Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

martes, 7 de noviembre de 2017

Mamá, casóme




Que ya es tiempo que lo haga, mamá, casarme. ¡Qué guapo es mi novio!, que tiene la ropa de soldado, con su gorra llena de estrellas. Son rayos de Sol sus ojos, si, mamá, si que son, son dos luceros también…

Suspira mi corazón por él y la noche es un vals de estrellas rodeándome. Su esposa quiero ser mama, si que quiero, quiero porque lo quiero, porque jamás querré a otro, ¡Dios me libre madre mía, Dios me libre!

Me dicen en sus cartas, madre, que cuando sale al patio, en el descanso de las guardias, se pone a cantar lo más bonito para mí, que añora España, madre; pero que vendrá pronto, que la guerra no es para él, que se muere de pena cuando caen sus compañeros de batallón al lado de él, que parecen marionetas con las tripas rotas y los ojos grandes, madre, grandes de terror.

Y que no le importa que la lluvia lo moje, madre, cuando canta en el patio ¡Qué amor tan bonito! ¡Soldado por su patria y a la muerte si es necesario, por valiente!

Me dice también que cuando no está en las trincheras, se consuela madre, con verme en la foto. ¿Te acuerdas madre? Aquella foto que me sacó el cura del pueblo, iba yo muy derecha y lozana, y guapa, y muy decente…

Que duerme con ella bajo la almohada, en las tiendas roídas, bajo la luz de alguna estrella, mientras pasa la noche para que vuelva la guerra en cuanto salga la luz del Sol. Un arroz con habichuelas le haría yo, para que no pase hambre, tan limpio lo pienso tener, que la gente se vuelva cuando paseemos por el parque, el parque de mi infancia. Un parque bendecido por Dios, lleno de mariposas de colores, una fuente con agua brillante, que se alza al Cielo, cuando la brisa de la tarde se hace fuerte. Coplas y más coplas sonarán, cuando pasemos delante del quiosco de flores, de la marquesina, eso si que será lo más hermoso, madre…

Que me cuenta en las cartas con el salero que Dios le ha dado, que me quiere a mi sola, que muere por tenerme en sus brazos, y que yo me sonrojo, madre, que soy mujer decente y buena. Pero un hombre es un hombre, y ha de ser lo que le complazca, porque para mí, nadie más en la tierra…
Anoche cayeron las bombas cerquita, me dice, cayeron como cuchillos, y mordieron como lobos hambrientos. Pero la valentía de mi hombre hizo que siquiera se inmutara, madre. Me dijo que nada de miedo pasó, que él es un hombre valiente, y, que si muere en la guerra, será por algo, porque a hombre y varón no hay quien le gane.

Sabrás, madre que fue torero, en su día, que no llegó a la fama, como otros, pero que mató a muchos toros, y que ya se había acostumbrado al olor a sangre, y también a los gemidos del animal, mientras lo remataba. Yo todo eso lo entiendo y me gusta que mi hombre sea así de valiente, por el modo en que rasgaba las tripas del toro, por el modo en que se comporta, cuando cerquita, muy cerquita caen las bombas. Él no llora como los demás, él siquiera reza un
padre nuestro, porque es un legionario como no los hay muchos, madre. Honor y hombría es él…

Ya no veo el día en que termine esa contienda, que siquiera se porque se lucha, siquiera se, porque se muere en ella. Ni que los niños lloren de hambre, ni que las madres tengan ni una gota de leche en sus secos pechos del miedo. ¿Dónde la has encontrado?

¿Qué cosa?-

La carta, Jimena, la carta-

Que me la dio la tía Inés un día, cuando visité el pueblo.

¡Qué pena de mujer la tita Bernarda!, se dijo la muchacha, mientras doblaba la carta y la guardaba en el pequeño cofre de plata, con pespuntes de oro fino. Todo preparado para la boda, con su novio flamante, y ella, con un velo que en cascadas llegaba al suelo, y para qué decir ese cante jondo que sonaba y las palmas que no cesaban, porque una boda, es una boda. Y es que a ella le gustó así, una boda formal, una boda sonada en el pueblo, con los mineros cantando fuera, en pleno mes de noviembre, cuando cae el relente, y la lluvia cala los huesos y empapa el alma…

Eso consiguió. Un hombre como es que más, un valiente venido de la batalla, entero y valiente. Suspiros de amor se advinieron entre los dos, ella, pura y sonrojada, él deseando tenerla esa misma noche.

En Cádiz fue la luna de miel, en Cádiz supo la novia lo que es un hombre. Entre fandangos y vino, se convirtió en su mujer, se la llevó el río, se la llevó. Un río que la devoró entera, que lastimó su pecho, que lastimó sus muslos, pero un río bravo y valiente.
¡Qué pena de mujer la tita Bernarda!, se volvió a decir.


Clara, Victoria, proclamaron la libertad de la mujer. Gritos de justicia. Sabias palabras. Pero ¡hay señor! ¡Qué pena más grande, ver a la tita Bernarda, en su tumba tan bonita! Rodeada de flores secas y amargas, y púas de rosa en sus manos, y su cara tan linda de madre reseca del tiempo, de barrotes, de mordazas en sus labios…

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