martes, 6 de diciembre de 2016
martes, 29 de noviembre de 2016
Capricho. Ansia. Fracaso.
El
agua cae en cascadas. El refugio no es seguro, pero de momento ahí
estará, hasta que
acampe el tiempo, hasta que algún pajarillo se
atreva a salir.
Hasta
que los zorrillos campen contentos buscando comida. La galletas y una
botella de Whisky de Grano y una percha, es todo lo que tiene. Pero
el abrigo lo necesita para resguardarse del duro frío, de la montaña
maldita. De modo, que la percha, sobra…
Lustre
a las botas, para qué, se preguntó. El demonio invierno estaba
allí, acechando, como una bestia cuando se dispone a cazar, con los
ojos enfervorizados, con las garras brillantes, son cuchillos. Un
trago templó el cuerpo, pero varios, ya supusieron que quedara como
un paquete inerte en el camastro, boca arriba…
Amaneció
al fin. Apenas si pudo ver bien por el postigo las montañas nevadas,
y los cuervos, y los zorrillos. Pero las piernas habían quedado al
aire toda la noche. El abrigo acaparó solo los hombros y poco más.
Las piernas dañadas por el incesante picoteo de las chinches.
Alguien venia a su encuentro. Salió como alma que lleva el diablo de
la sucia cabaña. Pero cayó al vació, su cuerpo se partió en mil
pedazos.
A
veces es mejor quedarse un par de días más…
lunes, 28 de noviembre de 2016
No tapes mi boca, no tapes mis ojos, no me mires.
¿A
quién estás mirando?..
Le
contestó, que a ella. El lienzo colgaba de la pared húmeda, del
torrente de agua que caía en esos momentos.
Sin
marcos, solo un lienzo. El rostro inmaculado. El rostro con una leve
sonrisa de luminaria, excelso. Con una sonrisa corta y malvada.
De
modo que ahí seguía, observador. Casi sin pestañear. Los colores
oscuros predominan, los ocres, sólo una leve pincelada, como si
alguien, adrede, hubiera cerrado los postigos, entonces un pequeño
halo de luz casi imperceptible. Una pincelada de ocre maldito.
Pero
miró a un lado y al otro de la sala de exposiciones. Nadie había
ya. Con lo cual, se había alegrado, en cierto modo; porque en
realidad temblaba de miedo, de terror, de percibir en el pecho el
puñal de los ojos, de ella.
Una
amalgama telúrica le aplastó el pecho y se orinó en ese mismo
instante. Y las gotas gordas de sudor le besaron los labios. Pero era
veneno.
¿Porqué
insistes? Dijo ella.
Le
contestó que no podía dar un paso, que no podía dejar de mirar.
Estás
perdido. Estás derrotado. Aniquilado. Los vocablos salieron de la
boca de ella, derritiendo el óleo al mismo tiempo.
Siguió
orinándose dos veces más. Pero ya era demasiado tarde, un vómito
de ella escupió su absurda estampa de hombre miedoso, cobarde.
!No
me mires! Volvió a decir ella, esta vez, el grito se coló por los
zócalos, se coló por el mísero postigo.
Sonrió,
sonrió al verlo tan extremadamente loco. Un cuerpo mordido por la
lengua de ella. Derrota, dijo y volvió a sonreír, levemente, como
cuando una caricia, como un beso en la piel...
viernes, 25 de noviembre de 2016
Sentada en las piedras redondas y calientes por el sol, no medito, leo.
Cerca, se halla la huerta ensimismada de olivos y de cardones. Un pañuelo me seca la frente de lágrimas de arena. de mí. La ropa se alza igual que las cometas, las sábanas blancas y los calcetines y un mantel bordado a mano. Que permanecen aún dolidas.
Cerca, se halla la huerta ensimismada de olivos y de cardones. Un pañuelo me seca la frente de lágrimas de arena. de mí. La ropa se alza igual que las cometas, las sábanas blancas y los calcetines y un mantel bordado a mano. Que permanecen aún dolidas.
Juego con mi pelo y mis pies están contentos de tremenda salvajada la mia. Luego miro alrededor y entiendo todo eso que dicen de que la vida es algo maravilloso, pero la mia también, si, dentro.
Acabo de mirar el reloj de pulsera con círculo negro y me sonrío en el pequeño espejo que guardo en la mochila y me pregunto porqué habré tardado tanto en correr...
Acabo de mirar el reloj de pulsera con círculo negro y me sonrío en el pequeño espejo que guardo en la mochila y me pregunto porqué habré tardado tanto en correr...
María Gladys Estévez.
sábado, 22 de octubre de 2016
Los sueños
Sin embargo la bailarina estaba a su lado, ya fuera
invierno, verano, otoño…ahí estaba, con sus alas blancas y relucientes. Pero no
pudo verla nunca, o eso creyó.
“Adiós”, sonaba por
la mañana y al atardecer. La música salía disparada del saxo.
El viejo Gurú siempre vivió en la misma calle, en la zona más alejada de los grandes edificios. Donde a veces, el olor hediondo se colaba por entre las bocas de los transeúntes. La refinería, los desagües; poco importaba eso, porque allí no había nada importante, allí la miseria se comía hasta los rincones de las callejuelas, y hasta las hojas de los árboles. También se comía la sonrisa, y por si fuera poco, a veces, no dejaba entrar al sol…
El viejo Gurú siempre vivió en la misma calle, en la zona más alejada de los grandes edificios. Donde a veces, el olor hediondo se colaba por entre las bocas de los transeúntes. La refinería, los desagües; poco importaba eso, porque allí no había nada importante, allí la miseria se comía hasta los rincones de las callejuelas, y hasta las hojas de los árboles. También se comía la sonrisa, y por si fuera poco, a veces, no dejaba entrar al sol…
Pero el saxofón no dejaba de sonar, y la bailarina con sus
alas blancas, siempre atenta, justo en el suelo, sentada, dejando que los
sueños llenaran la cabeza del hombre, con gabardina vieja, verde botella, y un
gorro roído por los ratones…
Pero un día la cabeza del viejo Gurú, ya no tenía sito para
guardar nada, porque estaba repleta de todo.
Monticello fue su última y ansiada parada.
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Ballade pour Sophie
Ballade pour Sophie
Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...