martes, 8 de junio de 2021

Se me olvidó el chocolate de tus dedos recorrer mi piel.

 

Al pasar el tiempo en esta tarde tranquila que a lo lejos se divisa la gran montaña, un volcán descarado, altivo, hermoso, he querido escribirte una carta, esta carta que reposa en el buró, como cuando los besos se incendiaban para luego dormir en nuestros labios. He querido hablarte, si, hablarte de esta manera y llenar el folio de pespuntes, de esos que parecen hilos perfectamente hilvanados, he querido incluso mejorar la letra, y que ninguna palabra para ti se salga de ningún renglón. Todo perfecto, inmaculado, como cuando se ve el ave circundar el cielo, mi cielo, tu cielo.


Si supieras que cuando nos despedimos dijiste que habías perdido tu reloj de pulsera, pero que ya habías comprado otro, pues fui yo aquella mañana calurosa ,cuando ambos dejamos la habitación. Momentos antes lo había cogido, y guardado en mi bolso, ahora lo tengo justo al lado mientras te hablo con letras e imagino tu sonrisa tus manos, todo tú. Late igual que tu corazón: acompasado, delicadamente tú.


Nunca más supimos el uno del otro, pero el recuerdo se hace un jardín de magnolias, un lago cristalino, el devenir de aquellos días calurosos como el de esta tarde que perpetúa si cabe aún más lo que se quedó. Se quedó un propósito.

Quedaron aquellas noches de sosiego al dormir abrazados, exhaustos al no dejar ni un milímetro de nuestra piel sin acariciar, sin besar, sin beber. No hubo lágrimas al despedirnos, no hizo falta, solo bastaba con habernos tenido unos días que fue una vida entera: dicen que en el cielo una vida entera es un pestañeo, ay, pero que me estoy poniendo romántica, y pienso que sigo siendo aquella joven de ayer. Esta tarde soy la muchacha descalza soy un pozo de ilusiones, y al pensarte te vienes, te vienes derrochando ese perfume que me atrajo: el de tus ojos mirándome, tus zapatos tan limpios y tu pelo perfectamente peinado, ¿Qué pensabas, que yo no había reparado en ti?.



El espejo de enfrente me devuelve a la realidad, pero qué importa eso ahora. Igual estarás tú pintado de canas el cabello, pero con la misma sonrisa perturbadora de entonces. No sabes cuantas veces he dibujado tus labios al pensarte, al pasear por puente de madera que crujía de los miles de pasos de transeúntes. 

Dicen que se a apolillado, pero aún sostiene las prisas o las pausa de quienes lo transitan, a mi me sigue gustando porque debajo fluye el río que fuimos amándonos cada día.



Me pregunto qué será de tus días, probablemente seas feliz, igual que yo. Tendrás una familia que te quiere, igual que yo. 

Después de todo tenía que ser de esa manera.


Por aquel entonces el ruido éramos los dos. El viento y la lluvia éramos los dos.

Los trenes éramos solo tú y yo abrazados en el vaivén y al despertar una estación, una vía donde no había nadie, solo el rastro de nuestros pasos en el andén.


Tengo un café humeante justo al lado de tu reloj, lo dejo adrede por ver cómo se extingue el calor que desprende, el olor, el reguero de partículas aromatizando la habitación. Es tan confortable tenerte aquí, a mi lado, en mis letras, en tu reloj; en el café que tomábamos mientras reíamos, sorbo a sorbo, como cuando tumbados en el colchón al paladear la esencia de dos: arribándonos en el mismo puerto, el de dos cuerpos temblorosos con el sudor en la frente de amarnos.


Gratamente volví contigo en cada renglón y tú conmigo hasta el final del papel. Sería injusto dejar de darte la mano, que te alejes y te pierdas detrás de aquel horizonte. No lo voy a permitir. Sería una traición de verbos conjugados en el candor de la hierba, y tu nombre, porque todo fue a propósito de todo.


Con las prisas de hoy en día se me había olvidado tenerte también con aquel vino rojo: verte con los ojos brillantes de juventud. Se me olvidó el chocolate de tus dedos recorrer mi piel.


Quizás ni llegues a leer mis letras, pero fíjate que esta tarde se me antojó volverte a ver...




Te recuerdo ahí sentada en la infancia cuando me miro al espejo.

 



Te recuerdo sentada en la infancia,

bebiendo agua de la tajea.

Te recuerdo sentada en la infancia,

perpleja, descubriendo el mundo.

Ese olor que no se desprende de 

mi memoria: tierra mojada; mullacas,

jazmines. Y aquella higuera repleta 

de frutos y debajo una planta de hojas

lanceoladas. Cuando la lluvia caía se 

quedaban a vivir en ellas, miles de gotas

redondas, y tomaban el mismo color.


Te recuerdo sentada en la infancia,

al borde de la piedras que lindan,

donde los tizones, y los pies de niña

descalzos.


Pero aún me duele la piel quemada,

y me duele la ausencia de respuestas.

Cada lágrima por un castigo se bebía,

como un trago de resignación.


Te recuerdo ahí por prados verdes,

cañas de azúcar.

Los niños no saben de hoy, ni de mañana.

Román fue mi primo robado por la vida,

Las meriendas, los paseos. ( y apenas en la adolescencia: un viaje en moto). 


Te recuerdo ahí sentada en la infancia,

cuando me miro al espejo.

Hoy sigo llevando a mi niña,

por siempre.

Una jauría de sueños,

hicieron que lo que siento en estos 

momentos se olvide: prohibido.


Es irresistible el aroma que desprende,

y llega, y vuelvo a desear- te.

Pero no, no es posible lo que nunca

pudo ser...








viernes, 4 de junio de 2021

Ya es tarde y no puedo volver.




 Y sigo bogando por entre manglares,

y pagaré a Caronte, (una moneda de plata).

Pero no sé qué hago aquí en esta selva

enmarañada de insultos. Todo se vende,

todo se compra.


Ya es tarde no puedo volver,

a las jugadas del destino.

El tiempo pasó su cruel factura,

cuando creí que era la misma,

no lo fue. Soy otra piel, mil veces se ha mudado.


Y sigo bogando por entre manglares,

por ver si entre aguas tú,

tu bello rostro, tu boca. Unos ojos que 

embrujan. 

Yo no puedo volver, no puedo....



La caída de las hojas en otoño.



Se preguntó porqué desde primera hora de la mañana ya había bullicio en la ciudad, en las calles y callejones, en las casas; en los mercados. Allá una ambulancia atravesando el puente a toda velocidad, las madres y los padres con los niños de la mano cruzando la vía para ir al colegio. 

Los vendedores en el mercado con su mercancía preparada, alzando la mano para atraer. La lonja repleta de los brillantes lomos de los peces.

Hermenegilda se colocaba el mandil, y un gorro blanco, estaría contenta porque el puesto del que era dueña tenía mucha variedad de alimentos: quesos, verduras, frutas, dátiles, membrillos. Varias clases de embutidos. También ofrecía comida peruana: ceviche, causa rellena; lomo saltado, anticuchos, ají de gallina entre otros. 

En la lonja regateaban por el pescado, un atronadora puja por llevarse la mejor mercancía. Fuera, las gaviotas revolotean porque es hora del desayuno. El sol se despliega alumbrado grandiosamente todo. Como si brotase una gran fuente cristalina de perlas irisadas.

Pero se siguió  preguntando lo mismo. ¿Por Qué tanto estruendo?.

 

Sus hojas caían delicadamente, hojas ocres, amplias. Era la hora de volver a la tierra. Pero era un magnífico árbol, de esos que ya no se encuentran, (maldita tala), pensó. Mientras tanto se recreó en ellas, las hojas que reposaban en un manto cálido, cómodo, perpetuo...

 



jueves, 3 de junio de 2021

Eleonora siempre llegó tarde a cualquier lugar.

 

Una lágrima resbaló por las mejillas, y bordeó la nariz para acabar en el arco  de Cupido; se hizo un lienzo repleto de lágrimas, destellos que parecían los dedos del Sol cuando avanzan hasta traspasar los cristales de cualquier ventana, o buhardilla. Leonora era muy sensible, y eso pasó cuando una noche en compañía de Guzmán vieron una película romántica.

Eleonora siempre llegó tarde a cualquier lugar. Una mujer despistada y distraída, aunque muy inteligente, y persuasiva. Tenía un vestidor que era la envidia de cualquiera que estuviese en su casa, y se adentraran con sus rostros de sorpresa, sin nada que decir, solo enmudecer. 

Ella era quien le hacía un guiño a la vida y no al revés. Vivió la noche como si cada día fuese el último, transgresora, pero al mismo tiempo mimosa, y sensual. Tuvo muchos amantes. Disfrutaba de ellos en la arena negra de la playa en la madrugada al salir del Rik. Casi siempre ebria porque era el único modo de poder soportar un mundo que no entendía, un mundo que no era para ella. 


¿Sabes si tiene familia?.


No, no tiene familia ni amigos, dijo alguien.


Pero mira qué bonita se le ve, parece dormida, volvió a decir.


¿Crees eso?


Claro que si, ¿es que no la ves?.


Ahí con su preciosa melena castaña, sus labios, sus manos tan blancas, y delicadas. 

 ¿Me traes el tul por favor?


Si, claro.


Es que le voy a cubrir su bello rostro.


¿Y porqué?


Coño, mira que haces preguntas.


Es por verla inmaculada.


Murmullo: si claro, inmaculada. La hija de perra que me robó a mi hombre...




miércoles, 2 de junio de 2021

Del Cairo a Londres.

 


Y formuló la pregunta a aquel nosequé quien Matilde halagaba tantísimo. Una pregunta directa y bien pensada, tanto que tuvo que pensarlo un rato. 

Probablemente llueva o eso al menos han dicho, le dijo; porque acto seguido vendría la pregunta. 

¿Es cierto que usted es amigo de Halim?.

El bigote de aquel nosequé se levantó en armas, como si de una guerra se tratase.


Señora mía ha acertado usted, si soy amigo de Halim, y muy buen amigo, señora mía, alzando el dedo en jirones. Llevaba una chaqueta verde oliva, unos pantalones de franela ocre, y unos zapatos muy elegantes, y caros.


Del Cairo a Londres. Halim vivía en Londres desde hacía mucho tiempo, no había perdido las costumbres de su tierra, pero se había integrado muy bien en el mundo occidental.

Tanto que hablaba en inglés perfectamente, y adoraba a los Beatles, y comer pizza, y café caliente todas las mañanas.

Incluso había sido funcionario público, pero cuando se jubiló se dedicó a lo que más le gustaba: pintar cuadros, captar paisajes, ríos, incluso una vez pudo plasmar en un lienzo la cantidad de lágrimas que una mujer derramó por quíen sabe qué, fueron tantas que Halim hizo que se llenara el lienzo de ellas, como una gran mariposa batiendo sus alas.

Matilde ofreció bebidas, y algo de comida. El ambiente era muy agradable. No llovió.


Y se quedó insatisfecha, porque quería saber más de Halim.

Más cuando pudo ver que llevaba una una Glock, que limpiaba con un paño delicado.

Matilde la miró y le hizo unas señas (que guardara silencio).

Y no llovió, nunca.






 

Y desde esta mi calma.

 


Y desde esta mi calma

pretendo que al dejar de serlo,

sea pues un terremoto que deje

huella.


Y desde esta mi calma

gritar alto lo que deseo,

girasoles en mi almohada,

y el olor de su piel a mi lado.


Que no sea más que un sueño

cuando despierte

porque volveré loca el alma,

allí en el olvido.




De girar en el viento la gaviota,

por querer beber del piélago.

Es como yo que desea de su boca,

ese beso imposible.








Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...