sábado, 30 de septiembre de 2017
Háblame
Como cuando noviembre chirrìa, cuando la lluvia cae a torrentes,
por las sólidas paredes se adentran las manos de agua...
Un violín hace eco y retumba más que el trueno, más que los aplausos,
de unos pocos absurdos gentiles...
Como cuando noviembre viene y se queda en los retratos sepia, que aún,
permanecen colgados en la misma pared de musgo, de años...
Háblame, no dejes de hacerlo... sienteme que me llego aprisa a tú. Háblame, aunque sean
dos líneas de odio, de rechazo...
Como cuando noviembre chirria, cuando la lluvia cae a torrentes...
jueves, 21 de septiembre de 2017
No quedan más que las sombras de los pájaros debajo del árbol,
Con sus débiles alas desplegadas, con sus picos cerrados…
No quedan más que las sombras en todas las tumbas, de los mares, de la tierra…
¡oh cuánta soledad! Interminable soledad…
Breve son los besos, los abrazos..
Breve el tiempo de los pechos que amamantan fantasmas.
No quedan más que los angostos caminos, porque los han devorado las máquinas de fuego.
Y quedan naturalezas muertas… ¡Oh, cuánta soledad!…
Un breve tiempo de suspiros se ha ido por aquella bahía.
No quedan más que espliegos del revés, lilas del revés… ¿Desatino? Si, una lucha absurda…
Breve, breve, pero asesino, aquel aliento que sopla, y destruye hogares, aún huele a soledad.
Por no quedar, no hay niños en la calle.. ¡Silencio! Alguien viene: Es un pájaro cansado.
Por no quedar, no hay techos. No hay zapatos, ni pies que los calcen. El ojo de un
espantoso monstruo acecha y destruye…
martes, 12 de septiembre de 2017
En todos lados cuecen habas
¿Pero
qué me pregunta usted?, me dijo la anciana, con una cachimba enorme
en una esquina de la boca, que al mismo tiempo chorreaba baba, y
demás componentes del tabaco. Y es que acabo de sentarme para
reflexionar sobre la conversación que mantuvimos la vieja, y, yo. Y
es que todos los días los periodistas como yo, por ejemplo, no
tenemos la suerte, o desgracia, de andar con una vieja tan vieja, y
tan mala.
Todavía
me duele el cuerpo de la paliza que me dio la bruja de la cachimba,
vaya que si de duele, me duele hasta las pestañas. Todo empezó
porque salió a la luz la confesión de un campesino, que guardaba
silencio por mucho miedo, pero miedo del bueno, de ese miedo que
parece que te acecha por detrás, para hincarte por lo menos dos
colmillos y que tu sangre se derrame todita por la camisa, hasta
llegar al piso, en un charco precioso y brillante. No hace muchos
días de esta noticia, creo que unos tres o cuatro, que me revolvió
las tripas, mientras tomaba un café, en compañía de mi sombra, que
igualmente se había sorprendido, y es que, mi sombra ya tiene
nombre: Constante. Miren que soy hombre alto y corpulento, pero eso
de nada me sirvió, digo esto, porque mientras la vieja me miraba
atenta, haciendo muecas con sus carrillos horribles, y el incesante
humo yéndose hacia el techo del chamizo, a mí me costaba mucho
permanecer impasible ante tanto descalabro de vieja. Pues bien,
¿Acaso no sentirían ustedes el mismo miedo? Ya para ir acabando,
que falta lo peor, es que, no hubo más remedio que dejarse llevar de
la mano, a mi sombra y a mí. Dejarse llevar y escuchar, con una
grabadora en la mano, y un ojo a la vieja, y otro a la puerta. Según
el campesino, él mismo había descubierto los horrendos crímenes,
que venían sucediéndose en el pueblo, por lo menos desde hacía dos
décadas, se trataba, y eso dijo al diario que lo interrogó, de una
criatura venida de otros mundos, porque no saciaba su apetito, porque
el mundo de donde venía era demasiado pequeño, y no había
suficiente alimento para saciar su apetito. De modo que, una noche,
avanzada la madrugada, el campesino pudo ver claramente, como la
vieja, se meaba encima y, luego sacudía los faldones, y escupía la
baba, y también pudo ver, como les quitaba la envoltura a sus
víctimas. Por unos instantes me sorprendió eso de la envoltura,
porque hasta que no terminé de leer la noticia, no entendí bien. Y
es que la piel no le gustaba a la vieja, para nada, así que en un
abrir y cerrar de ojos, les dejaba con puro músculo y huesitos. Para
eso era de otros mundo, para eso tenía ciertos poderes, que aquí en
la tierra que conocemos, no se dan así tan fácil, vamos es mi
opinión particular, porque igualmente se dan, claro que soy un poco
iluso, un tanto confiado, y un tanto temeroso de las tinieblas.
Porque cuando a uno le enseñan en la facultad para ser un
periodista, para nada entra lo de enseñar a ser menos confiado, o
menos precavido, si, eso es, menos precavido.
Pero
aquí la cuestión es que una vez que terminé el café y leí el
diario, me precipité a la calle y, quise saber por mí mismo aquella
horripilante historia. Como les decía, el campesino volvió a decir
en su entrevista, que después de que la vieja quitara la envoltura a
cualquier persona que anduviera en la madrugada, ya sea, paseando, ya
sea de regreso del trabajo, o de regreso de una noche de fiesta, casi
nadie se le escapaba. La cuestión es que en la propia baba
repugnante se hallaba el veneno, porque escupía como las llamas, y
directamente en la cara, y de ese modo quedaban allí petrificados
los señores y señoras, así, sin sentir dolor alguno, y después de
haber quitado el envoltorio, succionaba y succionaba, hasta dejar
limpio de pellejo el cuerpo, y hasta casi de ablandar los huesos para
que de ese modo pudieran engullirse mejor. Toda vez que la baba hacía
una misión importante, porque ayudaba a deshacer el calcio. De modo
que si estoy contando esta historia es porque aún sigo vivo, o eso
creo, porque al pellizcarme, me duele. Amigos y, es que la prensa no
es sensacionalista, a veces, no señor. Esta vez fue tan como lo
contó el campesino, toda la verdad, porque a mí me faltan las
piernas y una oreja, y cinco dedos de la mano derecha, o sea, que
estoy escribiendo con la izquierda, que pienso que al fin y al cabo,
será mejor, que no tener ninguno de los dedos, y más aún estar
muerto. De modo que la vieja sigue impune, porque se mudó de planeta
otra vez. Quién sabe a donde iría: ¡Es tan grande la galaxia!
lunes, 4 de septiembre de 2017
Llevo puestas alas
de insolencia, arrebatos de locura..
y es mi mente
alborotada de silencios y estruendos, es mi mente,
que no cesa de
despertarme,
Llevo las chanclas
de siempre, solo que el cuerpo yació.
Llevo su sonrisa de
tiempos inmaculados, cuando las batallas,
y las alegrías…
Portar su nombre a
mis espaldas, rasgarme la piel para verlo otra vez,
Llevo las gotas de
sangre de su frente blanca y oliva,
Las gotas de sudor,
las gotas de ayer en la sombra de un sauce,
Un compás de espera
donde miríadas de pájaros vuelan,
vuelan alrededor de
sueños y olvidos también…
La impureza de mis
sentimientos… la impureza de dejarme hacer,
todo de todo, hasta
deshacer las tripas enredadas a mi cintura, dejarme hacer,
por comer de tu
mano, de aquella mano, de esta mano… no parar, solo morir,
morir ante miles de
espejos de soledad y descaro…
Llevo: ¡Oh! ¿qué
llevo? Mi desdicha loca amarrada a cualquier cerro…
Portar, portar y
descansar: Búscame yo, que te espero…
Acertijos lleva el
río de vivir. Hállate espíritu indeleble… soy yo tú, soy el
pasado que vuelve...
jueves, 31 de agosto de 2017
El compás de unas horas
El
compás de un día
La
lilas las dejas ahí, al lado de la pilastra; pero creo que aún no
huele en la cocina, pensó al mismo tiempo. (Debe ser porque el
mercado no ha abierto hoy, o debe ser, que aún no es la hora, o que
mi reloj anda adelantado).
Un
cíclope tocaba en la puerta y la casa cimbreaba, todos los cuadros
cayeron, y la lámpara cayó de inmediato: Cuando tocó el piso, se
quebró. Había que abrir de inmediato, habría que hacerlo, de otro
modo solo quedarían las ruinas. “Resoplando, trastabillando,
entregó las cartas…)
El
apio, el pimiento, todo cortado en finas capas, el caldo, las demás
verduras estaban dispuestas, ahora si tocaba. Ahora el olor de la
cocina saldría por la ventana, hacia la calle estrecha.
Ahora
estaría ahí, justo en el banco del patio, sentada, descalza, con la
cabeza gacha, leyendo. Se oye fuera cuando la lluvia arrecia. Como si
en verdad fueran lanzados dardos del cielo, con la finalidad de
clavarse, igual que las garras de un aguilucho. ¡Ah, la lluvia!
Pensó eso mientras humedecía su dedo para pasar página, porque a
ella no le hubiera importado que uno de esos dardos se hubiera
clavado en su pecho, o en el muslo, o en los labios… se hubiera
deleitado por ello.
La
tormenta, luego la calma, la calma, luego la tormenta, todo eso se
repetía en su cabeza, ¡glorioso día! Dijo.
!Hallelujah¡
La iglesia estaba cerca. Las voces al unísono, golpes en el pecho.
viernes, 18 de agosto de 2017
Hace tanto que voy muriendo..
En cada suspiro... muero..
En un nuevo día.. muero..
Muero cuando río, cuando lloro..
Hace tanto, tanto que voy muriendo...
En la sombra..muero..
En cada recuerdo.. muero..
He muerto en los cañaverales.. donde las libélulas..
He muerto en huertas llenas de espigas de trigo, he muerto con los pies llenos de barro...
Me he muerto entre abrazos y besos...
Hace tanto, tanto que voy muriendo: En aquella higuera, en aquel columpio...
He fallecido cada segundo, cada minuto, una vida entera...
Hace tanto, tanto que voy muriendo: En aquel patio con flores y guayabos... En la arena negra de una playa. He muerto tantas veces, que sigo muriendo...
viernes, 4 de agosto de 2017
De lo absurdo
Quizás
fue cobarde, porque en ese mismo momento hubiera desaparecido de la
faz de la Tierra.
Trató
de abalanzarse y dejarse caer, pero la hondura de aquel barranco era
vertiginosa, y volvió sobre sus pasos, temblorosa, y hasta algo
cohibida. La noche anterior lo había planeado todo, incluso la
vestimenta que llevaría; pero era humana, si, y le sobrepuso el
pánico, pánico ante las ganas de irse de este mundo…
Dos
meses atrás había intentado quitarse la piel con la punta de un
abrecartas, pero solo atino a despellejar tres dedos de la mano
derecha, el dolor fue insoportable, más aún que tener que
arrodillarse en la iglesia y arrastrarse hasta llegar al altar, donde
un Jesús cansado, le esperaba, para perdonarla, pero en vez de eso,
se compadeció de ella. Verla en ese estado era una verdadera
lástima: Penando por el pasillo, llorando por los días caóticos,
con sus manos juntas y con un rosario que llegaba al suelo, con un
crucifijo desgastado. Las personas se perdonan solas, dijo aquella
señora, en el último banco, estaba con un trapo dándole lustre a
los asientos, si, volvió a decir, luego desapareció por entre los
balaustres…
De
modo que se puso contenta cuando de nuevo la piel creció envolviendo
los tres dedos.
Pero
la idea de irse no se le quitaba de la cabeza, aún con la invitación
de unos amigos para pasar el día en un cerro de tantos que hay en
Australia. Pero un cerro con una casa enorme, con un parterre lleno
de Zarzos Dorados. Una noche, y otra y otra, con la luz de un luna
gigante y el humo de las pipas alzándose al cielo, y las charlas de
estos y aquellos, y el vestido de ella, elegante. El té rojo en la
taza y la sonrisa de todos y el bienestar, y también los sueños.
Pero nada de eso habría de interesarle. Siquiera contemplar desde el
cerro, las vistas gloriosas…
Fracasaría
siempre, pensó, fracasaría el querer irse. El dolor y el miedo, el
dolor y el miedo, siempre iban a impedir eso, salir del mundo,
despedida, como una gran bala. De modo que, una idea le rondó por la
cabeza, una idea que le gustó: A media noche de esa noche de
fiestas en el patio de la casa, salió con lo puesto y se dirigió
apresurada donde los dingos. Allí consiguió irse para siempre,
porque olía estupendamente, y su piel y huesos tan apetitosos...
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