En realidad sabía que podría

 

Esa ola grande estalla en el malecón. Leonard lleva un sombrero de ala corta, fuma cigarrillos y debajo del brazo, la prensa. Tiene los zapatos empapados de agua salada. Aún así sigue su camino con la cabeza gacha, intentando encender un nuevo cigarrillo. 

Para en la tienda de antigüedades, se aproxima al cristal por si puede ver dentro. Decide entrar. 

Es impresionante lo que se puede encontrar en una de estas tiendas: muebles, espejos, una lámpara de pié. Cuadros. Juegos de vajilla, algunos muy valiosos, un sin fin de cosas.

Se llevó un retrato con un marco muy ancho y repujado. 

De modo que, lo colocó enfrente del aparador. Allí estaría bien, se dijo. En las tardes mientras leía y fumaba contemplaba a la señora del retrato. Era una mujer elegante. Estaba sentada en un diván. Llevaba un vestido negro, mitones rojos, el pelo recogido. Pasaron los días. Y cada vez más tenía la necesidad de verla. De manera que, se quedaba hasta la noche hasta el punto que las miradas llegaron a cruzarse. 

Un día se percató de que aquella mujer suplicaba libertad. 

Lo supo porque el semblante había cambiado. Ahora era un rostro triste, angustioso, y una de las manos lo señalaba.

Nunca supo cómo pudo hacerlo, pero la liberó. 

Vivieron muy felices durante mucho tiempo. 

Pasearon cerca del mar, y las olas mojaron los zapatos de ambos. 


Hay que visitar tiendas de antigüedades, nunca se sabe.

Flamboyanes naranjas

 

En la encimera el calendario sin hojas se hallaba expuesto. 

Como si de un lienzo se tratara, la imágen representa a unas bailarinas danzando en una magistral obra. Sólo que no había aplausos.

 Alguien espera el desayuno. Mira por la ventana.

El paisaje que ve es hermoso: los flamboyanes repletos de flores naranjas, que sutílmente copan cada uno de ellos, pequeñas llamas itinerantes, que según la brisa se inclinan a un lado, y otro. 

Huele a café recién hecho, y tostadas. Jugo de naranja. 

Recibe la bandeja con una sonrisa. Le calzan los pies, están fríos. Ahora un pájaro se posa en el quicio de la ventana, que está entreabierta, se queda un rato limpiando sus alas. De un brinco ya está en el piso de la habitación. Un salto, dos, y se queda encima de los pies mirando hacia arriba. Pía, pía otra vez. Una miga  cae, dos. No tarda mucho en atraparlas. Picotea.

Más tarde sube por la pierna y llega al regazo. Allí se queda por un buen rato. Tono vuelve a sonreír, es una visita inesperada, agradable, muy agradable. 

¿más café?, dijo alguien.

No, respondió Tono.


!Ah¡, las guerras, dijo. Recordó cuando con unos pocos de años tuvo que alistarse para el frente. Dejó atrás todo lo que tenía. Dejó la juventud. 

Por aquellos tiempos se libraba una cruenta batalla, los soldados luchaban con crudeza, como si alguna droga les alejara del miedo, del temor de perder la vida. Luchar contra el enemigo, esa era la misión.

Luis había perdido las dos piernas al estallar una granada, y Tono se salvó porque por unos instantes se había girado creyendo que detrás de la arboleda comenzaban a disparar, eso fue lo que había hecho que siguiera con vida, y que por el momento quedara exento de daños. 

No dejaría a su compañero allí en el lodo, con las piernas destrozadas y gritando de dolor. De modo que, como pudo lo arrastró hasta el bosque. Permanecieron por una hora hasta que vino el rescate. 

Todo eso repiqueteaba en la cabeza: el estruendo de las bombas, los gritos de dolor, el olor a sangre. Lo oscuro.

Llegó la hora de la comida. Tono ya no estaba allí y el pajarillo tampoco. 

Hay veces que los recuerdos no son tan buenos. 





domingo, 29 de noviembre de 2020

MI SOMBRA

 


Vaga la sombra arrastrando el pasado. Suena un bandoneón. Las farolas ya se han encendido, es la hora de caminar bajo su luz recordando cartas, y olvidos. Llueve sobre unos hombros sin nada que soportar. Sólo es eso, una sombra. 

Humea el puesto de castañas, la señora tiene frío. Se cobija debajo de una pequeña techumbre. Mantiene la sonrisa.  

Esta noche no se ven estrellas. Es como ir a ciegas. Alguien gime en aquella esquina. Se le ha terminado el ron. 


Aplauden cuando el bandoneón deja de sonar. 


Aquel hombre se lleva un cartucho calentito y toma asiento en el banco de al lado. Sopla para intentar no quemarse lo dedos.

Una quimera, pensó. Realmente había sido eso. Toda su vida

Intentó acariciar su rostro, pero sólo el vacío. 

Un puntapiés y, ¡zas!, había logrado que el charco se removiera y salieran disparadas las gotas, en bandadas, como los pajarillos.

Pero seguía siendo una sombra. ¿y un beso?, nada, no pudo ser, no podía ser. Un beso traspasará el rostro y caería donde los besos, en ese otro lado llamado paraíso. Un beso largo sintiendo tambalear hasta los huesos. Pero no. No podía ser.


Sepultó la sombra los deseos. Una lágrima cayó al suelo. ¿las sombras lloran?, si, se dijo. Justo al lado de la señora que asaba castañas, y pudo ver cómo se secó. ¿alguien puede darme un tarro ?

Nadie escuchó. A las sombras no se les escucha, pero sí se les ve.







sábado, 28 de noviembre de 2020

TARTA DE CALABAZA

 

Podría ser un esquimal ataviado de pieles, se acerca al fuego para calentarse las manos, que una hora antes, y con bastante maña, había sacado, perforando la costra de hielo, unos tres, o cuatro peces. También podría ser un beduino en su tienda, un tanto inclinado hacia delante porque lee las antiguas escrituras.


Pero es una mujer amamantando. Si, realmente es una mujer, una teta rebosante de leche es succionada por un bebé de escasas semanas. 


curioso que una lámpara con su reflejo pueda crear casi toda clase de imágenes. 


Fuera llueve dulcemente. Las baldosas mojadas brillan como los lomos de los peces cuando saltan en el mar. 


Alguien ha traído para el postre una tarta de calabaza con crujientes trozos de nueces almibaradas. La cafetera avisó.

Se colocó un mantel y cubiertos. Una sobremesa perfecta.

Pero sigo mirando lo que el foco alumbra. Ahora es un enorme beso con pintalabios. No sé caprichos de los instantes.



viernes, 27 de noviembre de 2020

No te voy a contar un cuento

 Por último el lobo se había resignado. El frío gélido de las montañas de Ávalon, la poca comida, porque los ciervos habían huido por el ruido de los cañones, y los rebaños se hallaban en una cerca fortalecida resguardados de la tormenta que se avecinaba: el manto grisáceo caía sin escrúpulos en las lomadas de los riscos, y sobre los tejados de las casas de piedra.


De modo que se hizo un ovillo, los años le habían devuelto una imagen poco favorecedora: ya cojeaba de una de las patas traseras y la peladura del cuerpo del animal era algo escasa, el viejo lobo que por conocido tenía el nombre de Raiser, había dejado huellas durante años en un territorio hostil que helaban los huesos de las gentes en invierno, y que casi todo el año lo era. Se lamió la pata gimoteando: quién sabe los recuerdos que pueda tener un lobo: la manada le había dejado solo, sin embargo, como es ley todo sigue su curso. Un mostacho de hielo incrustado en el hocico que lamería igualmente con el propósito de beber agua, y el dolor de aquella pata rota y hueca por dentro. El desolador silbido del viento se acomodó en sus orejas como la banda de música de Ávalon en sus peores tiempos cuando andaban componiendo letras y ritmo en la parte de atrás de la estación de trenes, o como se lleva en los velatorios respiraciones pedregosas al unísono. Compadres y comadres que en sillas entablilladas y en fila se santiguan mirando al muerto. Deben tener recuerdos los lobos, Raiser entró en sueño, había utilizado el rabo espeso de pelambre para darse calor, una colcha confortable que le produjo soñar de chiquito con la manada: le llevaban entre colmillos afilados cogido por la espesura de la piel y pelos, cuidadosamente.

Corría por entre los sauces zigzagueando y aprendiendo a aullar cuando la redonda brillaba en lo alto de la cumbre. Siguió dormido toda la noche en ese estado de alerta que tienen los lobos. A las cuatro de la madrugada las tripas avisaron como un claxon, cambió de postura para despistarlas pero se amontonaron en el estómago rabiosas y le produjo dolor. Ávalon se estaba tiñendo de un rayo de sol convaleciente, el hielo de los caminos se hizo agua al amanecer. Los cencerros se hacían eco en las montañas anclados a los rebaños. En esos instantes había parido una hembra de venado, Raiser levantó las orejas al olor de la sangre caliente, la naturaleza es sabia. De los dos gabatos, uno fue a parar a las garras del viejo lobo, aún con la baba sanguinolenta se acomodó dentro del estómago del animal que por fortuna podría pagar sustancialmente el reclamo que las endiabladas tripas le habían estado chistando durante la noche.

Unos días más tarde tuvo que morirse, le llegó su hora.


















Telarañas en el corazón


Tienes una guitarra entre las manos esperando que esculpas los acordes. Que la mimes.

Que sorprendas a un mundo lo que puede encerrar la música hecha poema que sale de tu guitarra. Escribe la letra más bella o más horrible, eso nada importa. Nadie estará aplaudiendo solo son manos guiadas, porque el cinismo y la hipocresía que nos caracteriza vale más que un beso--- entre tus piernas con ese vaquero tuyo...

Entonces no esperes más y lanzate al puto vacío.

Quizás querrás adorar a los corderos que apestan o a los lobos que huelen bien. El caso es que todo es lo mismo. En mi caso prefiero adorar-te lucifer. Lucifer: que estás en los cielos y has salido al infierno sin tus bellas alas blancas, quemadas y arrojadas al caldero para una sopa, porque un día te revelaste, porque un día te lanzaste al vacío y creaste la canción más hermosa del puto mundo mientras dormías con tus bellas alas que amaron Te traicionaron Luci.

Siempre me tendrás a tu lado para besar-te las alas que poco a poco recobraran el blanco puro.

Recorreremos Arizona. Yo en medio de tu espalda refrescando tu piel con saliva de mi boca.














UN LUGAR TRANQUILO

 


El escáner permanece silenciado desde hace varios días. El teléfono no suena, en realidad da la sensación de alivio. Pero cuando suena una milésima de segundo para cogerlo e inmediatamente  conversar. En este caso sería de trabajo. 

Es una lástima porque una conversación entre dos, o tres, o más personas, en fin, una charla, seria genial. 

Pero las cartas también son conversaciones. Se habla de todo un poco. Hay cartas que se cruzan por el camino. Como dos aves circundando el cielo, batiendo sus alas, presurosas para llegar a puerto. En las cartas se habla bajito. Susurros. Hay expresiones de admiración, de interrogación, y también las personas se enfadan y cuando escriben se nota. Es algo áspero al leer, una sensación de saber realmente que cuando escribieron con mala disposición, todo eso se clava en el pecho, como flechas que saben donde clavarse.


Alguien ha dejado una rosa en mi mesa. He mirado por si había alguna nota. Nada. Sólo la rosa, el color púrpura de una flor recién cortada. 

El olor es significativo, se cuela por mis fosas nasales atrapando mi mirada. 

Ahora veo cómo surge una luz que parpadea. Es el escáner.

Podría ser una lamparilla de papel con una luz cálida. 

Tal vez, luciérnagas en una noche oscura, cuando los fantasmas salen para que se les escuche. Algunos lloran, quieren hablar, pero no pueden, o eso creo.

Si, realmente las luciérnagas sería algo hermoso. Su brillante luz, aquí y allá, el silencio de una noche. El croar de las ranas en el estanque. Un lugar tranquilo, como el de ahora.



Diario de una marioneta

 Fantasía de una marioneta


Dicen que como no tenemos alma no tenemos sentimientos. El viejo Horatio

nos dejaba cada noche en tres estanterías en donde reposan  nuestros

inertes cuerpos de trapo.

Me había enamorado de un violinista, que actuaba como colofón al espectáculo

que por unos días animaba las fiestas de la comarca.

Por suerte llevaba el vestido más bonito de todas las marionetas lleno de

encajes y  seda.

Mi cuerpo se movía al ritmo de los hilos que pendían, y atados a mis manos y

piernas, hacía que girara y volteara; me sentía como un cisne libre.

Un día el joven músico sintió curiosidad al ver en fila las figuras dormidas. Me

inquiete mucho, deseaba que me tomara en sus brazos, que besara mis ojitos

de cristal y besara mis labios  cosidos con hilo rojo.

Por unos momentos fui muy feliz  pues me había elegido. Sus suaves manos

tomaron mi cuerpo liberando los hilos.

Besó mi frente y me contó su vida. Quise decirle que me llevase con él

 pero mis labios pespunteados me lo impidieron. Cada noche me cogía delicadamente entre sus brazos y me contaba historias. Me sentía atraída por él. Algo en mí había cambiado, pero mi cuerpo era el de una marioneta. Estaba prisionera. 

Unos días después y acabada la feria Horatio siguió su camino con un montón

de títeres dormidos, entre ellos, yo. 

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...