jueves, 30 de septiembre de 2021

El modo en que puedo permitirme una total ausencia.

 




Ese estado de ingravidez que, al contemplar lo cotidiano, es lo que siento, es como estar dormida, o ausente. Al esperar en el ceda el paso de una calle cualquiera me otorgo a mí misma eso. En realidad es algo que siempre he padecido.

Mientras, esos segundos de espera en que una se queda mayestática a la espera de que algún vehículo deje que cruce la calle, se hacen toda una eternidad. Es como contemplar una película sin sonidos, es una brisa suave, dulce como un beso que siento confortablemente. De modo que en esos momentos de mudez ante mí surge un gran carrusel: aquel edificio está en obras, hay personas que entran y salen, algunos en la última planta, otros en la acera dirigiendo todo. La tienda de sombreros de la esquina tiene un escaparate precioso: toda clase de abalorios. Los sombreros son como joyas, algunos llevan incrustados pequeños cristales de colores.


La cafetería a estas horas está repleta de gente, toman café, o desayuna. Aquel señor está fuera en un mesa escribe algo en su cuaderno, parece porteño. Es alto, moreno, de unos sesenta años, además bastante atractivo. A veces las personas llevan cuadernos consigo porque siempre hay cosas que anotar: frases, palabras sueltas, o un diario.

Mientras tanto sigo ahí, etérea. Hace mucho que espero, aunque sólo hayan pasado unos segundos.

Hay flamboyanes, son preciosos, copados de flores. Aquella señora sufre, sufre porque tiene el rostro compungido, solloza. Cree que nade la ve, pero yo si. Ese estado de levedad me permite ver todo con calma. Colores, olores, situaciones. Probablemente le hayan dicho que tiene que pagar la hipoteca porque de lo contrario la desahuciarán, o tal vez, es porque el amor de su vida es una quimera, aunque a ella le haya parecido lo contrario.

Quizás es ella la que tiene el problema: esquizofrenia, o es alcohólica. En algún momento en la prensa saldrá la noticia de su suicidio. Una vida vacía. Una lucha inútil.


Siquiera un avión del ejercito con un sonido estrepitoso volando casi al ras conmueve mi cuerpo.

Sigo ahí en otro mundo. Es placentero. Como una criatura en el vientre materno.

Alguien me besa, pero realmente no ha sucedido, yo puedo percibirlo, pero no hay nadie en esos momentos.

El caballero porteño abandona la cafetería y lo puedo ver enfrente espera para cruzar la calle.

Alguien dice que puedo pasar y es en ese momento cuando vuelvo a la realidad.

Nos cruzamos y nos miramos a los ojos, dejamos que se unan las manos con una leve caricia.



REEDITADO.





Y he sentido cuando al desbordarte como el soñar.


Y he sentido

cuando al desbordarte

como el soñar.

Dentro de mi 

te tuve

He querido que fuese así,

que te dejaras ir

a mi.

Te até a mi cintura

hasta que pasó

llegamos ambos

a un cielo

Te abracé 

escuché el corazón tuyo

en un golpeo incesante

en mi, sin parar

Te arrebaté el tiempo

anclado a mi

Te olí, te amé, te desee.

esos muslos tuyos

al unirse con los míos

piel, con piel...



 

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Mea culpa

 


"Cuasimodo hubiera elegido sin duda la basílica románica que se hallaba no muy lejos del pueblo, a penas comenzar la colina, donde los habitantes eran sólidos y altos pinos que la mayor parte del tiempo sollozaban abatidos por el viento, la hubiera escogido por la belleza propia de su arquitectura y por lo solemne".


La mayor parte del tiempo y de todas las horas contadas, incluso las de la madrugada, la señora vecina del pueblo y bastante extraña se flagelaba una y otra vez, porque pensaba que ella y solo ella era la culpable de aquel sentimiento de dejadez y de tristeza que embargaba el pueblo contagiando todo igual que una virulenta enfermedad.


Incluso llegó a subir cada día a la basílica para entornar el mea culpa, con unos fuertes golpes en el pecho, que hicieron que se llenara de morados. Un día el medico preocupado le dijo que seguramente tendría una rara enfermedad, era normal el diagnostico porque realmente preocupaba verla con sus escotados vestidos y la piel del pecho llena de lunares horrorosos y negros.


Y es que aquella iglesia atraía de una forma irracional, ya sea por su bella arquitectura, o simplemente por lo antiguo y por el aroma de miles de velas humeando hasta la torre. Lo cierto es que la señora que cargaba toda la culpa se echaba sobre sus hombros el agua bendita cada vez que entraba a la misa, para ella era como disculparse ante Dios y todos los cristianos que por allí se hallaban, sentados en los bancos, con el rostro fruncido y algunos dados a la pena, que no a la bebida. Incluso llegó a cortar su melena negra porque le parecía inapropiada cuando alguien la miraba fijamente. Claro está que no miraban sus culpas, sino el cabello negro como la pez.


De modo que la insufrible pecadora se arrodillaba ante el altar con las manos juntas y llenas de sabañones en la época del invierno, sin melena, con morados cada vez mas grandes y una ignorancia terrible. Pasaron los años, pero no llegó a muy vieja, porque la culpa fue creciendo y creciendo dentro de ella, hasta explotar un día.


Crispín el campanero la encontró en horas ya avanzadas de la tarde colgada por el cuello, con la lengua morada y los ojos que no estaban allí. Pánico y falta de oratoria ante nadie, hicieron que terminara con los demás fantasmas. Ella también lució durante muchos años las gruesas cadenas.


Cuando un jardín en medio del caos.

 

"Aquí me tienes algo descarada a veces, otras deslenguada, pero lo que más me gusta es que llevo conmigo la sinceridad de todo".


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A un lado de la mesa se halla un lápiz con varios símbolos, al otro lado y junto al teclado, un bolígrafo azul a medio terminar. En frente la pantalla que parece que se ve el mundo. Normalmente el ajetreo de pasos no cesa hasta por lo menos unas horas después que todo vaya cogiendo esa forma de molde por así decirlo, o definirlo.


Una pena que la ventana esté cerrada, la contaminación debe de ser. Un rayo de sol se cuela por entre la cristalera del ultimo piso, afortunadamente hay sol, al menos una caricia. Ella es afortunada porque tiene la facilidad de aislarse por un rato de tanto ruido, y pasos aquí y allá, tanto que nadie la ve, aunque no se haya movido de su sitio, aunque los dedos no paren de golpear las teclas. Es difícil que noten su presencia en esos momentos en que no está.


De pronto sucedió que el pasillo se hallaba enramado con bellos eslabones de una trepadora amarilla y roja; sucedió que desaparecieron las mesas y las sillas, y tal y como deseó había dibujado con el pensamiento una escena justo ahí, en medio del tráfico de pasos y voces: el bernegal rodeado de culantrillo; la cocina con los calderos humeando, el patio inmenso de flores. La senectud de los tiempos se advenía a su antojo. Bastaría pues con dejar libre el laberinto de pensamientos en su cabeza.








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Yo me pierdo, estoy perdida,

en este mundo extraño de ahí fuera.

Dentro, una loba desgarra carne, besa tesoros.

Tu boca, tú. Así conmigo, si te descuidas desapareces en mi...




















Me he inmortalizado frente a las costas donde la mar.


Me he inmortalizado

frente a las costas

donde la mar...

Miles de gaviotas

picotean la imagen 

tan venerada mía

No supe decir que no

yo no soy de adorar


Me he inmortalizado

frente a las costas

donde los arrecifes

en las rocas

esbeltas unas,

otras desgastadas

La lava ha llegado

para quedarse

Anoche se deslizó

a la mar

Y al fundirse

rugiendo

se hace más isla

más yo, que he 

quedado inmortalizada

frente a las costas

donde la mar.


 

martes, 28 de septiembre de 2021

De cuando los corazones lloran.

 Ni los fuegos de artificio con su estruendo.

Ni el torrente que la lluvia forma en la tarde,
en la tarde oscura de invierno, madre inmensa,
madre enorme que tú todo abarcas.
Manos juntas al firmamento, ruegan la misericordia
de unos  oídos sordos. (Y sobreviene el sueño eterno.)
(Festines y  grotescas risas de unas  marionetas)
Ni la pena de sus almas putrefactas,
ni el dolor de sus bocas secas,
nada se escucha, cuando los oídos permanecen sordos.


Reeditado.

Llevo el perfume, horadando la tierra un topo.



Kenzo

Llevo el perfume,

horadando la tierra

un topo

Advierte 

Llevo el perfume

Acierto 

Consiento 

Te quiero aquí

ahora

Más, imposible

La vida no es sana

Advierte siempre

Te quiero aquí en lo hondo.


 

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...