jueves, 12 de mayo de 2022
Vuelve Kontiki.
viernes, 6 de mayo de 2022
Los cirios brillan con una incandescencia tal que parece el Sol.
Los cirios brillan con una incandescencia tal que parece el Sol. De modo que una se muere también en Semana Santa. Sopla un aire caliente como si el Cielo se preparase para llorar. Las calles que ando son estrechas, vestidas de esas piedras redondas y brillantes del paso del tiempo.
Ahora la señora Estévez sale de la tienda de sombreros, quizás se haya llevado el más bonito y elegante, eso es realmente lo que una piensa.
Si, es bonito. Lo lleva puesto.
Pero huele a incienso, y a jazmines. Las chimeneas humean, probablemente es hora de comer. Hay una banda de música en aquella marquesina. Es un grupo de jóvenes, menos el señor Domínguez que ya cuenta con muchos años.
La señora Eulalia camina hacia la Iglesia lleva un vestido largo, tanto que le cubre los pies. Me acerco a ella. Entramos al mismo tiempo. Una se sorprende porque admira los retablos, los cuadros, las luces de lámparas, el señor crucificado. (Es tan joven. Tiene un rostro bonito, pero está muerto).
Un gemido de dolor el de la señora Eulalia. Arrastra su cuerpo de rodillas hasta el altar.
¿Una promesa?.
Es un barbaridad eso. Es la culpabilidad, el arrepentimiento. Pedir perdón. Suplicar ayuda.
Rogar por todos los males. Estoy en una esquina y sigo observando.
Es necesario eso, me pregunto.
Para la señora Eulalia si.
Y es que cada cual puede ver la vida como sea que donde hayan nacido se les haya inculcado esto o aquello. Es una verborrea inútil. Las personas sufren por ello.
Fuera se escucha música. Es la banda de la marquesina.
De modo que salgo de la iglesia y me dirijo hacia allá.
El señor Domínguez con la batuta que alza arriba y abajo, izquierda y derecha.
Son movimientos suaves, muy cuidados. Es excelente.
Las escaleras que van a la marquesina están cubiertas de hojarascas. Aquel niño sube y baja varias veces. Y es que es mágico escuchar sus pasos en las secas hojas.
Hay un vaivén de gaviotas surcando el Cielo.
Como si por esas fechas todo el mundo se conmoviese, realmente es así, es una ceguera que en cierto modo proporciona una ignorancia sana.
Las alondras con su trino largo, musical.
La niña tararea algo mientras se columpia, fuera en el patio.
Una no puede dejar de observar, escuchar, opinar.
Todo lo que el espacio ocupa se envuelve de ese olor típico, incluso hay personas que se visten para la ocasión. A las señoras se les realza la figura: mantillas, mitones, volantes.
¡Oh!, pero realmente es agradable todo.
Y el olor se repite en ondas y ondas girando aquí y allá: incienso, jazmines.
“Me dejé llevar
por la ausencia”
miércoles, 4 de mayo de 2022
Supe quién era al mirarme al espejo.
Supe
quién era
al mirarme
al espejo
Estábamos todos:
la familia
los perros y los gatos
luego
corrí velozmente
hacia el páramo
sangré las rodillas
y me emocioné
Hoy en día
me hubiera derretido
de amor
pensando
que esa sangre
hubiera sido de él
Guisantes y alcachofas.
Mientras duró la cena no hice más que mirar los colores que llenaban el cuenco, sonreí porque el tiempo volvió atrás durante esos minutos. Giró un torbellino en mi cabeza y otra vez estaba ahí la pequeña niña con churretes y cabellos desordenados; castaños, libres de trenzas o tirabuzones. Qué bien poder oler otra vez la hierba que se extendía en todo el prado: brotes con lanzas al cielo, muy verdes. Trigales oteando igual que los soldados haciendo la guardia en los cuarteles próximos a nuestro barrio. Qué hermoso poder ver el ramo de perejil que adornaba el rincón del poyo, el potaje preparado en la mesa con mantel de flores y las pequeñas bocas eligiendo qué cucharilla coger. El gran lazo que mi madre llevaba en la parte de atrás de su mandil, a papá cuando llegaba con su chaqueta oliva con cuatro bolsillos. Llegó hasta el olor de la tierra cuando se empapaba de agua cristalina que caía del cielo arrojada por una diosa que yo imaginaba por aquel entonces. Todas las pisadas de mis hermanos recorriendo la casa. Abro los ojos y todo ha pasado, el reloj verde con pinceladas amarillas no deja descansar sus manecillas, igual que el tiempo.
martes, 3 de mayo de 2022
El modo en que puedo permitirme una total ausencia.
Ese estado de ingravidez que al contemplar lo cotidiano es lo que siento, es como estar dormida, o ausente. Al esperar en el ceda el paso de una calle cualquiera me otorgo a mí misma eso. En realidad es algo que siempre he padecido.
Mientras, esos segundos de espera en que una se queda mayestática a la espera de que algún vehículo deje que cruce la calle, se hacen toda una eternidad. Es como contemplar una película sin sonidos, es una brisa suave, dulce como un beso que siento confortablemente. De modo que en esos momentos de mudez ante mí surge un gran carrusel: aquel edificio está en obras, hay personas que entran y salen, algunos en la última planta, otros en la acera dirigiendo todo. La tienda de sombreros de la esquina tiene un escaparate precioso: toda clase de abalorios. Los sombreros son como joyas, algunos llevan incrustados pequeños cristales de colores.
La cafetería a estas horas está repleta de gente, toman café, o desayuna. Aquel señor está fuera en un mesa escribe algo en su cuaderno, parece porteño. Es alto, moreno, de unos sesenta años, además bastante atractivo. A veces las personas llevan cuadernos consigo porque siempre hay cosas que anotar: frases, palabras sueltas, o un diario.
Mientras tanto sigo ahí, etérea. Hace mucho que espero, aunque sólo hayan pasado unos segundos.
Hay flamboyanes, son preciosos, copados de flores. Aquella señora sufre, sufre porque tiene el rostro compungido, solloza. Cree que nade la ve, pero yo si. Ese estado de levedad me permite ver todo con calma. Colores, olores, situaciones. Probablemente le hayan dicho que tiene que pagar la hipoteca porque de lo contrario la desahuciarán, o tal vez, es porque el amor de su vida es una quimera, aunque a ella le haya parecido lo contrario.
Quizás es ella la que tiene el problema: esquizofrenia, o es alcohólica. En algún momento en la prensa saldrá la noticia de su suicidio. Una vida vacía. Una lucha inútil.
Siquiera un avión del ejercito con un sonido estrepitoso volando casi al ras conmueve mi cuerpo.
Sigo ahí en otro mundo. Es placentero. Como una criatura en el vientre materno.
Alguien me besa, pero realmente no ha sucedido, yo puedo percibirlo, pero no hay nadie en esos momentos.
El caballero porteño abandona la cafetería y lo puedo ver enfrente espera para cruzar la calle.
Alguien dice que puedo pasar y es en ese momento cuando vuelvo a la realidad.
Nos cruzamos y nos miramos a los ojos, dejamos que se unan las manos con una leve caricia.
lunes, 2 de mayo de 2022
Un patio de flores silvestres.
Aquí
dentro
de mi
hay un patio
de flores
silvestres
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Desde
que
supe
de él
no puedo
dormir
Época de magnolias.
Nora y Julia contemplaban el mar de nubes que parecían sostener el Boeing 747. Hacía rato que ya no se atisbaba la tierra, ni el mar, algunos pasajeros dormían, otros leían algo en la prensa; las dos mujeres compartían todas las sensaciones que iban surgiendo a medida que pasaban las horas. El cielo comenzó a pintarse de un ocre luminoso y las montañas de algodón se tornaban de un color grisáceo y un halo se desprendía de la cola del avión y dejaba un largo camino en el cielo, igual que una vereda con miles de pisadas. Dos días antes habían decidido tomar la decisión de compartir el resto de sus días.
Permanecieron cogidas de la mano durante casi todo el vuelo; rompieron silencio para hablar de los hijos de una, y, otra. Nando ya tenía casi diecisiete años y Nora cumpliría la próxima semana, doce. Durante la cena comentaron lo buena que estaba la carne ahumada y la ensalada; más tarde, trataron de conciliar el sueño, no sin derramar la misma cantidad de lágrimas.
Ballade pour Sophie
Ballade pour Sophie
Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...