martes, 16 de febrero de 2021

Ocurrencias de las cosas y causas.



 


En el tintero habría una rosa de rafia; es significativo que esa pieza tan especial haya sido lugar donde algo hermoso reposa. Como los sueños cuando habita un cercado de estrellas.


El soplo de aire se ha colado por dos ventanales, ahora avanza para dejarse caer como un pañuelo de seda sobre el escritorio, que ha permanecido un tiempo considerable sin manos que lo toquen, sin historias en los folios ausentes.


 


De una ciudad que considerablemente se me antoja triste, gris, sin la propia esbeltez que hubiera podido conservar  por sus monumentos, por aquel café donde años atrás las tertulias fluían igual que el batir de alas de mariposas. Pero las perpetuas charlas de cada día, de los días de ahora, son como miles de moscas que se quedan atrapadas en una botella de vinagre que alguien había dejado sin tapa. ¿Se imaginan cómo suenan?, esas charlas tan poco agraciadas: que si el tiempo está cambiando, que aquella señora, la dueña de la panadería, se ha quedado viuda. Es como si el colesterol malo aumentara de golpe y porrazo. Son conversaciones que no llevan a ninguna parte: tan vacuas.


 


La situación que describo, la del tintero y la rosa, es motivada en parte por la casualidad de que la ventana estuviera abierta, y que el día se me antojara color violeta, y que ese soplo de aire fresco haya recorrido sutilmente mi escritorio, mientras tomaba un café negro y corto.


Una situación adversa, aunque gratificada por la diversidad de colores en los rostros de los transeúntes, como un arco de iris provocado por las gotas de vapor de esa atmósfera bendecida por los dioses. Como quiera que resultara mi visión ante el glorioso momento, tuve la oportunidad de comprobar el girar de esa ruleta que es la cotidianidad de los días, un gran espectáculo, que en algunas ocasiones se podría enmarcar. Lo cierto es que la charlatanería no pasa de moda, la verborrea insulsa se hereda de generación en generación. No es menosprecio, es quizás el poco afecto que sentimos por las cosas realmente importantes, interesantes. Trato de no hacer apología en lo que se refiera a exaltar en demasía lo correcto, lo formal, lo instructivo. En cierto modo, y alejando las mediocridades en general, siempre se aprende algo de lo vulgar, aunque parezca kafkiano.


 


He decidido dejar la rosa en el tintero, el buró de nogal se merece un regalo. Alguien creó historias, escribió cartas durante largo tiempo; las cosas también se merecen un reposo, una vez alcanzado el propósito para el que fueron creadas. De modo que, una vez haya visto semejante belleza, cierro la puerta, y dejo que la brisa siga columpiándose como un hada caprichosa; confieso que la otomana me gustó en demasía…



Clorinda y María

 


María vivía en una pequeña casa, de esas que parecen casitas de relojes de cuco, pero muy bien orientada al mar, y con lo necesario, todo estaba ahí en ese reloj de cuco. Desde un ventanuco redondo como sus ojos, se recreaba la vista inmensamente viendo el cúmulo de nubes que, a ratos eran gatos, culebras, bisontes, y también mariposas. 

También se recreaba la vista cuando los veleros, surcaban el mar; casi siempre muy cerca. Cuando los alisios soplaban fuerte parecían pequeños cochecitos de carrera, unos, aquí, otros allá, deseando llegar a la meta, y claro está el primero recibiría un trofeo.

También observaba complacida el cambio de la luz al atardecer por el horizonte: tan hermoso espectáculo hacia tambalear su taza de té !Oh, es el paraíso!, dijo. Pero cuando usaba el catalejo ese día, esta tarde era especial: los delfines como niños juguetones saltaban, saltaban, todos juntos, jugaban, jugaban. Los podía ver muy cerca de ella, y hasta podía oler el mar, cuando al mismo tiempo eran envueltos con la basta llanura líquida al saltar; e incluso los sonidos que emitían, incluso la plata de sus lomos. 

¿Vendrás a verme?, dijo Clorinda por whatsapp.

Si, claro, mientras tanto la sonrisa, mientras tanto el clamor que sentía ante ese maravilloso espectáculo, si iré, y llevaré un vino especial. Tendremos que preparar una ensalada con frutos secos, y algo de pescado a la plancha, contestó con otro whatsapp.


Habían comido y Clorinda llevó café para las dos. 

Vivía en la ciudad en uno de esos pisos antiguos y amplios, con amplios ventanales también, con cortinas rojas y visillos blancos.

El pasillo bastante ancho adornado con los mejores cuadros. 

Realmente Clorinda era bastante buena, había aprendido en una de las mejores escuelas de arte. Su familia se había gastado una suma importante de dinero, pero satisfechos por la capacidad innata de su hija para pintar cuadros.

Tu una afamada pintora y yo una mujer que intenta todos los años escribir una novela, dijo María.

Cuando la termines te regalo la portada. Será preciosa, replicó Clorinda...


¿Termines?, si no la he empezado aún, sólo tengo un ovillo de ideas en la cabeza... !Y no sé cuando será el día!.


El día es ahora, mientras estuvimos comiendo, y tomando vino, y ahora café, y también es el día, cuando observas la maravilla que tienes delante  de tus ojos, dijo Clorinda.




Yo te he mancillado, de María Gladys Estévez - POEMAS

Y cuando las palabras

 


"Habrá raíz más amarga cuando, 

de repente mastico tu recuerdo".




"Y así se fueron como pájaros,

en huida los recuerdos"...

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...